En la ciudad celeste, el ejército se preparaba para partir hacia la ciudad carmesí por el camino principal. Los caballos de guerra relinchaban impacientes mientras los soldados ajustaban sus armaduras y lanzas. Al frente de todos marchaba Armelius, conocido como la Espada del Amor.
—Román —dijo Armelius con voz firme, dirigiéndose a su más cercano caballero—. Cuando lleguemos, tu deber será proteger al rey. Es vital mantenerlo con vida.
—Señor —replicó Román con respeto—, ¿no cree que sería mejor que él permaneciera aquí, a salvo? Yo podría liderar el ataque en su nombre.
Armelius negó lentamente, con la mirada fija en el horizonte.
—Agradezco tu lealtad, Román, pero no es posible. Si el rey no marcha con nosotros, la moral de los soldados caerá. Su sola presencia es un estandarte de esperanza. Y si yo no voy, tampoco podremos forjar la victoria con mi fuerza.
Román bajó la cabeza en señal de obediencia.
—Entiendo, mi señor.
En ese instante, un soldado interrumpió con premura:
—¡General! Dos hombres del pueblo de la Rosa piden verlo. Sus nombres son Alzohur y Pedro.
Sin esperar a que los llamaran, ambos se adelantaron con paso decidido. Armelius tensó la mirada, intuyendo peligro.
Pedro fue el primero en hablar, con furia en los ojos.
—¡Dime dónde está mi hermano, maldito! —rugió, llevando la mano a su arma—. ¡Habla o te mataré!
El instinto de Armelius se encendió de inmediato, obligándolo a retroceder un paso.
Este hombre... su instinto asesino es abrumador. Ni siquiera Julio desprendía un poder tan intenso, pensó, colocándose en guardia.
—¡Basta, Pedro! —intervino Alzohur, intentando contenerlo—. Vinimos por Julio, no para empezar otra batalla.
Armelius se mantuvo sereno.
—Tampoco deseo luchar. Julio se encuentra en la ciudad carmesí, en busca del rey carmesí, acompañado por tres guerreros fuertes.
Pedro lo miró con rabia.
—¿Entonces crees que mi hermano es solo un arma para tus estrategias de guerra?
—Claro que no —replicó Armelius con calma—. Nadie es un arma. Todos somos víctimas de esta guerra. Lo único que nos queda es buscar la forma menos dolorosa de salir de ella.
Las palabras calaron en Pedro, aunque la determinación en su mirada no se apagó.
—Tal vez tengas razón... pero aun así, no pienso dejar a mi hermano a su suerte. Iré por él, y si alguien intenta detenerme, pelearé sin dudar.
Armelius respiró hondo, y entonces hizo algo que dejó a todos perplejos: se arrodilló frente a ellos. Bajó la cabeza con solemnidad.
—No los detendré. Solo les pido una cosa... —su voz se volvió grave, casi suplicante—. Ayúdennos a terminar con esta guerra. Vengan con nosotros, protejan al rey.
Los soldados celestes observaron la escena enmudecidos. Jamás habían visto a su general inclinarse ante nadie. Alzohur y Pedro se quedaron aún más desconcertados por la expresión de respeto que todos mostraban hacia ese acto.
—Alzohur, líder del pueblo de la Rosa —continuó Armelius—. En muchos lugares he oído tu nombre. Canciones hablan de ti, del héroe que liberó pueblos de mercenarios y criminales. Y tú, Pedro... tu fuerza es descomunal. Los necesito para la batalla final. Estoy dispuesto a dar mi vida, si con ello ustedes salvan al rey de esta guerra.
Pedro y Alzohur intercambiaron miradas, sin palabras.
En ese momento, una voz infantil rompió el silencio.
—¡Armelius! ¡No te arrodilles! —gritó un niño, bajando de un caballo adornado con estandartes—. Confío en ti. Sé que no moriré.
El pequeño, de apenas seis años, vestía una armadura reluciente y portaba una corona demasiado grande para su joven frente. Corrió hacia Armelius con determinación.
—Mi rey... —dijo el general, esbozando una sonrisa cansada—. Gracias por su confianza, pero yo mismo no puedo sentirla en mi corazón. Ojalá pueda perdonarme.
Pedro lo observó sorprendido.
—¿Ese niño... es su rey?
Alzohur asintió con gravedad.
—Tras la muerte del rey Jared, su hijo heredó el trono. Muchas ciudades no aceptaron la sucesión y proclamaron a sus propios reyes. Ese niño... también es una víctima de la guerra.
Armelius volvió a inclinar la cabeza.
—Por favor, guerreros... ayúdenme.
Alzohur respiró profundo y respondió con firmeza:
—Lo haré. Pero a cambio, quiero que envíes un destacamento fuerte para proteger el pueblo de la Rosa. Quiero que ellos lo resguarden hasta nuestro regreso.
Luego se volvió hacia Pedro.
—Vamos, Pedro. Tú rescatarás a Julio, y después volverás al pueblo. Yo me quedaré a luchar.
Pedro apretó los puños.
—¿Estás seguro, Alzohur?
—Sí —respondió con serenidad—. Mi padre cometió grandes errores, y yo me hice a un lado de mi responsabilidad. Esta es mi oportunidad de compensarlo.
Pedro asintió, aunque su mirada seguía ardiendo.
—Bien, marcharé con ustedes. Pero mi único objetivo es rescatar a mi hermano. Espero que lo entiendan.
—Lo comprendo —dijo Armelius, poniéndose de pie—. Y lo agradezco.
Luego miró a Román.
—Tienes una nueva misión: parte al pueblo de la Rosa con un equipo de élite. Protégelo con tu vida hasta nuestro regreso.
—¡Entendido! —respondió Román con firmeza.
El pequeño rey, aún con la inocencia en sus ojos, agradeció a Pedro y Alzohur. Después regresó a su caballo, y con él, toda la columna retomó la marcha hacia la ciudad carmesí. El retumbar de cascos anunció el inicio del último viaje hacia la gran batalla.
Fin del capítulo 27
Editado: 01.10.2025