La jardinería de Resse Monty Grace...
Oscar.
Mi madre era una de las doctoras más respetada en toda mi ciudad, era inteligente y responsable. Mi padre y ella se conocieron en la universidad. Papá era de Inglaterra, pero se mudó con mamá a esta pequeña ciudad cuando se casaron. Tuvieron dos mellizos pelirrojos que heredaron el cabello color zanahoria de su padre.
Todo parecía ir bien, eran una típica familia con trabajos estables, hijos perfectos, bueno, yo no tan perfecto. Annie Stevens, mi melliza, menor por veinticinco minutos, ella era perfecta. Tenía buenas calificaciones, una personalidad amigable, era adorable. En cambio, Oscar Stevens, su mellizo, yo, era todo lo opuesto a ella.
Cuando tenía cinco, mi padre murió. No fue tan triste, era un niño y no lo comprendía mucho, pero mamá, ella lo amaba, y verla llorar era extraño, no entendía porque lloraba. Ella decía que papá ahora estaba en un lugar mejor, pero seguía triste. Si papá estaba en un lugar mejor, ¿Por qué quería que volviera? Creía que mamá era egoísta al querer a su esposo de vuelta a pesar de que él estaba mejor donde sea que estuviera.
No lo entendí para ese entonces.
Pero, esa era lección que yo tenía que aprender, ya saben, todos estamos aquí para que nos den una lección.
Esta era mi lección.
La vi por primera vez cuando regresaba de la escuela, iba en el auto de su padre, vivíamos en el mismo vecindario, pero jamás la había notado.
En Vreinsfield solo existe el preescolar, una sola primaria al centro de la ciudad, una sola secundaria cerca de la preparatoria, y una única preparatoria cerca de mi vecindario. Era muy difícil no haberme topado con esa chica al menos una sola vez en nuestras vidas.
Ella estaba mirando hacia afuera, sus manos se pegaban al vidrio de su puerta mientras ella dejaba que el viento tocara su cara como si lo disfrutara. Su cabello volaba hacia su rostro por el aire, parecía disfrutar de la sensación.
Cuando tenía nueve años, Cole llegó emocionado a casa, dijo que sus primos se mudarían a la ciudad y que estaba por llegar al vecindario. Cole era huérfano, por supuesto que estaba emocionado por la idea de ver a alguien de su familia aparte de su abuela y su tía de 16 años que parecía comportarse como alguien de cincuenta por su madures y seriedad.
Ahora conocía a dos chicos más, Aiden y Laurie Blythe. Dos chicos que parecían más los hermanos de Cole que sus primos por el inmenso parecido que tenían con el chico.
Lo importante aquí es: la casa de los Blythe estaba casi en lo más recodito del vecindario, frente a una mansión que parecía castillo del terror rodeada de rosas preciosas, era la penúltima casa antes de que el vecindario terminara. Y, la última casa era la de esa niña que había visto hace años, ni siquiera la recordaba hasta que la vi.
Estaba sentada en el alféizar de su ventana mientras leía Percy Jackson, parecía muy sumida en su lectura como para darse cuenta que había un chico con cabello color zanahoria parado cerca de su jardín mirándola como un idiota.
No la volví a ver, siempre que Laurie iba a jugar con Cole, Aiden se quedaba en casa, y no parecía muy interesado en invitarnos a jugar con él, tenía sus propios amigos mayores que nosotros, Aiden era dos años mayor, así que sus juegos eran menos infantiles que los nuestros, prefería pasar más tiempo jugando videojuegos o paseando por ahí que jugando a la pelota con los amigos ñoños de su hermano.
Luego el tío Nathan se mudó a casa, quería estar cerca de la familia, además, él era psicólogo. Era el hermano de papá, pero él y mamá se llevaban muy bien, eran amigos desde la preparatoria y entendía que era más fácil para mamá tener a alguien que nos sirviera de figura paterna a Annie y a mi después de tantos años.
Cuando Annie y yo cumplimos dieciséis, mamá nos llevó con ella a prácticas con pasantes en el hospital, Annie quería ser doctora como ella, y yo no sabía qué hacer con mi vida, así que accedí a hacerlo.
Pero, un día vi a esa chica en el consultorio de mamá. Estaba acostada sobre una camilla, tenía las manos entrelazadas sobre su abdomen mientras miraba hacia un punto fijo en el techo.
—¿Cuál es su nombre? —pregunte con curiosidad a mamá cuando estábamos en casa.
—¿Por qué tanto interés en esa chica? —inquirió mamá de forma interrogante.
—Ah, una chica ¿Eh? —escuche a Nathan burlarse desde la cocina.
—Me causó curiosidad —moví la comida con mi tenedor mientras miraba el plato— lo que estabas haciendo con esa máquina en su pecho, ¿le sacabas un ultrasonido de su corazón?
Mamá lo medito antes de darme una respuesta. Negativa, por supuesto.
—No puedo darte información sobre mis pacientes —aseveró mamá—, si quieres saber sobre enfermería, deberías asistir a las prácticas como tu hermana.
Obviamente no asistí a las practicas.
Nathan decía que debía trabajar en algo que me apasionara, o como mínimo que me gustara. Para Annie fue fácil, sería una gran doctora, todo eso le emocionaba demasiado, siempre supe que sería tan buena como mamá, pero yo, lo único que me apasionaba era la comida, ¿Qué podía hacer con eso? ¿Degustador?
No sonaba tan mal.
Pasado el tiempo, hubo un funeral.
La madre de Aiden había muerto.
Un año más tarde. Otro velorio para otro Blythe.
El hermano de Aiden Blythe había muerto, era el primo favorito de Cole.
Las tragedias no pararon, pues la abuela de Cole también murió.
Fueron momentos "difíciles". Ver a mi mejor amigo pasarla tan mal me hizo recordar cuando papá murió y mamá estaba igual, cuando yo no la entendía. Creí, que para este entonces el dolor ajeno me haría entender a las personas, pero por más que quise, no supe porque querían que volvieran los que ya se habían ido. Todos siempre les lloran a las personas que mueren, dicen que eran únicas y que jamás encontraran a nadie igual.