Grandes son las cosas que he visto, una y otra vez me doy cuenta de lo solo que me encuentro, veo como mi existencia se desvanece y se vuelve cenizas, cada que miro atrás ya no hay nada a lo que volver, mis fuerzas solo me dejan mirar hacia adelante, y sobre todo mirar hacia arriba, lo veo, me consuela y me aterra, el cielo amatista, su fulgor me envuelve y me indican que debo hacer.
La montaña que subo es mi final, siento con cada escalada como mis fuerzas me abandonan, pero el fulgor me revitaliza aunque sea para alcanzar mi final. Las estrellas me observan, desde sus atrios sin final en aquel vacío inconmensurable contemplan mi esfuerzo sin final, el cielo amatista me consuela y me aterra, pues grande es lo que no puedo contemplar al final de ese vacío final.
Al llegar a la cima me recibe un cielo sangrando, las estrellas lloran y el cielo deja caer sus lagrimas cristalizadas en hielo, la luz amatista las envuelve, el espectáculo en el cual el planeta de Aynux está son las lagrimas del cielo cristalizadas, es hermoso y aterrador. Cansado y abatido me acuesto boca arriba y dejo que la luz me envuelva, los veo descender entonces, amorfos, sin sentimientos, sin una mente que comprender, me envuelven, los dioses me arrullan y me despedazan, siento paz en este dolor inimaginable, mis cuencas ahora vacías me permiten ver la verdad, los apéndices que me devoran son terribles. Una melodía infernal se escucha, las flautas, violines y liras que se oyen al unisono dejan entrever una enorme corte, y yo siendo el alimento para aquel sultán idiotizado, mis tímpanos se destruyen y aun así el dolor de la música lo siento. El fulgor me envuelve y me aterroriza, con mi ultimo aliento logro gritar una cosa ¡IÄ!.