Mirábamos un planeta azul
desde un cubículo
de acero y hierro.
Comiendo palomitas
y flotando
en un punto pequeño del universo.
Las comunicaciones de radio
cortábamos
cuando queríamos amor
por encima del cielo.
Volver a pisar tierra firme a tu lado
era mi mayor deseo.
Y entonces me flotaste.
Pulsaste el botón de la compuerta
y sellaste mi destino.
Eso sí, procuraste
que tuviera el suficiente oxígeno.
Para pensar, para pensarte.
Para recordar, recodarte.
Para maldecirme.
Por creerte.
Todo es oscuridad,
salvo el sol que no deja de destellar.
Las estrellas también tienen cosas que decir.
Yo me muevo por la inercia
con la impotencia
de no poder hacer nada,
sin destino claro
y sin opciones de sobrevivir.
Si tuvieras dos dedos de luces,
volverías en la nave a por mí.
Como sé que no las tienes,
al menos me tengo a mí.
Pensar que llegaré más lejos
que cualquier humano,
me hace sonreír.
No importa que muera,
yo no voy a envejecer.
Tú, sin embargo,
vas a tener que contar
mil mentiras más
para hacerte creer.