Los Cortez y el libro de las hadas

Capitulo 19: Almas En Entrenamiento

Nada evitará que te salve, hermano… así tenga que destruir este mundo para protegerte, lo haré sin pensarlo —pensó Julio, mientras era escoltado por dos guardias hacia el campo de entrenamiento.

El lugar estaba delimitado por columnas de piedra blanca y suelos de tierra endurecida por el paso de cientos de guerreros. Allí, tres figuras entrenaban con intensidad:

Un enano de aspecto joven, con un hacha imponente cuyo mango culminaba en una gema morada que parecía latir con energía.

Una ladrona humana, de gran belleza, que blandía una daga con destreza mientras se deslizaba como sombra entre muñecos de práctica.

Y una guerrera humana, de estatura imponente, armadura de los caballeros celestes y una espada larga que relucía a cada tajo.

Los tres detuvieron sus movimientos al notar la llegada de Julio. Lo observaron con una mezcla de curiosidad y cautela.

—Toma tu arma. Puedes usarla para entrenar, pero no intentes nada raro —ordenó el guardia, tendiéndole el revólver—. El general estará observándote.

—Claro —respondió Julio, tomando el arma y sentándose sin más bajo la sombra de un árbol seco.

—¿Cómo se atreve ese idiota a ignorar las órdenes del entrenamiento? —murmuró Ricat, la guerrera, cruzándose de brazos.

—Tranquila, Ricat. Es nuevo. Es normal que se comporte así. Yo hablaré con él —intervino el enano, que se acercó a Julio sin mostrar hostilidad.

Se sentó a su lado, con una sonrisa ligera.

—Hola. Nos contaron de ti. ¿Te llamas Julio, verdad?

—Sí —respondió él, seco, sin mirarlo.

—No quiero molestarte, pero creo que sería buena idea entrenar con nosotros. Al final, seremos un equipo. Eso nos ayudaría a conocernos y saber cómo complementarnos —dijo Romburo, aún con tono amable.

—No me interesa formar equipo con nadie. Tampoco ser parte del show de ese media cara. Así que deja de molestar, enano —soltó Julio con desdén.

Romburo bajó un poco la mirada, pero no se molestó. Señaló discretamente hacia sus compañeras.

—Supongo que tú también estás aquí porque no te quedó de otra. Mira… Xina, la chica de la daga, fue una ladrona atrapada por la Guardia Celeste. A cambio de su vida, aceptó esta misión.

Ricat, la de la espada larga, ha intentado por años formar parte del ejército, pero la relegan a misiones suicidas por tener la enfermedad del Berzerke. Un día puede ser tu aliada, y al otro… ni reconocerte.

Julio desvió por fin la mirada de la tierra y lo miró de reojo.

—¿Y tú?

—Mi esposa y yo fuimos a una misión de rescate. Nos emboscaron los del Culto de la Muerte. Logré escapar y matarlos a todos, pero cuando volví por ella... ya no era la misma. Sobrevivió, pero… no volvió —dijo Romburo con una sombra de dolor en los ojos—. Escuché que el Libro de las Hadas contiene hechizos capaces de hacer lo imposible. Estoy aquí para encontrarlo, aunque sea una leyenda. Armelius prometió ayudarme a buscarlo si cumplo esta misión.

Julio guardó silencio unos segundos, y luego asintió apenas.

—Yo solo vine por un antídoto. Mi hermano fue envenenado. No me interesa jugar a los héroes. No mostraré lo que puedo hacer hasta que el media cara me entregue una prueba de que el antídoto llegó.

Romburo sonrió levemente.

—Muy bien. Lo entiendo, Julio. Seremos pacientes. Gracias por escucharme —dijo el enano mientras se levantaba y regresaba junto a sus compañeras.

Desde el lugar donde estaba sentado, Julio sintió algo: una mirada fija. Levantó la vista y ahí estaba Armelius, de pie en una terraza de piedra, observándolo como un halcón.

Julio sostuvo la mirada sin pestañear. Un duelo silencioso.

No sé cuáles sean tus intenciones… pero no confío en ti. No dejaré que me conviertas otra vez en un arma. —pensó Julio, con el revólver apoyado en sus piernas y los puños cerrados.

Fin del capítulo 19




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