Mayo se fue volando como una golondrina al sacarla de su jaula para que pueda volver a ser libre después de mejorar su ala rota.
Junio ya estaba aquí, así como el verano y las vacaciones de un mes que nos daba la universidad por todo nuestro esfuerzo en los exámenes y al haber salido intactos estos cinco meses de estudio a full.
El sol daba directamente a mi cara, por suerte, los lentes oscuros de sol cubrían mis ojos de la potente radiación que emitía el cielo despejado.
Adivinen que.
Los chicos me han invitado a pasar veintiún días en su casa de verano.
Tres semanas en unas de las lindas playas de Florida, exactamente en South Beach. Nunca se me pasó por la cabeza que ellos cinco tendrían una casa con una magnifica vista a la playa.
Me quedé boca abierta al observar que todo esto era suyo, estuve a nada de desmayarme. Descubrí que eran demasiado ricos, muchísimo. Al darme un recorrido por la gigantesca casa mi boca se hacía más grande, cuenta con un enorme salón pintado de blanco, baldosas blancas y una jodida esfera disco en el techo, ventanales enormes y unos finos sofás de cuero blanco en redondela que combinaban muy bien.
Son tres plantas en total.
Al costado de la sala de estar se encontraba una cocina a lo master chef, si, a ese jodido programa, las orillas eran nuevas y de acero inoxidable, el mesón era muy grande y lindo. En ese lado también contaban con ventanas, pero más pequeñas y pintadas de un color mostaza claro.
Las escaleras eran inmensas, que me falto el aire, ya cuando iba por el octavo escalón ya no podía seguir, la boca se me secó y los muslos me dolían y latían.
El segundo piso contaba con seis cuartos. En cada una se podía encontrar una cama matrimonial, un ropero, un espejo de cuerpo completo rectangular y un baño igual de grande con una bañera y lavabo bonito, por mera curiosidad pregunte si cada uno dormía solo. Me dijeron que a veces si y otras no.
Ya sabrán con quien me ha tocado dormir.
El último cuarto, el sexto, no contenía cama o ropero o alguna que otra cosa que en los anteriores.
Al enseñármelo me comentaron que lo habían convertido en un cuarto de juegos. El cuarto era adornado por luces rojas led que las habían pegado alrededor del techo, una tv de no sé cuántas plazas, un PlayStation 4, varios juegos de realidad virtual conectados a otra pantalla plana, billar, futbolito y una jodida Alexa.
Lo único que les faltaba era tener a un mayordomo quien los atendía en todo.
Y, por último, la hermosa terraza marrón con esteras y vidrios a la mitad. De noche se veía increíble, y más, cuando las estrellas adornaban el cielo junto a la luna.
Al terminar el recorrido la boca me llegaba hasta lo más profundo de la tierra.
Me dijeron que la casa la pudieron comprar con un preso muy racionable y con un poco de ayuda de sus padres quienes les dieron algo de dinero al cumplir la mayoría de edad.
En junio todos salían de vacaciones, Sara y Renata les otorgaron una semana de vacaciones, para ellas, era algo asombroso ya que tendrían esos días para descansar lo suficiente para luego, ir renovadas al trabajo.
Ser abogado gasta casi todas las energías que con tal solo un día ya era la jodida gloria.
Sabrina y los hermanos del escuadrón también salieron de vacaciones de verano. A ellos les dieron un mes completo para disfrutar. Cada uno de los niños se fueron con sus respectivos abuelos a distintos lugares.
Cada uno se fue a donde quiso sin las preocupaciones sobre su trabajo, escuela o universidad.
Las novedades con Joshua fueron casi diminutas. Magnus seguía en Sídney buscándonos a las dos, el proceso se iba poniendo cada vez más lento ya que los Morgan se cerraron en que no iban a declarar nada, los Monroe dijeron lo mismo.
Trato de no pensar mucho para que mi cerebro no se sature o haga creación de diferentes escenarios en donde me vería vulnerable, triste, y muy mal.
Trataba de mostrar calma.
Lo que pasaron como siglos y décadas fue que por fin pude conocer al novio de Renata.
Y… joder. Parecía una combinación de Ian Somerhalder y Cris Hemsworth. La edad era la misma de Renata, soltero y trabajaba como ingeniero civil; construyó la mayoría de edificios aquí en Florida.
Cabello azabache, ojos celestes con un poquito de gris, una mandíbula bien marcada; cuadrada y barba alrededor de su cara. Sus cejas eran tupidas y marcadas, era como si le hubieran depilado, casi así. La nariz recta, un tatuaje en el antebrazo y lo que si me sorprendió era que en su lóbulo derecho estaba perforado.
Conmigo fue cordial y un poco tímido.
Respondió a todas mis preguntas sudando la gota gorda. Cuando se lo conté a Danilo me tildó de malvada al hacer todo un interrogatorio a ese pobre hombre. En ese tiempo lo estuve observando tratando de buscar algo que no cuadrara o que me pareciera sospechoso.
No encontré nada, era un buen hombre. Me lo demostró cuando le trajo un ramo de rosas a Renata.
Cuando se fue, mamá trató con todas sus fuerzas no darme un zape en la cabeza.
Hablamos un poco sobre su novio. Me dijo que lo conoció en un juicio en donde él demandaba a una empresa por no sé qué cosa, ganaron exitosamente. Renata le dejó en claro desde el principio que todo esto se lo tomarían con ‘’profesionalidad’’. Ese ‘’profesional’’ no llego a cumplirse porque Renta terminó aceptando salir a comer con Gustavo.
Gustavo la iba a ver a su trabajo en el tiempo que estuvo en Sídney, ya cuando regresó a Florida hablaban por Skype de vez en cuando. Ellos dos se oficializaron cuando llegamos a Florida.
Me quite las gafas de sol al ver a First al frente mío. Me extendía una cerveza, la tomé y le agradecí con una sonrisa.
Necesitaba algo helado que calamara mi sed.
Pude oír como el pelinegro suspiraba, miré por el rabillo del ojo. Se encontraba tenso. En la semana que llevábamos aquí no se ha despegado del teléfono ni por un segundo a cada notificación tomaba mucho aire y por lo visto, ver que no era esa persona suspiraba.
Editado: 31.12.2022