Los Cortez y el libro de las hadas

Capitulo 12: El Peso Del Pasado

El cuerpo de Pedro permanecía inerte, suspendido en el tiempo por la magia del Viajero del Velo. Pero su mente se hallaba lejos de ese bosque sangriento.

Cuando abrió los ojos, se encontró rodeado de un paisaje imposible: un bosque de flores luminosas, cada pétalo irradiando una luz suave, como si la Rosa Umbría hubiera extendido su esencia por aquel lugar. El aire estaba cargado de aromas dulces y frescos; la brisa rozaba su piel como un susurro, y en la distancia se escuchaba un canto que no pertenecía a ninguna criatura que conociera.

A lo lejos, sobre una roca cubierta de musgo plateado, una figura humana con máscara de zorro escribía lentamente en un libro antiguo. La pluma trazaba letras que se encendían al tocar el papel, como si cada palabra tuviera vida propia.

Pedro dio unos pasos vacilantes, sintiendo cómo el suelo parecía latir bajo sus botas.

—¿Eres… el Viajero del Velo? —preguntó con cautela, su voz temblando apenas.

La figura no dejó de escribir.

—Sí, Pedro —respondió con suavidad—. Espero no haberte asustado.

Pedro soltó una breve risa nerviosa.

—¿Asustado? Lo último que recuerdo es que una lagartija gigante me arrancó la mano… —miró sus manos intactas con incredulidad—. ¿Estoy muerto?

El Viajero detuvo la pluma por un instante, sin girarse.

—No… aún no. Tu cuerpo está suspendido en el tiempo. Tu hermano tiene dos días para encontrar el antídoto. Si falla… morirás.

Pedro tragó saliva, el nudo en su garganta le dificultaba hablar.

—¿Y al menos… logramos matar a esa cosa?

—No —dijo el Viajero, ahora cerrando el libro y volviendo lentamente la cabeza—. El venolisk no conoce la maldad. No como nosotros, que cargamos con nuestros propios pecados.

Con un gesto de la mano, el Viajero abrió un portal que flotó en el aire como agua negra. Pedro vio, más allá, un claro donde varias crías de venolisk temblaban, esperando a su madre. El brillo de sus escamas era tenue, casi triste.

—Cuando tu familia está en peligro —continuó el Viajero, sus palabras más bajas, más pesadas—, pelearías hasta morir. Eso lo entiendes bien, ¿no?

Pedro sintió un pinchazo de culpa en el pecho. Bajó la mirada, sus labios temblaron.

—¿Cuál es… el destino que tienes para nosotros? —preguntó, casi en un susurro.

El Viajero cerró el portal con un chasquido suave, y su voz cambió de tono, volviéndose enigmática:

—No puedo decirlo aún. El destino se revela cuando el tiempo lo decide… Pero escucha bien: los necesito a los dos. Si tú mueres, no tendré razones para dejarlo vivir. Lo que desperté en él no es natural. Sería demasiado peligroso.

Pedro dio un paso atrás, estremecido.

—¡Mi hermano no es un peligro! ¡Es… es una buena persona! —exclamó, la voz quebrándose.

—¿Buena persona? —repitió el Viajero con un eco oscuro en la voz—. Tu hermano ha visto atrocidades y no las detuvo. Ha sido cómplice con su silencio. ¿Eso es bondad?

Pedro apretó los puños, sus hombros temblaban.

—¡Él dejó todo eso atrás! ¡No sabes cuánto ha sufrido, cuánto intenta cambiar!

El Viajero ladeó la cabeza lentamente.

—¿Y el último crimen? ¿Aquella familia despojada de su hogar, condenada a un destino peor que la muerte?

Pedro sintió que el aire se le escapaba.

—¿El… el tuerto? ¿Él les hizo daño? —preguntó con la voz quebrada.

—No —susurró el Viajero, y el peso de sus palabras cayó como piedra—. Su destino fue mucho peor.

Pedro se cubrió la cara con ambas manos, un sollozo escapó de sus labios.

—No lo sabíamos… solo fue un trabajo…

El Viajero lo observó en silencio unos segundos antes de hablar con frialdad:

—Dime algo, Pedro. Si tu hermano es tan bueno como dices… ¿por qué le temes?

Pedro alzó la cabeza, confundido, con lágrimas en los ojos.

—¿Miedo? ¡Yo no…!

—Sí lo tienes —replicó el Viajero, acercándose y colocando una mano firme sobre su hombro—. Tienes miedo de confesarle quién eres. De mostrarle tu verdadero ser.

Pedro bajó la mirada, los labios temblando.

—Porque… me da miedo perderlo… —murmuró, y las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro.

El Viajero asintió despacio.

—El destino necesita a los dos, completos. Físicamente… y también aquí —dijo, señalando el pecho de Pedro—. Si no crecen, si no se aceptan, el destino buscará a otros. No lo tomes como una amenaza, Pedro… pero hay un horizonte oscuro acercándose. Y no puedo enfrentarlo sin ustedes.

El viento del bosque onírico se volvió más frío, moviendo las flores como si susurraran advertencias. El Viajero del Velo cerró su libro, lo guardó bajo su capa y se levantó, su silueta desdibujándose entre destellos de luz.

—Prepárate para lo que viene —fue lo último que dijo antes de desaparecer entre sombras y brillos.

Pedro se quedó solo en aquel bosque imposible, con las lágrimas todavía humedeciendo su rostro y el corazón estrujado por la culpa y el miedo, mientras en su interior resonaban las últimas palabras del Viajero: “Necesito a los dos… completos.”

Fin del capitulo 12.




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