La noche había caído sobre el bosque, envolviendo el camino en una penumbra inquietante. La carreta avanzaba despacio, chirriando sobre la tierra húmeda. El silencio era interrumpido únicamente por el crujido de las ruedas y el lejano aullido de criaturas invisibles. Todos dentro de la carreta se mantenían tensos, sabiendo que en cualquier momento podían ser atacados por duendes, bandidos o incluso monstruos.
Julio, sentado junto a la ventanilla, no apartaba la vista del camino.
—Oye, Romburo… ¿qué sabes del Libro de las Hadas? —preguntó con tono serio.
El guerrero tragó saliva, sin bajar la guardia.
—No demasiado. Solo lo que se canta en viejas canciones y cuentos. Dicen que guarda encantamientos, hechizos e información crucial: armas antiguas, lugares prohibidos, secretos del mundo. Nunca he estado seguro de que sea real… pero si existe, lo encontraré.
Xina intervino de inmediato, con una sonrisa misteriosa.
—Sí existe.
Julio giró hacia ella.
—¿Lo viste?
—Lo tuve en mis manos una vez —respondió con calma—. Estaba en la casa de un noble, pero me lo arrebataron cuando me capturaron. Ahora seguramente lo tiene Armelius.
Los ojos de Romburo brillaron.
—Entonces, cuando terminemos la misión… tal vez podamos pedirle que nos lo entregue.
Julio soltó una risa irónica.
—No te emociones tanto. No creo que lo entregue así como así. Y aunque lo consigamos, no significa que encontremos lo que buscamos.
Xina arqueó las cejas.
—Además, cuando lo abrí… estaba vacío. Las páginas en blanco, como si el libro me negara su contenido.
Romburo frunció el ceño.
—Quizás necesite magia para ser leído. Cuando lo tenga, lo descubriré.
En ese momento, la carreta se sacudió bruscamente. Ricat, que llevaba las riendas, tiró de ellas con fuerza, frenando en seco. Los cuatro dentro cayeron al suelo.
—¡Ricat! ¿Estás bien? —gritó Julio mientras salía de la carreta.
Lo que vio lo dejó sin aliento. Frente a ellos, bajo la luna, un enorme oso de pelaje oscuro devoraba con ferocidad los cuerpos destrozados de varios duendes. La bestia levantó la cabeza, con el hocico ensangrentado, y lanzó un gruñido que hizo vibrar los árboles.
—¿Qué mierda es eso? —murmuró Julio, helado.
—Un devorador de medianoche —explicó Romburo con rostro sombrío—. No se apartará de aquí hasta terminar… y si nos ve, nos atacará.
Ricat apretó su espada con firmeza.
—Entonces pelearemos.
Xina negó con la cabeza, retrocediendo.
—Contra eso yo no sirvo de nada.
Julio se adelantó, tomando la iniciativa.
—No. Lucharemos los cuatro. Escuchen: Xina, eres rápida, distráelo. Ricat y Romburo, ataquen de cerca, pero cuidado con la magia que utilizas Romburo, puede alcanzarnos. Yo cubriré desde lejos… porque si me toca, estoy muerto.
Los tres lo miraron, sorprendidos, pero terminaron asintiendo.
El crujido de las ramas alertó al oso, que giró su enorme cuerpo hacia ellos. Con un rugido ensordecedor, lanzó un zarpazo que arrancó un árbol de raíz.
—¡Velocidad, resistencia! —invocó Julio, retrocediendo mientras lanzaba disparos de energía que impactaban contra el monstruo.
Ricat cargó con fiereza, su espada cortó el aire y golpeó contra la piel del oso, apenas arañándola. Xina corría en círculos, lanzando dardos envenenados que rebotaban contra el pelaje grueso. Romburo agitó su hacha, lanzando rayos que chisporroteaban en el aire, pero el gigante seguía en pie, más enfurecido que nunca.
—¡Nos va a matar! —gritó Xina, esquivando por poco un zarpazo.
—¡Podemos derribarlo si lo inmovilizamos! —respondió Romburo, clavando su hacha en el suelo. Un aura oscura lo rodeó mientras invocaba su hechizo de gravedad. La presión mágica hizo que el oso se moviera con torpeza, aunque aún resistía.
—¡Julio! —rugió Romburo, con las venas marcadas en su frente—. ¡Lanza esto!
Le arrojó una pequeña poción de cristal, llena de líquido verdoso.
—Es un somnífero. Mételo en su hocico y dispáralo.
Julio la atrapó al vuelo. Corrió hacia un lado, esquivando un zarpazo que estuvo a punto de partirlo en dos. El monstruo rugió y abrió las fauces. Julio lanzó la botella y, en el mismo instante en que entró en la boca, disparó. El cristal se rompió en mil pedazos dentro de la garganta del animal.
El oso tambaleó, rugiendo con furia, hasta que sus patas cedieron y finalmente cayó al suelo, dormido.
El grupo permaneció en silencio unos segundos, jadeando.
—¿Lo… matamos? —preguntó Ricat, aún con la espada lista.
Julio negó con la cabeza.
—No. Solo duerme. Igual que nosotros, solo quiere sobrevivir. Lo moveremos fuera del camino y seguiremos.
Mientras arrastraban al animal, Julio pensaba en silencio:
Si no fuera por Romburo, habríamos muerto aquí mismo. Mi ignorancia de este mundo nos va a costar la vida algún día…
—Oye, Romburo —dijo finalmente, rompiendo el silencio.
El enano sonrió antes de que Julio siguiera.
—Tranquilo, Julio. Fue un buen combate. Solo tenemos que seguir trabajando en equipo.
Julio asintió, aunque bajó la mirada.
—Está bien… pero necesito aprender más. ¿Crees que puedas enseñarme algo de magia? Quiero ser útil.
Romburo soltó una carcajada breve.
—Claro. Ser maestro no se me da mal.
Y así, bajo el cielo nocturno, la carreta volvió a avanzar. Los cuatro sabían que lo que habían enfrentado era apenas una sombra de los retos que les esperaban en su travesía.
Fin del capitulo 24.
Editado: 15.10.2025