Los colores del alma|lg(b)tq+

Capítulo 48. Un paso a la perdición.

Fruncí el ceño, estaba parado ahí sin hacer nada, con esa vieja chaqueta de mezclilla que le había regalado en uno de nuestros aniversarios, solía decir que era igual a las chaquetas que usaba mi padre para trabajar y lograba causarme mucha risa.

Sus ojos oscuros están sobre mí, no sabía qué hacer. “¿Debería bajar a preguntarle la razón por la que está aquí o simplemente ignorarlo?”

Él me ofrece una sonrisa y yo me mantuve en neutro, no había olvidado aún todo lo que estaba haciendo, como hablaba de mi ahora novia y como es que quería dañarla. Ya había tenido suficiente con él.

Me retiré de la ventaja y me apresuré en bajar, sentía algo de enojo por su presencia aquí, sabía que sólo quería fastidiarme. Abrí la puerta principal. —Alex. —Pronuncié y me contengo al no verlo más ahí parado, observé a mi alrededor y nadie estaba más.

Me quedé parado ahí, sintiéndome extraño por todo esto. Juraría que él estaba aquí, retrocedí lentamente y entré a casa.

Frente a él, en un lugar cálido de su departamento, el aroma a fresa y mando llenaban mis fosas nasales. Sobre la cama en la que solíamos siempre querernos, sintiendo mi cuerpo acompañado…sus ojos oscuros están fijos en los míos, mientras que su mano acaricia mis delgados rulos, no entendía nada, sólo lo miraba.

—No sabes cuánto te he extrañado. —Susurra, mientras que todo dentro de mí se siente diferente.

—Alex. —Mis labios lo llamaron, mientras que su rostro se sonrojaba lentamente y a la vez se iluminaba por una sonrisa leve. —¿Quieres decirme por qué estás aquí? —Sus ojos observan mis labios con deseo y muerde los suyos.

No podía moverme, pero no sentía la necesidad de hacerlo, sólo estaba en un momento de paz, por alguna razón.

—¿Puedes dejar de hacer preguntas? —Me mira y lentamente se acerca a mis labios, besándome con lentitud.

Me quedé quieto, sintiendo como la sangre recorría mi cuerpo de algunas maneras, sus labios bajan a mi cuello un poco, sintiendo el placer en mi cuerpo. —No. —Susurré, cerré los ojos. —¿Quieres parar? —Entonces sus labios vuelven a los míos y muerden el labio inferior, su risa cambia por completo y abro los ojos.

Joanne.

Mantengo mis ojos abiertos al tope y su confusión está en su rostro, ella sonríe. —¿Qué tienes? —Me senté levemente y observé que estaba en su habitación, mi pecho estaba levemente agitado, mis manos llegan al rostro y lo tallo.

Sus manos están sobre mis hombros.

—¿Qué sucede, cariño? —Me pregunta de nuevo. —¿Te he incomodado? —Dice con cierta culpa, quito las manos de mi rostro y le miro, sus ojos están con cierto brillo de culpa.

Entonces me doy cuenta de que había estado soñando con él, con el chico que me rompió el corazón hace meses y ahora había invadido mis sueños.

Joanne espera mi respuesta, mientras que me siento culpable ahora. “¿Qué mierda fue eso?”

—No. —Susurré. Y le mostré una sonrisa, mientras que su rostro parece aliviado. —Lo lamento, yo…—Me contengo y ella está mirándome. —Es sólo que yo estaba muy dormido y me fue muy confusa la situación.

Ella asiente, veo que viste su uniforme de la cafetería.

—No me digas que hemos vuelto al infierno con olor a café y donas. —Le digo y ella se ríe.

—Así es, Williams. Así que arriba, flojo. —Me dice y se levanta de la cama. —Recuerda que fuimos citados hoy.

—Mierda, ¿Por qué los lunes 27 existen? ¿No podrían exterminarse o algo así?

Me pongo la camiseta y me levanto, me había dormido sin ella, pensaba quitarme el pantalón, pero sabía que esta no era mi casa.

Observé el reloj que marcaban las cinco de la mañana con cuarenta minutos. —Posiblemente deberíamos proponer una ley que elimine los lunes 27, así no regresaríamos a trabajar nunca. —Se burla.

—¡Oh, nena, tú sí que entiendes de lo que hablo! —La señalé con alegría y ella estalla en una carcajada.

Arreglé la cama y bajamos juntos al primer piso en esta cómoda casa. La abuela de Joanne estaba poniéndose el mandil. —Buenos días, señora Lean. —Le digo y llego hasta ella, besándole la frente. —¿Cómo ha amanecido? —Mi beso le ha sorprendido y se ríe.

—Buenos días, Jackson. Bien, veo que tú si amaneciste muy bien. —Me dice.

Solté una pequeña risa.

La verdad era que no era por cómo había amanecido hoy, sino el cariño que le tenía y mi profundo agradecimiento por permitirme quedar en casa. Joanne me abraza por detrás y extiende el papel en sus manos. —Aquí tienes, cariño. Este es el número de la habitación de tu papá. —Me dice y me giro a besarle la cabellera.

—Gracias. —Le había pedido a Joanne el número, siendo que ella lo había anotado. Miré los dígitos en el papel y luego lo guardé en el papel.

—¿No piensas llamarle ya? —Me pregunta y negué.

—En realidad, quiero esperar algunos minutos, sé que es muy temprano para él. —Le digo y tomo uno de los mandiles que colgaban de la pared. —¿Qué vamos a preparar el día de hoy, abue? —Le digo algo entusiasmado. Ella se ríe.

—Migas. —Me dice. —¿Las conoces? —Frunzo el ceño.

—¿Migas? —La miro. —¿Eso se come? —Sonaba algo como “hormiga” —¿no son muy diminutas para cocinarlas?




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