Una brisa helada precedió su llegada.
El hombre de cabello blanco se detuvo frente a ellos, desenfundando lentamente sus espadas negras. No sonrió, no amenazó. Solo miró a Julio y a Pedro como si ya conociera sus almas.
—No son de aquí... son del mundo físico, ¿verdad? —dijo con voz suave, pero que pareció retumbar dentro de sus pechos.
Pedro retrocedió un paso, temblando. Julio se adelantó, aferrando la espada que había robado.
—¿Quién eres tú? ¿Qué quieres de nosotros? —espetó Julio.
—Puedo ayudarlos. No es necesario que luchemos —respondió el hombre, mostrando una sonrisa que infundía miedo—. Los perdonaré por matar a mis soldados. Soy Eduart, guerrero de la Espada Negra.
—¡No iremos contigo! ¡Lárgate si no quieres que te mate! —sentenció Julio.
Eduart entrecerró los ojos.
—Se dice que los humanos del mundo físico poseen un potencial mágico superior al de los humanos de aquí... Solo necesito ese poder. Si tengo que desmembrarlos para llevármelos, lo haré —dijo antes de lanzarse a toda velocidad hacia Julio.
Julio apenas alcanzó a tensarse. Su cuerpo no reaccionó a tiempo, pero antes de que el golpe impactara, fue desviado por una espada ajena. Arlik había llegado, guiada por la presencia oscura de Eduart.
—¡Maldito traficante! No pienso dejar que salgas con vida —dijo Arlik con furia, interponiéndose entre él y los hermanos.
—Jajaja... ¿De verdad crees poder enfrentarme? Lo mejor para tu pueblo sería que me dejaran buscarles un nuevo hogar entre familias ricas. Tendrían una vida mejor... —respondió Eduart en tono burlón.
—¡Te voy a matar! —gritó Arlik, lanzándose sobre él.
El combate fue brutal. Las espadas chocaban con violencia y precisión. Arlik era rápida y determinada, pero Eduart tenía un estilo más depurado, más letal. Su superioridad técnica comenzaba a inclinar la balanza a su favor. Los niños elfos miraban el duelo con los ojos llenos de temor. Julio y Pedro observaban paralizados, sin saber si huir o intervenir.
—Eres buena, Arlik... pero aún no puedes vencerme —gruñó Eduart mientras la miraba de reojo. Entonces giró la vista hacia el bosque, como si sintiera algo aproximarse—. Ya vienen Alzohur y sus soldados.
No me interesa enfrentar a todo tu maldito pueblo… no por ahora.
Se giró hacia los hermanos Cortez.
—Nos vemos después, chicos —añadió con una sonrisa torcida.
Colocó un pergamino en el suelo, el cual se encendió en llamas y lo envolvió. Desapareció al instante.
Arlik quedó jadeando. Luego giró hacia los hermanos, levantando su espada con desconfianza.
—¿Por qué escaparon del pueblo? —preguntó con voz dura.
—¡Señorita Arlik, no los lastime! ¡Ellos nos ayudaron! Por favor, sea amable —intervino Arid, la niña elfo.
Arlik bajó lentamente su espada, sin dejar de observarlos.
—Está bien. Vamos de regreso. Y ustedes vienen conmigo —ordenó.
—¿Ya ves? Te dije que no nos iban a soltar —murmuró Julio a Pedro.
—Al menos nos salvaron… ¿o no? —respondió Pedro.
—Mmm… sí. No fuimos desmembrados. Pero este lugar... es demasiado para nosotros. Debes aceptar que de una forma u otra vamos a morir aquí. No vamos a regresar —dijo Julio, con resignación en la voz.
—No, hermano… volveremos. Ya lo verás —susurró Pedro, intentando consolarlo.
Y así caminaron de regreso al Pueblo de la Rosa: Arlik al frente, los niños en medio, y los hermanos al final, con la incertidumbre de lo que el destino aún les tenía preparado.
Fin del capítulo 5.