Los Cortez y el libro de las hadas

Capitulo 25: El Pacto De Las Páginas

En el pueblo de la Rosa, Pedro y Arlik se encontraban luchando contra lobos enormes, casi del tamaño de leones.

—¡Bola de fuego! —gritó Pedro, alzando la mano mientras lanzaba un hechizo contra la bestia.

El lobo esquivó ágilmente, pero Arlik aprovechó la apertura y hundió su espada en el costado del animal, que aulló de dolor.

—Recuerda, atacas y te mueves —advirtió Arlik, sin bajar la guardia—. Si te quedas quieto, quedarás expuesto.

—Me cuesta… después de atacar siento que mis piernas no responden —confesó Pedro, jadeando.

—Es porque aún no estás acostumbrado. Tienes que seguir practicando —replicó Arlik, mientras remataba al lobo de un tajo firme—. ¡Idiotas! —gritó hacia los soldados—. ¡Si solo esquivan, los lobos seguirán atacando! ¡Su resistencia aumenta con la furia!

En otra parte del campo, Alzohur peleaba con una destreza asombrosa. Con cada movimiento su espada trazaba arcos veloces, capaces de abatir a varios lobos en un solo tajo. Sus acciones eran tan rápidas que muchos soldados apenas alcanzaban a percibirlas.

—¡Ataquen sin miedo, soldados! —rugió Alzohur, cortando limpiamente el cuello de un lobo.

Los pocos lobos restantes huyeron de regreso al bosque. Los soldados se reagruparon frente a Alzohur. Había heridos, pero ninguno de gravedad.

Alzohur se irguió con solemnidad y dijo:

—Recuerden: el miedo nos mantiene vivos, pero si se dejan dominar por él, será imposible combatir con eficacia.

Todos lo miraron con respeto y asintieron.

—Ahora, vuelvan a sus posiciones de patrullaje.

Pedro, aún respirando agitado, lo observaba con asombro. Es increíble cómo pelea sin mostrar una sola señal de cansancio, pensó.

—Pedro —lo llamó Almor, acercándose—. Lo que dijo Alzohur también aplica para ti. La magia nos conecta con nuestras emociones. Si no aprendes a controlarlas, terminarás hiriéndote a ti mismo.

—Lo tendré en cuenta —respondió Pedro, aunque notó que Almor se alejaba con frialdad. Aún no se sentía cómodo con su presencia.

Alzohur, en cambio, se acercó y le tomó la mano con firmeza.

—Ya eres un guerrero. Solo necesitas acostumbrarte.

Pedro sonrió, conmovido.

—Gracias, Alzohur. Siempre sabes qué decir.

Ambos intercambiaron una sonrisa cargada de emociones.

Esa noche, mientras Pedro se dirigía a su habitación, una voz comenzó a resonar en su mente:

"Ven… tu destino está en mis páginas."

"Ven… salva a tu hermano."

De pronto, una visión desgarradora lo sacudió. Vio a Julio siendo atravesado por una espada.

—¡Ayúdame… no me dejes morir! —suplicaba su hermano, escupiendo sangre con su último aliento.

—¿Quién eres? ¿Por qué me muestras esto? —gritó Pedro, horrorizado.

Una voz respondió desde la penumbra de su habitación:

"Usa mi poder… nuestro poder."

Pedro se giró y vio el Libro de las Hadas sobre su cama.

Temblando, lo tomó entre sus manos. Ese era el libro que él y su hermano habían buscado desesperadamente para regresar al mundo físico. Ahora lo llamaba.

Al abrirlo, las páginas estaban escritas en su idioma. Allí encontró hechizos de un poder inimaginable, explicados con una claridad que lo deslumbraba.

—Ayúdame a salvar a mi hermano… por favor —susurró Pedro, abrazando el libro.

—Ambos nos ayudaremos —contestó el libro con una voz que parecía provenir del viento.

Entonces, una luz intensa lo envolvió. El libro se fundió con Pedro, devolviéndole la mano perdida. Sus ojos se tornaron de un blanco resplandeciente.

Toda la noche permaneció inmóvil, como en trance.

Al amanecer, un estruendo sacudió el pueblo: un troll gigantesco había comenzado el ataque.

Los soldados, junto a Arlik y Alzohur, combatían en sincronía, pero la regeneración del monstruo y sus golpes demoledores hacían imposible abatirlo.

—¡Alzohur, yo lo distraigo y tú corta su cabeza! —rugió Arlik.

—¡Bien, hagámoslo! —respondió Alzohur.

Pero justo antes de que su espada descendiera, un rayo morado atravesó el cuello del troll, decapitándolo al instante. El cuerpo de la bestia se desplomó con estrépito.

Todos voltearon. Pedro estaba allí, con los ojos blancos brillando como lunas.

—Arlik —dijo con voz firme—, llévame a la Ciudad Celeste. Debo salvar a mi hermano.

El silencio se apoderó del campo. Nadie podía apartar la vista de Pedro: su mano recuperada, su poder desatado.

El muchacho ya no era el mismo.

Fin del capítulo 25




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