Los caminos que salen de Roma (poesía)

XXIV. Aguijón de avispa

Cómo no me di cuenta.

Por qué no indagué en mis sueños

y saqué conclusiones.

De haber sido así,

mi corazón no tendría que ir

buscando soluciones

para su rotura.

Si antes de que llegaras a mi cama

y compartieras mi almohada,

ya soñaba yo con tu llegada.

Triunfal, eso sí.

Con alfombra roja

y flashes de cámaras,

cuyas fotos iban a parar

al fuego de mis entrañas.

Lo imaginé perfecto,

a pesar de pensar

que nunca llegaría a ser realidad.

Surgió.

Y fue perfecto,

al menos durante las primeras horas,

con diez grados bajo cero

y las manos heladas

en un portal de barrotes negros.

Ya no recuerdo si era el setenta y dos

o el setenta y pico.

Me atormentaban avispas

cuando dormía.

Me perseguían

y me volvían a picar.

Y sí, fuiste tú

quien me clavó el aguijón.

Traspasó la ropa, la piel

e incluso mi razón.

El dolor corrió como veneno

por toda mi sangre,

las lágrimas brotaron

sin esperar a verte lejos,

ni un instante.

Las palabras apuntalaron un alma

que se caía en pedazos.

La esperanza se marchaba

por la puerta de atrás.

Y entonces,

volví a soñar.

Y las avispas aparecieron

de nuevo.

Ya no para perseguirme,

ya no para picarme.

Esta vez era yo quien,

con suerte y maña,

las mataba.

Ya no hay aguijones

ni zumbidos.

Toca estrujarse la herida

y mezclar agua y arena.

Barro, para mis heridas.

Vinagre para el corazón

y prepararse

para nuevos dolores de barriga.

Mariposas en vez de avispas.

No estaría mal.



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En el texto hay: poesia, amor, relatos cortos

Editado: 26.09.2024

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