Ya habían pasado varias horas desde la llegada del caballero Román a la Ciudad Celeste. Sin perder tiempo, se dirigió directamente a la oficina del general Armelius.
—General, aquí está la carta —dijo Román, entregándosela con gesto firme.
Armelius la tomó y la examinó con detenimiento.
—Bien. ¿Viste algo que deba saber? —preguntó, sin levantar la mirada del papel.
—Sí. Los soldados de ese pueblo son jóvenes e inexpertos. Si los atacáramos, caerían en una noche —respondió Román, haciendo una breve pausa antes de continuar—. Pero hay una guerrera llamada Arlik. Es fuerte, quizá a mi nivel. Sin embargo, el líder, Alzohur… es mucho más poderoso que yo. Su instinto asesino es… abrumador.
Armelius asintió lentamente.
—Ya veo. ¿Y la carta? ¿Es del enfermo que mencionó Julio?
—Su hermano menor —respondió Román—. No es alguien de quien preocuparnos. Aunque me amenazó, no sentí ni instinto ni poder en él. No es intimidante como Julio.
—Aun así, no debemos confiarnos. Este mundo está lleno de gente peligrosa —comentó Armelius, doblando la carta—. No entiendo lo que está escrito, seguramente usó algún tipo de código. Entrégasela a Julio mañana y pídele que entrene. Si se niega… mátalo sin dudar. No le des oportunidad de atacar.
—Sí, señor —asintió Román, tomando la carta y retirándose.
A la mañana siguiente, los guardias escoltaron a Xina, Ricat, Romburo y Julio hasta el patio de entrenamiento.
—Aquí tienes, es la carta de tu hermano —dijo Román, deteniendo a Julio para entregársela—. Ahora cumple tu parte y entrena. Deben prepararse para la misión.
Julio abrió la carta y leyó las breves pero firmes palabras de Pedro. Guardó silencio un momento, luego levantó la mirada hacia Román.
—Muy bien… lo haré.
Sin perder tiempo, apuntó al muñeco de madera y lanzó un proyectil de energía mágica que impactó justo en la cabeza.
Román lo observó unos segundos antes de retirarse. Apenas se fue, Romburo se acercó.
—Increíble… Nunca había visto magia así. ¿Dónde la aprendiste? —preguntó, genuinamente asombrado.
Xina, sonriendo con malicia, tomó suavemente el brazo de Julio.
—Qué bueno eres… Vas a ser muy útil —susurró con tono seductor.
Ricat se acercó, pero guardó silencio.
—Esto me lo enseñó mi padre —respondió Julio, apartando la mano de Xina—. Pero él ya murió. Aunque… tengo un problema: una maldición me debilita. Un golpe fuerte de un humano común podría matarme fácilmente. Solo sirvo para ataques a distancia.
Las palabras hicieron que Ricat se sintiera identificada con su propia maldición de berserker.
—No te preocupes. Yo puedo protegerte. Mi defensa, resistencia y fuerza son muy altas. Si estás a mi lado, estarás bien —aseguró, marcando sus músculos con orgullo.
—Muy bien, entonces yo seré el líder —dijo Julio.
—¿Oye, no crees que vas muy rápido? —intervino Romburo—. Hay que votar, todos merecemos decidir quién será el líder.
—Yo no tengo problema —dijo Xina, encogiéndose de hombros.
—Ni yo —añadió Ricat.
—Mira, enano —dijo Julio a Romburo—, yo no sigo órdenes de nadie, menos de mujeres. Si quieres mandar, hazlo por tu cuenta. Yo lo haré a mi manera.
—No quiero el mando, pero… ¿tienes experiencia dirigiendo? —preguntó Romburo.
—Sí. Mi banda y yo hacíamos encargos similares —respondió Julio—. Además, yo también busco el Libro de las Hadas.
Esas palabras lograron que Romburo lo viera con otros ojos.
—Bien, confío en ti, Julio.
Entrenaron varias horas, fortaleciendo su condición física. Ya entrada la noche, fueron llevados a un cuarto donde dormirían los cuatro.
Pero en la madrugada, Julio sintió un contacto suave recorrer su cuerpo. Al destapar la cobija, vio a Xina sobre él, sonriéndole.
—Te desperté, guapo —susurró, inclinándose hacia él.
—¿Qué demonios quieres? —preguntó Julio, intentando tomar su arma.
—Tranquilo… solo quiero conocerte mejor. Y tu cuerpo me dice que sientes lo mismo —dijo, besándolo en la boca.
Un malestar recorrió a Julio de inmediato.
¿Qué… qué me está haciendo? Me siento… débil.
Xina estaba absorbiendo su magia mientras lo tocaba y besaba.
De pronto, un fuerte impacto la lanzó contra la pared. Ricat, con ropa corta que dejaba a la vista su figura atlética y femenina, se interpuso furiosa.
—¿Qué demonios haces? ¿Quieres matarlo? —preguntó, tomando a Julio en brazos.
Qué mujer tan… hermosa… —pensó Julio, mareado por la pérdida de energía.
—Ay, Ricat… solo queríamos divertirnos. ¿No sabes lo que es eso? —replicó Xina con sarcasmo.
—Le estabas absorbiendo la magia. Eso es peligroso, sobre todo para alguien que aún está aprendiendo —dijo Romburo, que acababa de despertar.
—Piensen lo que quieran. Buenas noches —respondió Xina, volviendo a su cama, molesta.
Ricat la miró con frialdad, luego llevó a Julio a su propia cama.
—Dormirás aquí, solo por hoy. Si me tocas, te rompo los huesos, ¿entendido? —dijo con seriedad, recostándolo.
—Gracias, bella mujer —murmuró Julio, delirante, besándole la mano antes de quedarse dormido.
Ricat sonrió, casi sin querer. Qué raro se siente que alguien me llame así…
Siempre había sido vista solo como una guerrera, nunca como una mujer. Su fuerza y tamaño intimidaban a la mayoría, y había renunciado a la idea de que alguien la mirara de otra forma. Quizá por eso, esa noche, durmió con una ligera y extraña calidez en el corazón.
Fin del capítulo 21.
Editado: 15.10.2025