Justo y necesario...
Oscar.
(17 Enero)
Sentí como alguien sacudía mi hombro.
Mascullé algo medio dormido.
—Zanahorio, despierta.
Volvieron a sacudirme.
Me incorporé incómodamente.
—Ossi —alargó la i.
—Es muy temprano —mascullé.
—Tienes que ir a trabajar, vamooos —anunció.
Me dolía la cabeza, y tenía mucha sed.
¿Qué paso anoche?
Me di una ducha para contrarrestar el dolor de cabeza, y al salir me encontré con la habitación vacía.
Al bajar, ya todos se habían marchado a sus respectivas actividades del día. La gente hace cosas un miércoles por la mañana.
Resse era la que siempre se quedaba en casa con Marian, a quien por cierto no he querido toparme mucho los últimos días.
Miré por la ventana de la cocina, encontrándome a Resse en el jardín, como la primera vez que hablamos, solo que esta vez no era a mí a quien tenía enfrente, si no a Issac, otro chico del hostal.
Mientras daba un sorbo a mi café, me quedé observando a ambos chicos sentados en el césped. Resse hacía amigos por todos lados, siempre tan amigable.
¿Así de fácil se hizo mi amiga?
La respuesta era sí.
Solté un bufido, molesto.
Resse hacía amigos fácilmente, y me alegraba que no tuviera miedo a salir al mundo exterior después de tantos años encerrada y sin socializar, pues Resse era encantadora. Pero no podía evitar molestarme el hecho de que yo solo había sido un amigo nuevo de Resse, como Isaac, como Oto, como Rubén o Hiram. No era especial.
Pero tampoco quería ser especial, no me entendía a mí mismo.
Solo no me gustaba ser un amigo más.
No quería ser egoísta y tener a Resse para mi solo, pero no me gustaba la idea de ser un simple amigo que había hecho, por alguna razón, sentía que Resse y yo ahora no solo éramos amigos normales, que yo y ella compartíamos el haber escapado y eso nos hacía compañeros de viaje y que era el único, que era más especial que los otros.
Lo sé, estoy sonando como un idiota.
Solo quiero ser olvidado cuando se encuentren más personas cerca.
No quiero que Resse se olvide de mí, que sea uno más del montón.
La idea de significar algo para a alguien de pronto me parecía interesante.
—¿Tan temprano? —se burló Julián del pedido de uno de los clientes que más frecuentaba el bar por las mañanas.
—Tu sírveme, tuve una mañana difícil —responde él.
Pasé el trapo por la barra y atendí a otro anciano sentado en uno de los bancos.
—Whiskey, el más fuerte que tengas —pide dejando el dinero en la mesa.
Me di la vuelta, topándome con Julián.
—¿Por qué traes esa cara? —me interroga con una ceja enarcada mientras limpia una de las copas con un trapo.
«Porque me la pasé toda la noche pensando en las pecas de Resse»
—Es la única que tengo —le respondo cortante.
—¿Enserio? Qué casualidad, Andrew me mostró una vez una foto de su primo y Resse, y tenías una cara muy diferente a esta —menciona con suspicacia—, y otro color de cabello, es más, recuerdo que tu nombre era...¿Nolan? Si, ese.
Rodé los ojos, irritado.
—Bien, me atrapaste —acepto sin muchos ánimos.
—Entonces dime, ahora que sé que no son hermanos, ¿Andas de mal humor por la chica pecosa que finge ser tu hermana? —inquiere, dejando el pedido al hombre en la barra.
Me encojo de hombro mientras guardo el dinero en la caja.
—Solo no dormí bien, déjame en paz —le espeto con un pequeño tono de enfado.
—Nah, para mí que te gusta —se burla—, ¿O me equivoco?
—Te equivocas —espeto nuevamente, a la defensiva.
Julián suelta una carcajada sin más remedio, dando a entender que no se ha tragado aquello.
—Te apuesto, que tú a ella sí —dice en un tono juguetón.
Idiota.
—Pues que mal por ella.
—El día que saliste con mi hermana, ella no parecía muy contenta que digamos —comentó, incitante—, apuesto a que estaba celosa.
—Resse no es así —le hago saber—, ella misma me dijo que saliera con Marian.
—Piensa lo que quieras, yo sé que le gustas.
No dice más, solo se da la vuelta y sigue trabajando.
¿Sera que sí?
No, Resse me hubiera dicho. ¿O no?
Odio no entenderla.
Como detesto no poder comprender a los demás, las simples señales y pistas pequeñas.
—¿Y mi Whiskey? —pide el anciano de antes.
—Resse, cállate —le dije tapando su boca con mi mano.
Tenía una pierna apoyada en el reposabrazos del sofá, y el otro el en suelo.
Despegó la palma de mi mano y sonrió viendo algo detrás de mí.
De pronto, un pequeño bicho estaba sobre mi pecho.
Oh, esa maldita rata.
Me incorporé de golpe y tomé a Frijolito de la cola, pero este comenzó a lanzarme mordidas y rasguños al brazo, defendiéndose a muerte.
—He casado la cena de esta noche —le dije, mirándolo fijamente—, cenaremos Frijolito al horno.
—Que desagradable —chilló Resse.
Me arrebató al perro y lo dejó andar por todo el cuarto con total libertad.
No, no deberían dejar ir por allí, así como así, a esa bestia, era un peligro y...
—¿Quieres salir un rato? —me pregunta ella sacándome de mis pensamientos de homicida de perritos.
—Aja —asiento.
—Bien, entonces báñate y vístete —se levantó, apoyándose sobre su pie bueno—, iremos a pasear por ahí con Frijolito, tengo que comprarle un suéter, estamos en invierno y no quiero que pesqué un resfriado.
Solté un bufido mientras me levantaba.
Esa cosa tenía tantos privilegios, no podía no sentir envidia.
¿Como rayos siento envidia de un perro pulgoso?
—¿Que tal este? —me pregunta, señalando un suéter con gorrito—, oh, este está demasiado lindo —elevó otro trajecito de Santa Claus.