Los colores del alma|lg(b)tq+

Capítulo 49. Un amor que trae problemas.

Las voces que acompañaban la cena eran tranquilas y alegres.

Estaba con la mirada fija en la comida, Joanne estaba a un lado de mí, aún no podía verle la cara a su abuelo.

—En realidad creo que me siento más fuerte con una pierna. —Mi padre dice, riendo junto a los abuelos de Joanne. Moví la comida con mi cubierto, estaba pensando en lo que habíamos hecho.

Había traicionado la confianza de su abuelo, por segunda ocasión, sentía que le había fallado de cierta manera, y no lo había tenido en cuenta hasta ahora.

Siento la mirada de Joanne, pero tampoco me atrevo a mirarla. “¿Y si estábamos yendo muy rápido?” es decir, sólo llevábamos un mes y lo habíamos hecho dos veces ya.

“¿Qué sí ella se arrepentía después? En un año, en dos, o quizá toda su vida”

Llevé el cubierto a mi boca, estaba tratando de disimular mi vergüenza y mi preocupación.

—¿Sucede algo? —Me susurra, noto su preocupación. —Estás muy callado.

Negué, con una media sonrisa. No podía decirle aquí, sólo negué.

—Pensaba en el trabajo. —Le susurro, mintiéndole y ella frunce el ceño y niega.

—¿Te preocupa algo? —Me mira.

—No, en realidad, sólo trato de recordar los horarios. —Le digo.

Ella no dice más.

-

La puerta del lado del conductor se cierra, me veo algo cabizbajo en los asientos de atrás del taxi, mi padre está en el asiento del copiloto y agita la mano para despedirse de la familia Lean. Ellos agitan sus manos igual, mientras que Joanne está callada, sólo mirándonos.

El señor del taxi comienza a avanzar y les doy una última mirada.

A medida que avanzamos, siento la mirada de mi padre por el retrovisor, exhalé.

—Vamos, sé que quieres decir algo. —Le digo mirando hacia la calle, mientras que admiro las casas del vecindario.

—No diré nada, si es que te molesta. —Suelta con una pequeña risa, el taxi se detiene en un semáforo.

“¿En realidad quería que dijera algo?”

—Si se trata sobre lo callado que estuve…—Me detengo. —Quiero que sepas que nunca en mi vida sentí tanta vergüenza como hoy. —Le confieso y conecto nuestras miradas, él se ve sorprendido. —Él tiene toda su confianza en mí y…—Exhalé frustrado. —Mierda, siento que he defraudado a la única persona que confiaba en mí.

Noto esas facciones en su rostro, las que me dicen que le ha dolido que haya dicho eso.

—No puedo sacarlo de mi cabeza. —Le digo y avanzamos nuevamente. Él se muestra muy callado, los minutos restantes de nuestro camino son tranquilos, el taxi se detiene en cuanto estamos frente a casa, me bajo y alcanzo la silla de ruedas que estaba en la parte de atrás y la extiendo para ayudarle a bajarse.

Le agradezco y le pago al señor.

Entrando a casa, observé lo callado que estaba. —¿Quieres que te ayude a algo más? —Me ofrezco. Él me mira.

—Sí. —Dice y mira sus manos. —He pensado que empezaré a dormir en la sala.

Frunzo el ceño.

—¿Hablas en serio? —Le pregunto.

—Sí, será muy pesado para ti, bajarme y subirme todos los días por la escalera. —Me dice. —Sólo quiero una almohada y una cobija, dormiré en el sofá.

Sus palabras me hacen caer en cuenta que ese accidente ha cambiado completamente nuestras vidas, hasta en las mínimas cosas, como el dormir.

—No es problema para mí el ayudarte. —Le digo. —Te sostendré de la derecha y juntos subiremos las escaleras. —Le menciono. —Mañana te compraré unas muletas y te será más fácil caminar. No tienes que detenerte. —Le sonreí.

Él me mira y asiente.

Lo sostengo y comienzo a sostenerlo para subir poco a poco, nos tomó por lo menos quince minutos llegar al segundo piso.

—Mierda, nunca había tardado tanto en subir las escaleras como ahora, creo que así será por el resto de mi vida. —Me dice y siento algo extraño en el pecho.

—¿Quieres descansar? —Lo miro y niega.

—Sigamos o se nos amanecerá aquí. —Se ríe y continuamos hasta su habitación, lo siento en la cama y su respiración es agitada, sé que es muy difícil para él todo esto.

Una vez que terminé de ayudarle, me recosté en mi cama, mi nariz reconoce ese olor a vainilla en la almohada, inhalo para tener más de ella, estaba tan cansado y sabía que apenas empezaba todo.

-

28 de mayo.

—¡Corre, Williams! —Grita el entrenador, corrí por toda la cancha con el balón en las manos, esquivando a los demás chicos, mi pecho estaba loco. —¡Anota!

Corrí decidido a anotar, salté y en segundos ese idiota me derriba. El pasto rosa mi rostro.

Mierda.

—Un completo debilucho. —Suelta Jasón. Me incorporé y lo miré con coraje.

—¿Quieres que te rompa la cara nuevamente, idiota? —Le dije empujando su pecho.




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