Pagué el motel con efectivo así que no tenía miedo de ser descubierto tan fácil, pero sabía que mis huellas estaban por todos lados, sin contar la habitación llena de sangre.
Enterré el cadáver a lo fondo del bosque como lo marcan las reglas en estos casos, o como vi que los criminales lo hacían en las películas. Limpié la cajuela y lo más complicado de quitar fue el olor, quemarlo hubiera sido un error aun más grande. Pasando las horas la idea de fugarme sin decir palabra comenzó a crecer. Me tomé todo el día para pensar mis coartadas, mis mentiras, en una lucha en mi mente entre encontrar las mejores y lidiar con mi conciencia.
Finalmente llegué al restaurante y sentía las miradas de todos, como si cada persona ahí, entre la familia y desconocidos supieran lo que había hecho, no sólo de la muerte de la chica sino cómo fue que lo hice, cómo destrocé su cuerpo si no había armas blancas, ni siquiera unas tijeras para cortar la piel y mucho menos la carne. Nunca fui un asiduo a la lectura de fantasía, por lo que saber que la respuesta se encontraba en la palabra "licantropo" estaba lejos de ser descubierta por mí.
Entre platicas escuché sobre la desaparición de la chica, sobretodo porque no llegó a trabajar, y entre los miedos de su paradero se añadieron al hombre degollado, esa distracción podría servirme hasta cierto punto. Pero la culpa no me dejaba concentrarme, cometí muchos errores en el servicio esa noche y fueron regaños tras regaños por parte de mis padres. Estuve a punto de colapsar y me senté en la cocina, mi rostro estaba tan pálido que mi madre me ofreció un vaso de agua y algo de comer.
Esta vez pude digerir la comida, pero algunos aspectos cambiaron, el agua se sentía como seda por mi garganta, suave, no solo refrescante, sino sanadora, y tragué el vaso en un instante, que hizo que mi madre no me perdiera la pista. Después probé algunos vegetales, pero la gloria en mi paladar fue la carne, sin titubear la pedí a termino medio y cada mordida se volvió en éxtasis. Mis expresiones de placer pusieron una sonrisa en mi madre, lo que me dejó más perturbado.
Mi padre interrumpió la cena con cuestionamientos. Mi semblante estaba más tranquilo así que eso le dio seguridad para preguntar hasta el más mínimo detalle y algunas de mis mentiras por poco se salen de lógica. A grandes rasgos le dije que me fui de fiesta a un antro cercano y que dormí en casa de un desconocido, para evitar que hiciera preguntas a alguien más. Me dio un sermón sobre responsabilidad y que a sus 25 años ya estaba casado y con dos hijos, mis hermanos mayores.
Mi huida había quedado en segundo plano pero no lo descartaba, solo necesitaba pensar qué hacer. Siempre quise visitar el mundo o al menos salir de la ciudad o el país, me sentía sofocado y ahora más. Investigué por Internet e hice cuentas de lo que podría acumular si vendiera todo lo que tenía, era suficiente para un boleto de avión al extranjero y dos semanas de estadía discreta. Nunca estuve mucho tiempo lejos de casa y no sabía si podía sobrevivir ni siquiera un día y eso me daba más miedo.
Me senté con mis padres y les platiqué mi plan de independizarme, mi madre lloró un poco y mi padre asentó, ambos tenía confianza en que lo lograría. 25 años para algunos era incluso tarde para salir de casa, pero se trataba de un negocio familiar y ciertamente estaba muy apegados a ellos. Comencé a vender todo e intenté irme antes de que pasara otro mes, pero mis planes no fueron tan exitosos. Sobre mi destino, quise largarme lo más lejos posible, así que aposté todo para un vuelo a México, siempre me gustó su cultura y en los documentales la gente parecía amable.
La noticia de la habitación ensangrentada salió en las principales publicaciones y cómo supuse, lo ligaron al caso del hombre degollado, aunque esta vez no encontraron el cadáver, al menos aún no. Pase las siguientes semanas con pesadillas.
El día llegó, otra luna llena y hubiese sido muy estúpido no saber que algo pasaría. Lo primero que me vino a la mente fue un episodio de locura, quizá la mordida me había contagiado de algo que me volvía loco. Durante ese mes mi alimentación se basó principalmente en carne, en termino medio como en termino crudo. La primera semana comencé a engordar un poco pero al paso de los días la vanidad me impulso a hacer ejercicio, corría muy temprano y me ejercitaba por alrededor de una hora, como si mi cuerpo lo pidiera. La imagen de aquella habitación ensangrentada poco a poco su impacto se difuminaba y dormía más tranquilo. Me sentía más culpable que nunca.
No me interesaba por ese momento el salir con alguien más, era lo ultimo en que pensaba, pero si algún día sucediera, debería pensar como proceder. No soy el hombre más guapo, pero me defiendo. Mi piel es morena oscura, soy de estatura mediana, la barba la dejo según la ocasión, y tengo pelo en pecho que en estos dos últimos meses parece haber aumentado. Ojos marrón y cejas tupidas enmarcan mi rostro, y siempre he estado orgulloso de mi sonrisa.
Llegado el día cargué mi celular al máximo, y llevé un par de bancos de energía, un pequeño tripie, una linterna y caminé a las afueras al anochecer. Coloqué el celular, esperé y esperé. Me recosté en el suelo y miré a las estrellas, a, hacía un poco de viento pero no tenía frío, como si mi cuerpo conservara una temperatura ideal. El cansancio comenzaba a ganar la batalla así que intenté quedarme despierto como pude.
A las 23:00 horas mis ojos comenzaron a arder de nuevo, el reflejo de la luna llena comenzó a encandilarme, cerraba y abría los ojos con rapidez hasta que se acostumbraron a la luz, y descubrí que mi vista mejoró y podía ver entre la oscuridad. Mi sangre hervía, me despojé de toda mi ropa y aún así me sentía caliente, el viento no me refrescaba en lo absoluto. Recordé el celular y con mucho esfuerzo la encendí, le conecté el banco de energía por si acaso y encendí la linterna. Primero me recosté en posición fetal hasta que una comezón recorrió mi cuerpo. Usaba mis uñas para rascarme tan fuerte que temía romperme la piel. Las encías comenzaron a molestarme, apretaba los dientes, pero en algún momento ya no podía cerrar la mandíbula. Me puse en cuclillas y después con mis manos hacia el piso, como un animal cuadrúpedo. Grité desconsolado y lagrimas rodaron por mis mejillas sin control cuando sentí como los vellos de mi piel eran reemplazados por cabello naciente que miré aparecían rompiéndola en mis brazos y en mis manos. El dolor me dejó al punto del desmayo cuando los huesos de mis manos crujían y se alargaban, y mi piel se inflaba un poco a punto de reventar por completo. El mismo dolor y aun más potenciado lo sufrí cuando sentí que mi quijada y mi maxilar se modificaban, y lo último que recuerdo consiente es como mi grito de dolor se transformó en un aullido.