Los Condenados

Capítulo I

La blanca luna se abría paso entre las negras y cargadas nubes invernales, iluminando las ruinas de lo que alguna vez fue un enorme y hermoso castillo. Un Figura alta y encorvada salió de ente los escombros arrastrando sus pesados pies que se hundían en el cenagoso lugar que, en vidas anteriores habría sido un hermoso jardín. La silueta que, de pie se mecía al ritmo de la seca hierba alta que lo rodeaba, no era más que un bulto sin propósito; era un anciano que a cada exhalación dejaba escapar lo poco que le quedaba de vida. Sus enormes ojos lechosos  miraban con detenimiento el ensanchado hoyo que parecía haberle cortado el paso. Pero aquel hueco en la tierra no estaba allí por coincidencia, como tampoco lo era que el anciano lo mirara; ese hoyo en la tierra que parecía tragarse todo lo que se le acercaba, había sido un pozo; uno que sirvió a  un propósito muy particular; propósito del cual él no tenía idea. El negro fango le cubría por completo los pies descalzos, el pálido y marchito cuerpo apenas y era abrigado por unos girones de vieja tela que asemejaban una bata, la cabeza era adornada por contados cabellos plateados que se desprendían con facilidad al más mínimo de los soplos.

En la lejanía se podía escuchar claramente el rumor inconfundible de la hojarasca arrastrándose entre raíces, troncos secos y rocas de un bosque que bordea un páramo que no huele a otra cosa que no tenga que ver con la muerte. El susurro del viento colándose entre los viejos árboles recreaba aquel místico sonido que tanto caracterizaban a los gigantes dormido de los cuales la biblia hablaba y que ahora ya olvidó.

Desde aquel lugar, desde la torre más alta del destruido castillo, en los días en los cuales las nubes dejan de ser celosas, se podía apreciar en la lejanía del horizonte y sobre las escarpadas montañas,  una pequeña franja de oscuro mar profundo. Y si se tenía suerte y buena vista, se podía apreciar uno que otro barco enorme que pronto arribaría en las costas donde se erigía un pequeño pueblo mercante. Y detrás de esa vista, hacia cualquier punto cardinal al que se dirigiera la mirada, se podían apreciar varios de los picos nevados que conformaban una cordillera casi inexplorada. Aquel lugar desolado y perdido en lo alto, era evitado y temido por todo hombre que hubo escuchado las leyendas que se contaban sobre él. Después de poco menos de un siglo a lo mucho, había aún con vida una o dos personas que aún recordaban aquello que se contaba sobre aquel lugar y sabían que no hubo sido fantasía; y que el demonio que era retratado en los relatos había sido real y mucho más aterrador de lo que las palabras pudieran plasmar.

El primero de los miles de copos de nieve que traería el crudo invierno se posó en la aguilucha nariz del anciano, tal vez fue el frío de la nieve lo que hizo que volviera la mirada hacia un lado y después hacia el otro. Tenía los ojos desorbitados y llenos de pánico. Pero sus ojos cansados, casi muertos, no podían ver lo que en verdad había ante él. El paisaje que tenía ante sí, se dibujaba a tenues pinceladas.  La mente del moribundo no podía interpretar la realidad y vez de eso se dejaba envolver por una ilusión. El viento arremetió con furia su cuerpo desvencijado, trayendo consigo algo más que polvo y hojas secas, era una voz, un susurro que intentaba, a toda costa, penetrar y hacerse entender a los oídos del anciano, pero el rumor era poco inteligible.

El anciano cerró con fuerza la mandíbula, dejando al descubierto todos los dientes amarillentos, apretó los puños hasta enterrarse las largas uñas en las palmas. Se resistía. Y antes de que la frustración lo hiciera gritar, lo comprendió; entendió lo que el viento trataba de  decirle...

Dejó caer los lánguidos brazos al costado, relajó su semblante y cerró los ojos sucumbiendo ante lo demandado por la melodiosa voz. 

El viento repetía una y otra vez un nombre; su nombre…

<<…James…,>>.

¡No, no era el viento el que lo nombraba!

Una sombra se había deslizado con sorprendente rapidez desde el cobijo de las ruinas. Aquella sombra amorfa se había posado a pocos centímetros de la espalda del anciano, había curvado su cuerpo renegrido y acercado su cabeza enfundada bajo la oreja de James. La boca de aquella sombra se movía con rapidez, como si cantara una canción de cuna a un bebé al que se desea mantener dormido. Pero no fue la melodiosa voz de la sombra lo que logró relajar el cuerpo decrepito del anciano, sino la mordida que recibió en su cuello.



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En el texto hay: vampiros, venganza, ilusiones

Editado: 21.08.2020

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