Los Cortez y el libro de las hadas

Capitulo Especial: El Abismo De Alzohur parte 2

El viaje fue veloz; la Ciudad Celeste no quedaba lejos, siempre que se conocieran los atajos que sus montañas guardaban como secretos antiguos.

Al llegar al pueblo, los pobladores reconocieron a Alzohur y lo saludaron con gratitud, como quien ve regresar a la aurora después de una larga noche.

Arlik se maravilló ante la belleza del lugar, mientras Almor —que curaba a un niño— se acercó con una sonrisa cansada, pero llena de alivio.

—Joven Alzohur, qué dicha volver a verlo. Agradezco que haya leído mi carta —dijo Almor.

—No tienes que agradecerme. Dime, ¿qué ha ocurrido con mi padre? —preguntó él, con un hilo de inquietud en la voz.

—Le contaré todo… pero vayamos a un sitio más apartado —respondió el mago.

Caminaron hasta un pequeño comedor público, vacío salvo por un cocinero adormecido que les sirvió algo de pan y vino.

El ambiente olía a leña húmeda y a silencio.

—¿Por qué tanto misterio, Almor? —preguntó Alzohur, con el corazón endurecido por la sospecha.

—Porque lo que voy a decirle cambiará su mirada sobre todo —respondió el mago, bajando la voz—. Su padre… ya no es el mismo. Hace semanas ordenó una emboscada a una aldea. Fue un desastre. Muchos murieron, los sobrevivientes fueron ejecutados, y solo quedamos él y yo. El pueblo aún no lo sabe… y tal vez sea mejor así.

Alzohur lo escuchó sin respirar. Su mente se negó a aceptar aquella sombra.

—¿Desde cuándo comenzó a actuar así? —preguntó, con un temblor que no era de miedo, sino de incredulidad.

—Desde su partida —dijo Almor—. En una cacería encontró el Libro de las Hadas. Lo examiné, pero solo vi hojas en blanco. Sin embargo, él... él podía leerlo. Desde entonces, su poder creció más allá de lo imaginable. Y sus ojos… sus ojos se tornaron rojos como brasas.

—Hablaré con él —dijo Alzohur con decisión, levantándose—. Quizás el libro lo esté devorando por dentro.

En la casa familiar, el aire pesaba como un mal presagio.

Azor estaba en la habitación principal, murmurando palabras incomprensibles ante el libro que brillaba con un resplandor enfermizo.

—Padre… —dijo Alzohur, conteniendo el impulso de correr hacia él—. Qué gusto verte. ¿Cómo estás?

—Mejor que nunca, hijo mío. Qué alegría verte —respondió Azor, sin apartar los ojos del texto—. Espero que hayas regresado para acompañarme en la conquista.

—¿Conquista? —repitió Alzohur, confuso.

—La de los mundos —sonrió Azor, con locura en los labios.

Y antes de que su hijo pudiera hablar, lanzó un hechizo.

El impacto lo arrojó contra la pared con violencia.

—¡Crees que soy un necio! —rugió el mago—. ¡Viniste por mi trono! La única misericordia que mereces… es la de la muerte.

Aturdido, Alzohur trató de ponerse en pie.

Arlik apareció en el umbral y, con un gesto rápido, invocó su magia:

—¡Agilidad! ¡Fuerza!

Lo tomó del brazo y huyeron. Sabía que enfrentarlo era imposible.

Pero cuando Azor quiso seguirlos, una figura emergió del velo de sombras.

—Hay sendas de poder que solo llevan al abismo, Azor —dijo una voz profunda, reverberante—. Qué lástima que hayas elegido esa.

—¿Quién demonios eres? —gritó Azor, lanzando una esfera de fuego que se disolvió en el aire.

—Soy el Viajero del Velo —respondió la sombra—. El emisario de la muerte… o quizá, solo un eco de tu destino.

El viajero se acercó, y cada palabra suya helaba la habitación.

—Vengo por el Libro de las Hadas y por la magia que no te pertenece.

Arlik condujo a Alzohur hasta una habitación cercana —la de su padre— y lo recostó.

—Tu padre está fuera de sí —dijo con voz temblorosa—. ¿Qué haremos?

—Advierte a Almor. Dile que evacúe el pueblo. Yo… lo enfrentaré. —susurró él.

—Por favor, no hagas nada insensato —pidió ella antes de marcharse.

Al pasar junto al salón principal, vio el duelo.

Azor desataba llamaradas como si el infierno lo obedeciera, pero el Viajero del Velo absorbía cada ataque con la calma de la eternidad.

Finalmente, el viajero tocó el libro que reposaba sobre el pecho del hechicero.

—Este poder no era tuyo —susurró—. Y por la sangre derramada, pagarás.

El libro se desprendió de las manos de Azor y una aura púrpura cubrió toda la ciudad.

Los habitantes sintieron el estremecimiento: una oleada que los atravesó y luego se desvaneció, dejando un vacío extraño.

Alzohur, recuperando fuerzas, se dispuso a salir… hasta que algo brilló bajo la cama.

Corrió la alfombra y descubrió una trampilla.

Al abrirla, el horror lo paralizó.

Más de veinte niños colgaban del techo, formando un círculo ritual.

El aire apestaba a hierro y podredumbre.

—Mi padre… es un monstruo —susurró, cayendo de rodillas.

Cuando el hechizo se completó, Azor y todo el pueblo perdieron su magia.

—¡No! ¡Mi poder! —gritó Azor.

—Tu camino ha terminado —dijo el Viajero, dando media vuelta—. Pero tu muerte no me pertenece. Nos veremos, Tinu…

Y desapareció.

Azor se desplomó, vencido.

—Todo mi esfuerzo… se fue al vacío… —balbuceó.

Entonces su hijo apareció, con la lanza en la mano y la mirada rota.

—¿Cómo pudiste hacer esto? —gritó—. ¡Eras un héroe! ¡Y ahora solo eres una sombra!

—Era necesario, hijo mío. Para salvar este mundo, necesitamos poder… —murmuró Azor, tomando una espada.

—¡El poder sin alma no salva a nadie! —replicó Alzohur, lanzándose al combate.

El duelo fue breve y cruel.

Azor, sin magia, se movía con torpeza. Alzohur, ágil y furioso, lo desarmó y hundió su lanza.

Un hijo juzgó la sangre que lo creó.

Y en un golpe limpio, la cabeza de Azor rodó por el suelo.

El silencio posterior fue más pesado que la guerra.

Cuando Arlik y Almor llegaron, lo hallaron arrodillado, sosteniendo su lanza ensangrentada, con la mirada vacía y el alma hecha trizas.

Nadie habló. Solo compartieron el peso del destino.




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