—Te extrañaré mucho, Lynsi. —Magnus se despidió de mí con un asentimiento.
Un año para ser exactos. Ya había pasado exactamente un año desde que volví a pisar la tierra que me vio nacer.
Y que ahora vio nacer a mi pequeña Daniela Leyla.
—Gracias por…, apoyarme y dejar que me quedara aquí —la palabra se me atascó en la garganta, opté por decir su nombre de una forma menos seca y furiosa, como lo hacía en los primeros meses en donde me sentía frustrada por mi misma, adolorida, rota y muy afectada por cómo dejé las cosas en Florida.
Magnus no estaba del todo… perdonado.
Aún dudaba de su arrepentimiento y llegué a gritarle y reprocharle un montón de veces por dejarnos solas a Renata y a mí. Aquellos fueron mis días más oscuros y en los que me sentí mucho más sola, hasta que él volvió, avivando mi corazón y… esperanzas.
Tenía esperanzas. Esperanzas que algún día me perdonara y que volviéramos, al menos, a dirigirnos unas cuantas palabras de cortesía.
Y esa esperanza no contaba a que fuera capaz de tomar un avión directo a Australia para hablar y solucionar todo lo que dejamos mal en mi habitación.
—El avión nos espera, cariño.
Siendo sincera, me tomó de sorpresa que él estuviera tocando el timbre de la casa de Magnus. Con una gran maleta, con unas ojeras extremadamente grandes, casi parecía unos de esos mapaches que se confunden y comen un brownie aunque ellos no sepan que aquellos son mágicos, haciendo que vea doble o las cosas de colores.
—Lo sé.
También les diré que entré en un shock repentino y luego en pánico. Ya que no esperaba que me vea con mi barriga de cinco meses recién cumplidos.
En menos de cinco segundos planeé mi plan de escape y hasta pensé en noquearlo con una sartén a modo Rapunzel y, en vez de atarlo a una silla con mi cabello, en devolverlo en una maleta en el primer vuelo a Florida.
Estupido, porque él en cuatro zancadas ya estaba dentro de la casa.
Ya se imaginaran lo que pasó después.
—Ve, Lyn, no quiero que pierdan su vuelo.
El pequeño sonidito de Daniela me hizo voltear y sonreírle a su padre de paso. Danilo la tenía en brazos, acurrucándola en su pecho, con una manta celeste y patitos rosas en forma de decoración.
—Parece que Dani ya quiere alimentarse.
Oh, claro que a mi hija ya le apetecía comer. Y, de verdad, esperaba a que comiera hasta saciarse, porque estos dos pechos que me cargo están llenos de leche y pesan una tonelada. Dani las ama, pero yo las odio.
Mis bubis están repletos de leche materna que deseo, y sigo deseando, arrancarlas de mi caja torácica por el peso que estas dos influyen en mi espalda.
—Es hora de irme.
—Lo sé.
Avancé en dirección a donde ambos me esperaban con la maleta de ruedas en el piso blanco y encerado. Dani tenía la maleta de mi otra Dani.
—¡Espero verte el otro verano!
Creo que cuando Dani tenga ya más meses y mantenga aquellos ojos (aún no sé si mi bebé sacará el color de ojos de ambos o el de mamá o Sara), abiertos, querrá visitar Magnus a Sidney.
—¡Adiós! —me despedí sin responderle.
Ya sentados en el avión, Daniela dejó de chupar mi pezón izquierdo, con la ayuda de Danilo me subí el sostén para mamás en plena lactancia y se la entregué para que le sacara los gases.
Solo bastaron cuatro palmaditas en su pequeña espalda para que los soltara. Nos abrochamos los cinturones antes de que el avión despegara.
—Te quiero —susurró Dani en mi oído.
—Te quiero —le respondí yo, besé su mejilla antes de dejar un suave beso en sus labios.
Y, para que sepan, lo que pasó después de que él se apareciera en la puerta… No fue nada bonito y no hubieron besos y abrazos
Les pondré tres escenarios para que se imaginen cómo fue: La primera y segunda guerra mundial. Ah, y la conquista de los españoles en el Perú.
Estar en casa de Magnus me hizo leer bastante cultura latinoamericana.
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Y les digo adiós, con una sonrisa en mi rosto y con lágrimas en mis ojos.
Hemos llegado al final chicxs.
Besos
Ana.
Editado: 31.12.2022