En una pequeña aldea, varios pobladores —mujeres, niños y ancianos— yacían en el suelo, atados de pies y manos. El miedo los invadía; el sabor a tierra en sus bocas era ya un presagio del final.
—¡Saquen todo lo de valor y quemen las chozas! —ordenó el líder de los bandidos, un hombre corpulento de barba enmarañada y ojos crueles—. Solo nos llevaremos a las mujeres y a los niños. Los demás no sirven.
Sus hombres se dispersaron como ratas, entrando en las cabañas y revolviendo cofres y sacos en busca de botín. En una de ellas, un bandido se inclinó sobre un cofre, pero antes de alzar lo que había dentro, sintió un brazo rodear su cuello. La daga de Arlik cortó en silencio, y el cuerpo cayó como un saco.
—Alzohur, ¿cómo vamos a acabar con los demás? —susurró Arlik mientras limpiaba la sangre de su hoja. Al girarse para buscar a su compañero, no vio a nadie. Su rostro se endureció—. ¿Alzohur?... ¡No! ¿Qué vas a hacer ahora?
La respuesta retumbó en la plaza.
—¡Oye, estúpido! —gritó Alzohur, avanzando con firmeza mientras apuntaba su lanza al líder de los bandidos—. ¡Te reto a un duelo, uno a uno!
Los bandidos salieron en tropel, espadas en mano, formando un semicírculo protector alrededor de su jefe. Arlik emergió de su escondite, situándose a espaldas de su compañero.
—Eres un tonto. ¿De verdad no podías avisar antes de tus locuras? —masculló, sin bajar la guardia.
—Perdón, Arlik… es que ganar mi título me empoderó —respondió él en voz baja, con media sonrisa.
El líder lo observó con calma.
—¿Así que eres ese elfo al que llaman la “Lanza de la Justicia”?
—Por supuesto. —Los ojos de Alzohur brillaron—. Y vengo por tu cabeza.
Se lanzó al ataque, su lanza describiendo un arco rápido. Barba Negra desvió el golpe con su enorme hoz, girando la cadera para contraatacar con un corte bajo. Alzohur se inclinó hacia atrás, la lanza silbó en sus manos y el filo arañó la mejilla del bandido. Una gota de sangre resbaló por la barba enmarañada.
Los demás bandidos se detuvieron, indecisos, observando aquel duelo. Arlik, tensa como un resorte, vigilaba cualquier movimiento de ellos.
—¡Elfo de mierda! —rugió Barba Negra, limpiando la sangre con el dorso de la mano—. Te mandaré al infierno.
El líder comenzó a lanzar tajos furiosos con su hoz, manteniendo la distancia. Alzohur desvió cada uno con su lanza, pero un mal giro hizo que el arma quedara atrapada entre el filo curvo de la hoz. Con una sacudida brutal, Barba Negra lanzó la lanza lejos.
El elfo quedó expuesto. La hoz bajó como un trueno… y en el último instante, Alzohur atrapó el arma con las manos desnudas. La hoja le abrió la piel y la sangre corrió por sus dedos, pero con un rugido de esfuerzo arrebató el arma a su enemigo.
Se colocó en guardia, puños ensangrentados.
—Quién diría que acabaría contigo a mano limpia, Barba Negra.
El bandido escupió al suelo.
—Tu título no significa nada. Si despegas los pies del suelo, caerás.
Barba Negra embistió. Su cuerpo robusto le daba fuerza, pero su agilidad era limitada. Alzohur, delgado y veloz, esquivó cada golpe, respondiendo con puñetazos secos que se estrellaban contra el rostro del bandido una y otra vez. Finalmente, un giro ágil lo derribó.
Barba Negra cayó pesadamente sobre la tierra. Jadeante, Alzohur lo miró con desdén.
—Sin tu arma no eres nada. —Alzó la voz hacia los demás—. ¡Ríndanse ahora o morirán!
Las espadas cayeron una tras otra. Los bandidos sabían que sin su líder no podían enfrentarse ni a Arlik ni a la Lanza de la Justicia.
Poco después, la guardia de la Ciudad Celeste llegó para llevarse a los prisioneros. Entre agradecimientos y vítores de la aldea, Arlik y Alzohur se marcharon.
Esa noche, en el gremio de aventureros de la Ciudad Celeste, ambos cenaban frente a una mesa de madera marcada por cicatrices de antiguos combates.
—Tienes que esforzarte, Arlik —decía Alzohur, orgulloso, mientras devoraba su comida—. Algún día conseguirás un título como el mío. “Lanza de la Justicia”… me encanta cómo suena.
Arlik levantó la vista, arqueando una ceja.
—Yo no necesito un título. Ya soy mejor guerrera que muchos que lo poseen.
—Ajá… claro —respondió él con tono burlón—. Aunque en el fondo, sé que te gustaría. Los títulos son el reconocimiento de la grandeza de los guerreros.
Ella iba a responder, pero una empleada del gremio se acercó con una carta en la mano.
—Señor Alzohur, Lanza de la Justicia… le enviaron esto desde el pueblo de la Rosa.
—¿Qué? Gra… gracias —respondió sorprendido. Sus dedos temblaban al abrirla. Desde su huida, no había sabido nada de su tierra natal.
Leyó en silencio:
"Señor Alzohur: le ruego que vuelva a la brevedad. Su padre está mal… su mente se debilita y sus decisiones traen desgracia al pueblo. Le imploramos que regrese y asuma el liderazgo, para permitir que su padre descanse. Atentamente, Almor."
Arlik sonrió con burla.
—¿Quién se murió? ¿O por qué la cara tan seria?
—Mi padre… está perdiendo la razón. Me piden que vuelva y que tome el liderazgo —murmuró, preocupado.
Arlik abrió los ojos, sorprendida.
—¿Eres hijo de un líder? Vaya, eso habría sido útil saberlo cuando dormimos en los establos de la ciudad.
—Tengo que ir, Arlik. ¿Vendrás conmigo? Te pagaré, lo prometo.
Ella lo miró con dureza, pero sus labios se suavizaron en una sonrisa.
—Idiota. Sabes que no es necesario que me pagues. Somos un equipo. A donde vayas, yo iré.
—Gracias, Arlik. Entonces partiremos mañana. —Alzohur apretó la carta con fuerza.
Ninguno de los dos sabía que aquel viaje marcaría un cambio irreversible en sus vidas.
Fin del capítulo especial – Parte 1
Editado: 15.10.2025