Los chicos sin hogar

(20) relojes costosos (parte 3)

Después de todo se siente como en casa...

Resse.

Cuando llegué a la mentada calle, sentí algo de pánico al verla.

No iba a lograrlo.

Estaba peleando contra una calle alta e inclinada, y me estaba dando por vencida tan fácil.

Di dos pasos al frente, y ya sentía el peso de la inercia pelear contra mi cuerpo a pesar de que no había comenzado la peor parte.

Regresé sobre mis pasos, y traté de tomar impulso, pero cuando intenté ir un poco más rápido, sentí mi pierna flaquear y caí al suelo sin poder prevenirlo.

Me di la vuelta en el suelo y recargué mi espalda contra una pared de ladrillos de uno de los edificios viejos.

Trate de levantarme, pero cada esfuerzo que hacía era inútil, no podía hacer mucho por mi cuenta.

Me entraron ganas de darme la cabeza contra la pared.

Me sentía tan frustrada.

Aún tenía una ligera esperanza de que todo iba a mejorar, pero, ¿A quién engañaba?

Cada día me sentía más débil.

Al despertar sentía que mi pecho se contraía y dejaba de respirar, me levantada respirando agitadamente mientras sudaba, pero mi cuerpo estaba completamente frio, mis manos, mis pies, se sentían helados a pesar de estar en un lugar con un clima normal.

Eran pequeñas señales de que estaba muriendo, pistas de que pronto no podría seguir adelante.

¿Cómo lo iba a tomar Elliot cuando se enterara?

¿Iba a seguir siendo el chico fuerte y frio que conocía?

Ya no podrá ir a mi habitación, ya no me leerá libros, no volveré a ver su nariz respingada o sentir sus frías manos sobre mis mejillas.

¿Qué hará Andrew?

¿Volverá a apagarse?

Tal vez y mi salud no me dé lo suficiente como para llegar a encontrarlo, tal vez no pueda volver a verlo una última vez.

¿Cómo se sentirá Nolan al ser hijo único?

Siempre que llegaba de la universidad tocaba mi puerta, mostrándome lo que había hecho en clase, peleábamos por el mejor control de la consola y siempre dejaba ganarse.

¿Cómo lo tomaría Oscar?

Supongo que esa es la única pregunta que no puedo responderme con posibles cosas.

Tal vez solo debería...

Sentí las lágrimas acumularse en mis ojos.

Si sé que nadie me vera llorar, pero odio hacer esto.

Andrew estaría tan decepcionado.

"Luchare días y noche, hasta que mi corazón me lo permita"

Le había dicho aquella vez sin saber que sería mi corazón el que no me lo permitiría.

Sin poder contenerme, escondí mi rostro entre mis manos sintiendo las inmensas ganas de rendirme.

Yo tenía que ser lo mejor de mí, quería vivir tanto, ver tantas cosas.

Quería hacer tanto, y no podría hacer nada.

Traté de secar las lágrimas pasando mi mejilla con mi hombro, pero era inútil, solo sentía que era inevitable no dejar que cayeran.

Con mi mano en mi frente y la otra sobre mi pierna izquierda, comencé a dejarme ir por lo que sentía.

Me tapé la boca con mi mano y ahogué los sollozos contra la palma de mi mano.

Esto era tan patético.

—Resse —susurró Ossi tirándose a mi lado en el asfalto de la calle.

Entreabrí mis labios, soltando un quejido seguido de un sollozo.

—¿Qué pasa? —preguntó tomándome la cara con ambas manos—, ¿No puedes subir? ¿Necesitas que te ayude a levantarte? ¿Te sientes mal?

Parecía preocupado, fue entonces cuando me di cuenta que no solo lo parecía, lo estaba.

Y comencé a llorar aún más.

Había hecho que otra persona estuviera conmigo, había escogido a otra persona para sufrir el día que todo esto terminara.

Yo no quería que Oscar llorara por mí, no quería que le doliera.

Tenía la esperanza de que cuando todo esto pasara, Ossi siguiera sin poder sentir dolor por otras personas, que no sintiera nada por mi cuando...cuando todo terminara.

—Resse —me llamó con insistencia—, dime que te pasa.

No podía articular ni una sola palabra.

Ossi pasó ambas manos por mis hombros y comenzó a tallar de arriba abajo la tela como para darme calor, mientras miraba a cada lado de la calle.

—Es solo que...

Estuve a punto de decirle lo que pasaba, abandonar el plan.

Decirle la verdad era resignarme a que regresaríamos a casa.

—No es nada —dije al final.

—¿Que? —preguntó desconcertado—, no estabas en la casa, entre en pánico —confesó soltando una risita incomoda—, creo que me siento responsable de lo que te pase —agregó.

Cerré los ojos y eché la cabeza para atrás en un gesto de frustración.

Me daba vergüenza que me viera llorando, que quisiera consolarme. Esto era tan irritante y odioso, que creyeran que podían hacerme sentir mejor con palabras bonitas como si tuviera cinco años de nuevo.

—No eres mi niñero —dispare, furiosa.

—Pero soy tu amigo.

Sequé mis mejillas dignamente, esperando a que Oscar olvidé todo esto.

—Resse, somos amigos —insistió—, yo te he hablado de mí y me has escuchado, es justo que ahora tú me hables de ti, yo puedo escucharte —dijo en un tono bajo—, puedo escucharte —repitió, esta vez en un susurró.

Negué.

—No somos amigos —refute más por el enfado que otra cosa.

Ni siquiera sé en qué momento pasé de estar triste a estar enfada. Estaba a la defensiva con Oscar, y soltar cosas sin querer son causa de mi frustración.

Oscar junto ambas cejas, intentando esconder el claro disgusto plasmado en su rostro.

—Bueno, compañeros de viaje —repuso sin darse por vencido.

Hizo un ademan por llevar su mano hasta mi hombro, pero me moví antes de que pudiera tocarme.

—Vamos, Resse —se irritó—, ¿Qué quieres que haga? ¿O que no haga? —se enfadó—¸se directa. ¡Odio no entenderte!

Ahora él también comenzaba a enojarse.

—No quiero que entiendas, solo cállate y vamos a casa —hice el intento por levantarme, pero Oscar me detuvo antes de poder siquiera moverme.




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