La mañana apenas comenzaba cuando un estallido mágico rompió el silencio.
Julio había saltado de la cama, con la mano iluminada, lanzando un disparo que pasó a escasos centímetros del rostro de Xina, que acababa de despertar.
Su respiración estaba agitada, el corazón latiéndole como si aún estuviera en medio de un combate.
—¡¿Estás loco?! —gritó Xina, cayendo de la cama y cubriéndose instintivamente—. ¡Agárralo, Ricat!
Ricat, recién despierta, dudó. No solo porque no quería herirlo, sino porque parte de ella estaba perpleja… ¿qué demonios le pasaba a Julio? Además, para colmo, estaba solo en calzones, y aquello restaba toda la seriedad de la escena.
—Julio, para —dijo, con una mezcla de alerta y vergüenza.
—¡Velocidad, fuerza, resistencia! —gruñó Julio, sintiendo la adrenalina recorrerle el cuerpo, como si esa simple frase lo mantuviera alerta y vivo.
—¡Julio, detente! —ordenó Romburo, lanzando un hechizo de sueño. El chasquido de magia llenó el aire, pero falló: Julio se movía demasiado rápido.
En un parpadeo, estaba sobre Xina, sujetándola del cuello con una mano mientras con la otra le apuntaba.
El calor de la magia en su palma y la sensación de control lo tranquilizaban… demasiado.
—Yo nunca fallo un tiro… —murmuró con voz baja y peligrosa—. La próxima vez que intentes hacerme algo, no te daré la oportunidad de cubrirte.
La soltó bruscamente, apartándose como si nada. Parte de él sabía que había ido demasiado lejos, pero no pensaba admitirlo en ese momento.
—Enano, vamos a buscar al media cara. Necesito terminar con esto cuanto antes.
Xina se quedó paralizada, con el miedo grabado en el rostro. Ricat, en cambio, luchaba por no reír: por más tensa que hubiera sido la escena, la imagen de Julio saliendo furioso en calzones le parecía demasiado absurda.
Mientras caminaban por el pasillo, Romburo habló con calma:
—Oye, Julio, ¿no crees que exageraste con Xina? Por su maldición, le cuesta resistir el hambre.
Julio se detuvo, mirándolo de reojo.
—¿Maldición? ¿Es normal nacer así en este mundo? —Su tono sonaba más a desafío que a curiosidad.
—Algo así. Los demonios nacen con maldiciones que los vuelven más fuertes. Desde la paz entre humanos y demonios hubo mezcla de especies, y el gen demoníaco provoca esas maldiciones. Ricat, Xina… y tú, probablemente, tienen algún ancestro demonio.
—Xina tiene la maldición del vampiro: absorbe magia. Por eso no pudo contenerse.
Julio apretó la mandíbula. Siempre hay una excusa… pero una excusa no detiene una bala.
—Eso no es excusa. Pude morir, y no pienso permitirlo.
—Lo entiendo, pero lo mejor para el equipo es no ir a combatir peleados.
Julio suspiró, más por cansancio que por convicción.
—Muy bien, me disculparé… pero cuídale las manos antes de que las pierda.
Romburo sonrió.
—Perfecto… pero primero, ponte ropa. No se ve bien que el líder del grupo vaya en calzones.
Julio volvió al cuarto ya vestido, con el ceño fruncido. Ricat y Xina conversaban en voz baja, pero se callaron al verlo entrar. Él se acercó a Xina, que lo miraba sin apartar la vista.
No me agradas… pero no quiero que esto se convierta en una cadena de problemas, pensó antes de hablar.
—No me agradas… pero no quiero que tengamos que protegernos el uno del otro —dijo con tono seco—. Perdón por lo de esta mañana.
Xina arqueó una ceja, como evaluando si aceptar o no.
—Claro que sí, guapo… solo no me vuelvas a apuntar con tu arma.
Julio asintió, y sin más, tomó su chaqueta.
En el pasillo, Romburo lo esperaba apoyado contra la pared.
—¿Listo?
—Sí. Vamos.
Ambos llegaron a la oficina de Armelius. El hombre estaba escribiendo en un libro, y solo al terminar lo cerró con calma. La habitación olía a tinta fresca.
—Es muy valiente de su parte presentarse sin permiso —comentó con voz grave.
—Quiero la información completa de la misión para hacerla lo antes posible —dijo Julio, directo.
—Así que ya escogieron líder… qué pena, pensé que quien tenía más madera era Romburo.
Romburo no dudó.
—Creo que Julio hará un mejor trabajo.
Julio lo miró de reojo. No sabía si agradecerle o sospechar que se estaba burlando.
—Muy bien, mientras cumplan, me parece bien —concedió Armelius.
El hombre se inclinó hacia adelante.
—La misión es simple: en una semana atacaremos la Ciudad Carmesí para acabar con esta guerra. Pero no quiero arriesgar al futuro rey, así que quiero que ustedes vayan antes y secuestren a quien ellos eligieron como rey. Así podremos forzar un final rápido.
Julio frunció el ceño. Secuestrar a un rey antes de la guerra… suena más a trampa que a estrategia.
—¿Y cómo diablos lo vamos a reconocer? ¿Preguntamos?
—No creo que sea difícil. Es parte de la propaganda que usan para atraer lealtades. Solo sé que no es mago ni guerrero… su fama viene de tener buena suerte con las mujeres, y así consiguió su fortuna.
—Oh… ya sé quién es —interrumpió Romburo—. Yo lo he visto.
—Perfecto, eso facilita las cosas. ¿Y cómo iremos? —preguntó Julio.
—Les daremos una carroza con caballos y unas tarjetas de comerciantes. No les garantizará seguridad, pero confío en que sabrán sobrevivir.
—Bien. Partiremos esta noche —dijo Julio.
—Perfecto. Lleven esta esfera mágica, les permitirá comunicarse conmigo. Y recuerden: prepárense para cualquier situación, sobre todo con Ricat y Xina. Sus maldiciones podrían costarles la vida a todos —advirtió Armelius mirando a Julio.
—Tendremos cuidado.
Ambos regresaron al cuarto para dar la información a sus compañeras y prepararse para partir en la noche.
Esto no será una simple misión… y algo me dice que ese rey de “buena suerte” traerá más problemas que soluciones, pensó Julio.
Fin del capítulo 22.