Los Cortez y el libro de las hadas

Capitulo Especial: El Abismo De Julio

En una humilde casa de madera, tan vieja que parecía rendirse al menor soplo de viento, un niño de apenas diez años corría por los pasillos jugando a ser soldado.

—¡Alto ahí, enemigo! —gritaba Julio mientras simulaba disparar con una rama.

—Hijo, detente —dijo su madre desde la cocina, removiendo una olla humeante—. Vas a despertar a tu padre, y si se molesta, no habrá quien lo calme.

—Perdón, mamá... ¿puedo salir al patio a jugar?

—Está bien, pero sólo en el patio.

Julio ya corría hacia la salida cuando escuchó los pasos pesados de su padre bajando las escaleras. El hombre traía el rostro cansado, la piel sudorosa, y el hedor del alcohol lo precedía.

—¡Qué escándalo es éste! —gruñó con voz áspera—. ¡Dame de comer!

—Aún falta un poco, cariño. En cuanto esté lista la comida te sirvo —respondió la madre con calma.

La respuesta no le bastó. El hombre cruzó la sala con pasos tambaleantes y le descargó una bofetada tan brutal que la mujer sangró del labio.

Julio quedó paralizado. No era la primera vez que veía a su padre golpear a su madre, pero cada vez el miedo lo invadía con más fuerza. Ella, acostumbrada al dolor, siguió cocinando como si nada hubiese ocurrido.

—Ven, Julio. Vamos afuera —dijo el padre, esta vez con voz más serena, mientras sacaba un revólver de su cinturón.

Ya en el patio, apuntó hacia unos costales de paja que simulaban una silueta humana. Disparó cuatro veces: tres fallaron, y uno apenas rozó el objetivo.

—Mira, hijo. Este revólver fue un regalo de mi padre cuando tenía tu edad. Ahora quiero que sea tuyo. Con él podrás proteger a tu familia... como yo.

Julio temblaba al recibir el arma.

—S-sí, papá...

—Carga, apunta y jala el gatillo.

El hombre tomó sus manos y lo ayudó a disparar. El tiro dio en el pecho del muñeco.

—¡Muy bien! ¿Viste qué divertido es?

—Sí, papá... es divertido —dijo Julio, sintiendo cómo la adrenalina le recorría el cuerpo.

Por su cuenta, disparó de nuevo: esta vez el proyectil dio directo en la cabeza del muñeco.

El padre lo miró con orgullo encendido.

—Hijo, eres estupendo. Naciste con un don.

Por primera vez en su vida, Julio sintió que su padre lo aprobaba.

Horas después, mientras el hombre dormía tras la comida, Julio escondió el revólver en una caja enterrada en el patio.

—¡Julio! —gritó Edgar, su mejor amigo, acercándose.

—¡Cállate! Mi papá está dormido —susurró Julio.

Edgar, de carácter sensible y siempre víctima de burlas, se había salvado de muchos abusos gracias a Julio, que no permitía que nadie se metiera con él.

—Mira —dijo Edgar sonriente—, mi papá me compró estas botas, y también te trajo unas a ti.

—¿De verdad? Dile que gracias... Este es el mejor cumpleaños de todos —respondió Julio, feliz.

—Y también te escribí una carta.

—¡Ja! Qué tonto, no sé leer.

—Lo sé... pero algún día aprenderás, y entonces podrás leerla. Por ahora me la guardo. —Edgar sonrió tímidamente y lo abrazó.

Julio se apartó de golpe.

—¡Oye! No hagas eso... por eso te dicen marica.

—Perdón... es que hoy es tu cumpleaños y pensé que era un buen momento.

Julio lo miró, sonrió apenas y dijo:

—Está bien, pero ya no lo hagas, ¿vale?

—Vale. Bueno, me voy, mi papá me encargó un mandado. Nos vemos mañana.

—Adiós, Edgar.

Poco después, el padre de Julio salió sin decir palabra. No era raro; solía desaparecer por horas.

Al caer la tarde, su madre le pidió:

—Julio, ve a comprar carne.

Con unas monedas en la mano, se dirigió al pueblo. Apenas llegó, notó las miradas duras, los murmullos. De pronto, dos hombres lo sujetaron.

—¡Suéltenme! ¿A dónde me llevan?

Lo arrastraron hasta la casa del carnicero: el padre de Edgar. El hombre tenía los ojos enrojecidos por el llanto, pero la ira lo endurecía.

—¿Dónde está tu padre? —preguntó con voz helada.

—No lo sé, salió en la mañana —respondió Julio, aterrado.

—¿Sabes lo que hizo ese maldito? ¡Mató a mi hijo! La gente lo vio con él... y luego lo encontraron muerto.

Julio sintió que el mundo se derrumbaba.

—No, señor... se equivoca. Mi papá nunca le haría daño, Edgar era mi mejor amigo.

El carnicero sacó un arma y le apuntó.

—Entonces tráeme su cabeza. O iré yo mismo por la tuya... y por la de toda tu familia.

Julio, llorando, corrió hasta su casa.

—¡Mamá! Papá mató a Edgar... y su padre quiere matarnos. Dice que si no le llevo la cabeza de papá, vendrá por todos.

—¿Me estás mintiendo, Julio?

—¡No, mamá! Te juro que es verdad.

La mujer palideció, temblorosa.

—Ve... ve por tu padre. Dile que debemos escapar.

Julio salió decidido, pero antes desenterró el revólver. Quiero pensar que papá no lo hizo... pero lo he visto golpear a mamá sin motivo.

Corrió hasta el lago cercano. Allí estaba su padre, con una botella en una mano y el arma en la otra.

—Papá... dicen que mataste a Edgar. ¿Es cierto?

El hombre levantó la mirada, con un brillo de ira.

—¿Y te importa tanto ese maricón? No quiero un hijo que se deje abrazar como una niña.

—Sólo fue por mi cumpleaños... —balbuceó Julio.

El padre levantó una hoja arrugada.

—Esta maldita carta lo delata. Ese maricón quería volverte como él. Le puse un alto, lo hice por protegerte.

Las lágrimas rodaron por el rostro de Julio.

—No, papá... ¡él era mi amigo! ¡Tú no proteges, tú destruyes!

El hombre avanzó hacia él.

—No entiendes. Destruiría el mundo entero con tal de protegerlos.

Julio, con las manos temblando, levantó el revólver.

—No te preocupes, papá... ahora yo nos protegeré.

El disparo resonó en el lago. El hombre cayó de inmediato.

Perdón, Edgar... pensó Julio, desplomándose en lágrimas.

Con el alma rota, cargó el arma hasta la carnicería.

—Mate a mi padre. El cuerpo está en el lago.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.