Los Cortez y el libro de las hadas

Capitulo 2: El Pueblo De La Rosa

Ambos hermanos habían sido absorbidos por el portal, y durante unos segundos perdieron el conocimiento.

El primero en despertar fue Pedro. Al abrir los ojos, lo primero que vio fue a su caballo muerto, con un corte limpio en el cuello. A su lado, un hombre de cabello largo y rubio, con unas orejas puntiagudas que sobresalían de entre su melena, lo observaba con desconfianza. Al girar la cabeza, Pedro notó que no estaba solo: más hombres y mujeres de aspecto similar lo rodeaban. Todos vestían armaduras blancas, portaban espadas, y algunos cargaban arcos de madera clara.

—¡Hermano, despierta! —susurró Pedro con voz baja, sacudiendo a Julio con insistencia.

Julio abrió los ojos lentamente. Cuando su vista logró enfocarse y distinguió a aquellos guerreros, desenfundó su revólver sin pensarlo dos veces y disparó hacia uno de los que no portaban armadura. Pero una de las guerreras reaccionó con rapidez: con su escudo desvió la bala, y en un ágil movimiento le arrebató el arma a Julio, dejando el filo de su espada rozando su cuello.

Pedro, con temor, arrojó su arma al suelo y levantó ambas manos, intentando calmar la situación.

—¡Por favor, no queremos hacerles daño! —gritó, agitando los brazos nerviosamente.

—Es inútil. Estos orejones no nos entienden. Seguramente son extranjeros —gruñó Julio, con la espada aún amenazando su garganta.

—¿Y decías que no íbamos a morir? ¿¡Cómo!? —exclamó Pedro con resignación.

Dos hombres se acercaron a ellos. Uno era un anciano de barba larga y túnica blanca; el otro era más joven y no portaba casco. Hablaban en un idioma incomprensible para los hermanos. El joven sacó unas plantas de una bolsa de cuero y las colocó en la boca de Julio, mientras el anciano hacía lo mismo con Pedro.

—Tráguenlo. Si no lo hacen, no podrán hablar —ordenó el elfo joven, con voz firme.

Julio dudó por un instante, pero acabó tragando. Al instante notó que podía comprender lo que decía el extraño. Pedro, al ver a su hermano, hizo lo mismo.

—¿A qué reino pertenecen? Les advierto que si mienten, les empezará a arder el cuerpo hasta que digan la verdad —sentenció el joven elfo, con los ojos fijos en Julio.

—¿Reino? A México, creo... —respondió Julio, desconcertado.

—No sabemos qué está pasando. Estábamos en otro sitio, nos atrapó una tormenta, y al despertar llegamos aquí. No queremos problemas —explicó Pedro, con tono suplicante.

—Al parecer no mienten, ya lo hubiéramos notado, mi señor —dijo el anciano, dirigiéndose al elfo joven.

—Muy bien. Espero comprendan que aún no puedo liberarlos. Vendrán con nosotros para un interrogatorio. Me presento: mi nombre es Alzohur, líder del Pueblo de la Rosa —dijo con firmeza.

—Él es mi hermano menor Pedro, y yo soy Julio. Aceptaremos acompañarlos... solo no quiero que lo lastimen —respondió Julio con seriedad.

—Todo dependerá de su cooperación. Arlik, amarra a los prisioneros. Regresamos al pueblo —ordenó Alzohur a la guerrera que seguía apuntando a Julio.

Arlik obedeció, ató a los hermanos y los montó en los caballos de dos de sus compañeros.

—Hermano... tengo miedo —susurró Pedro, con los ojos vidriosos.

—No estés de chillón. Un verdadero hombre muere sin miedo, no con lágrimas y mocos —respondió Julio, sin apartar la mirada del camino.

Y así avanzaban, cabalgando hacia el Pueblo de la Rosa, con la incertidumbre clavada en el pecho y sin saber qué les esperaba al otro lado de aquel nuevo mundo.

Fin del capítulo 2.




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