Los chicos sin hogar

(14) Escape 2.0

Raro o desconocido...

Oscar.

Tres horas más tarde, me encontraba sentado afuera de la habitación de Aranza con un plato de fruta sobre mis piernas mientras miraba hacia la puerta con mi espalda recargada contra la pared, esperando a que Resse saliera.

Había terminado de pelar una naranja cuando la puerta se abrió.

—Ahora —anunció —, te presento a Ress, una chica común y corriente que no tiene razones para escapar de su hogar.

—Muy bonita la tal Ress y todo, pero ¿Y yo? —inquirí sin prestarle mucha atención—, el cabello color zanahoria no es el que más pasa desapercibido por lo que he escuchado —señalé mi cabeza con algo de obviedad.

—Pero aún no has visto a Resse —le restó importancia para girarse a la puerta y abrirla aún más.

Dejó ver la habitación por completo.

Resse estaba parada frente a un espejo, jugando con su cabello sin despegar la mirada de su reflejo.

Ahora ya no era pelinegra.

Su cabello era castaño.

Llevaba un vestido floreado con unas medias que le llegaban hasta los muslos, sus mismos tenis converse negros viejos de siempre, y ahora tenía la piel pálida más a la vista en sus brazos, pero eso no parecía agradarle mucho.

—¿Qué tal? —me preguntó Aranza.

Me encogí de hombros mientras comía un gajo de naranja.

—Pudiste cortarle el cabello, sería más difícil de reconocer —señalé—, y las medias no le van.

Resse camino hasta el pasillo abrazándose a sí misma con timidez.

—No me siento como si fuera yo —dijo.

—Ese era el propósito —exclamó Aranza—. Y, sobre las medias —se giró a mí—, Resse no ha querido usar el vestido sin ellas, le dije lo mismo, pero es una testaruda.

Resse me miró de reojo, y luego volvió su mirada a Aranza. Escondió un mechón de cabello tras su oreja y luego lo regreso a su lugar, miró su cabello y después a otro lado, luego de nuevo a su cabello. No estaba nada contenta con el resultado.

—Te ves bien —Aranza la tomó del mentón—, y así despistaras a la policía.

—Pero me gustaba mi cabello negro.

Si, su cabello azabache le quedaba mucho mejor, acentuaba sus ojos azules y las pecas. A Resse le quedaban bien las pecas. Yo odiaba las mías, pero a ella le daban un toque de inocencia y esplendor, ya quisiera que se me vieran así de bien, en cambio lo mío parecían granos por toda la cara, salpullido o como si me hubieran salpicado por todo el rostro granos de café y jamás me los hubieran lavado.

—El tinte es una baratija, se caerá con agua.

—¿Enserio?

—Enserio —confirmó—, aun así, deberías aceptarte de castaña, no se ve tan mal, a mí me gusta.

Resse torció la boca en una mueca y luego me miró a mí, como buscando aprobación.

—¿Ah? Si, se le ve asombroso —respondí mirando a todos lados.

—¿Lo ves? A tu chico le gusta.

—No soy su chico —corregí al instante.

—¿Qué hay de Ossi? —preguntó Resse—, ¿No le pintaras a él el cabello?

No estaría mal, solo que mis cejas no eran de mucha ayuda, y el color de mis pestañas tampoco, o mis bellos faciales. Dios, el color zanahoria era literalmente todo yo.

—Le pondremos una gorra —respondió al final Aranza—, ¿Cuál te gusta más?

Alzó una con el logo de una banda que desconocía, pero que era muy famosa, y otra con un pino de navidad.

Tomé la primera sin muchas ganas.

—Genial —exclamó Rubén desde las escaleras—, ni los reconozco.

—Eso mismo les iba a decir yo —Dijo la chica apoyando su brazo sobre el hombro de Rubén.

—Bien, entonces, márchense de aquí —nos corrió el chico.

Resse abrió el cierre de su mochila, hizo un ademan por sacar el dinero, pero Rubén la detuvo.

—No, está bien así, se la debía a Andrew —le hizo saber—, manda saludos de mi parte cuando lo veas.

—¿Enserio? ¡Gracias, Rubén! —sonrió agradecida—, le mandare tus saludos cuando llegue con él —se giró hacia Aranza—, y gracias a ti también.

—Cuando quieras.

Estuvieron diez minutos más despidiéndose hasta que llegaron unos nuevos huéspedes y logre persuadir a Resse para marcharnos.

—Espero verlos pronto —les dijo mientras bajábamos los peldaños de la entrada.

—También, Ress —Aranza sacudió su mano desde la ventana de su habitación.

Al pasar por detrás del auto de policía, me encontré reacomodando la gorra sobre mi cabeza, escondiendo bien mi cabello y encorvándome para minimizar mi altura.

Resse iba como si nada, caminaba a metros de mi admirando los árboles de la calle y sus pequeñas construcciones de hogares para los residentes de Crelsdil.

—Eso fue emocionante —dijo Resse pegándose a mi cuando al fin salimos del radar del auto de policías.

—¿Emocionante? Yo lo calificaría más como algo estresante, pero todos tenemos opiniones diferentes desde nuestro punto de vista —contesté—, si a ti te atrapan, volverás a tu cueva, pero si me llevan a mí, tu madre va a asesinarme.

—Oh, Ossi —hizo un mohín—, eres tan dramático.

Rodé los ojos siguiendo mi camino a metros de Resse.

La mano de Resse se aferraba a la correa de su mochila mientras esta iba casi arrastrándose en el suelo.

—Ya casi llegamos —avise mirando al frente.

Llevábamos una hora caminando hasta la estación más lejana de Crelsdil, y dos horas más de regreso porque había varios policías en ese lugar, así que habíamos optado por ir a la estación de trenes que quedaba en el otro punto del pueblo que ya no se vía tan pequeño ahora que estábamos recorriéndolo.

Además, Resse no podía caminar mucho, así que constantemente hacíamos paradas para que descansara.

—Oh, yo voy a morir aquí —dijo desplomándose en el pasto bajo un árbol en la plaza, nuevamente.

El sol estaba igual de fuerte que ayer, y eso que apenas sería medio día.

Me senté a su lado.




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