Los Cortez y el libro de las hadas

Capitulo 11: El Precio De La Cacería

El bosque estaba cargado de humedad, y la neblina matinal se arrastraba entre los troncos como velos grises. Las hojas crujían bajo las botas, y el olor a tierra mojada se mezclaba con un ligero aroma metálico que traía el viento. Cada respiración parecía más pesada que la anterior, porque el venolisk seguía allí, agazapado entre las sombras.

Julio tensaba el arco, sus dedos manchados de barro temblaban apenas, pero sus ojos estaban fijos. Pedro jadeaba, sosteniendo la espada como si fuese parte de su brazo. Arlik, en cambio, permanecía erguida, sus labios moviéndose en un murmullo constante, como una plegaria.

—¡Resistencia… fuerza… velocidad! —invocó de pronto, y su voz se volvió un eco que reverberó entre los árboles. Un aura verde se extendió alrededor de su cuerpo, iluminando la penumbra con un brillo vibrante. La energía mágica la envolvió, pero Julio notó el leve temblor en sus manos, como si ya estuviera forzando su límite.

Sin dudarlo, Arlik se lanzó. Su espada cortó el aire con un silbido y alcanzó una de las patas del venolisk. El rugido que siguió hizo que el suelo vibrara y que bandadas enteras de aves levantaran vuelo en un estrépito. Pero entonces, como un presagio oscuro, brotaron nuevas escamas y la extremidad cercenada comenzó a regenerarse. Las venas palpitaban como raíces retorcidas, y el venolisk lanzó un bramido cargado de pura furia.

De pronto, la criatura comenzó a moverse entre los árboles. Su tamaño no impedía que se desplazara con una rapidez monstruosa, saltando de tronco en tronco, sus garras arrancando pedazos de corteza.

—¡Cada vez es más rápido! —gritó Arlik, desviando un coletazo que quebró un árbol joven de un solo golpe. Ya respiraba con dificultad; el aura verde a su alrededor parpadeaba, señal de que su maná se agotaba.

Pedro y Julio se colocaron juntos, espalda con espalda. El sudor corría por la frente de Pedro mientras sujetaba la espada con más fuerza.
—¿Qué hacemos, Julio? —preguntó, y en su voz se escuchaba la duda.

Julio tragó saliva y forzó una sonrisa tensa.
—Mantente alerta… esperemos el momento. Solo uno.

El venolisk se detuvo por un instante, bufando, y abrió las fauces en un rugido que hizo caer hojas de los árboles. Julio reaccionó de inmediato: tensó el arco, respiró hondo y disparó. La flecha se incrustó en el segundo ojo del monstruo, arrancándole otro grito de dolor.

Ciego y enfurecido, el venolisk cargó sin rumbo, pero su instinto lo guió directo hacia Julio. Arlik corrió para interponerse, pero entonces sus piernas flaquearon. El exceso de conjuros de apoyo la había drenado por completo. Cayó de rodillas, con la espada temblando entre sus manos, y sus ojos se llenaron de impotencia.

—¡No! ¡Arlik! —gritó Pedro, y sin pensar se lanzó con la espada en alto. Corrió, gritó, descargó toda su fuerza en un tajo contra la cabeza del venolisk… pero la hoja rebotó contra la piel endurecida.
La criatura giró con una rapidez imposible, atrapó el brazo de Pedro entre sus fauces y lo lanzó con brutalidad contra un árbol. El golpe resonó seco, y el grito de Pedro se ahogó en la distancia.

—¡Hermano! —Julio sintió cómo el corazón se le rompía mientras corría hacia él, pero el venolisk ya estaba sobre él, abriendo sus fauces.
Julio quiso moverse, pero sus piernas no respondieron. El tiempo pareció ralentizarse… hasta que se detuvo por completo.

Las hojas que caían quedaron suspendidas en el aire. El rugido del venolisk quedó atrapado en su garganta, inmóvil. Julio miró alrededor con ojos desorbitados, notando cómo el silencio absoluto lo envolvía.

—Esa criatura es fascinante, ¿no crees? —dijo una voz tranquila a su espalda.
Julio se giró y vio al Viajero del Velo emergiendo entre la neblina, su máscara brillando suavemente bajo la luz filtrada del bosque.
—Un venolisk. Su poder crece con la ira… me recuerda mucho a ti.

Julio tragó saliva, sus labios temblando.
—¿Qué quieres? ¿Es tuya?

—No —dijo el Viajero, acercándose al monstruo inmóvil—. Ella es libre, como debería serlo cualquiera… salvo tú y yo. Pero vengo a ayudarte.

Extendió la mano hacia el venolisk. Las heridas comenzaron a cerrarse, las escamas a regenerarse. La bestia intentó abalanzarse, pero el Viajero simplemente le dio una palmada suave en el hocico. El venolisk se desplomó como si lo hubieran despojado de toda fuerza.

—¿Lo ayudaste… a él? ¡Casi nos mata! —exclamó Julio, incrédulo.

El Viajero inclinó ligeramente la cabeza.
—Lo ayudé porque, cuando la ira pase, esas heridas lo matarían. Y porque ya cumplió su papel contigo.

—¿Qué… qué papel? —preguntó Julio, la voz quebrada.

—Enseñarte el valor de la magia —susurró el Viajero, señalando a un lado.

Julio giró y vio a Arlik tendida en el suelo, consciente pero incapaz de moverse, la mirada llena de angustia. Y un poco más allá… Pedro, inerte, con sangre suspendida en el aire alrededor de su muñón. Julio sintió un vacío inmenso en el estómago.

—¡Hermano! —gritó, arrodillándose junto a él. Las lágrimas le nublaban la vista.

—No está muerto… aún —dijo el Viajero a su lado—. El veneno del venolisk es lento. Tienes cuatro horas antes de que sea irreversible.

Julio levantó la cabeza, desesperado.
—¡Ayúdame! ¡Te lo suplico! Haré lo que me pidas, pero no quiero quedarme solo… ¡ayúdame!

El Viajero lo observó en silencio, y por un instante, Julio sintió que ese silencio era eterno. Finalmente, el Viajero colocó una mano sobre su frente. Una corriente cálida recorrió su cuerpo, despertando algo latente.

—Tu magia estaba esperando. Ahora tienes dos días para hallar el antídoto. —El Viajero sacó un revólver y lo extendió hacia Julio—. Toma. Es mío, ahora es tuyo.

Julio lo agarró con manos temblorosas.
—Pero… no tiene balas.

—No las necesita —respondió el Viajero con una voz casi amable—. Usa tu magia. Practica antes, o no podrás controlar la potencia de cada disparo.
Hizo una pausa, mirando a Julio con un brillo extraño tras la máscara.
—Salva a tu hermano… y cumple tu destino.




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