La muerte no anuncia su llegada.
Se limita a ocupar el espacio que dejamos libre.
Duermo dos horas. Tres, como mucho. Sueño con sillas vacías alineadas en círculos perfectos. Cuando despierto, tengo la sensación de haber olvidado algo importante, como un nombre o una fecha que debería saber de memoria.
En la ducha repaso mentalmente la conversación del local. Cada frase. Cada pausa. El hombre no improvisaba. Ninguno de ellos lo hace. Repiten un credo que se adapta a quien escucha. Conmigo usan la culpa. Con otros, la promesa. Con algunos, el miedo.
En la comisaría me espera una citación interna.
—Asuntos Internos —dice Lara, apoyada en el marco de la puerta—. Es oficial.
Asiento sin sorpresa.
—¿Desde cuándo?
—Desde anoche.
—Claro.
Entramos juntas. Dos inspectores que no conozco hojean carpetas como si fueran catálogos. Uno de ellos levanta la vista.
—Inspectora Ríos, se le retira temporalmente del caso.
—No pueden —respondo—. Soy la única que…
—Precisamente —interrumpe—. Demasiada implicación personal.
—¿Implicación o resultados?
No contesta.
Salgo con la sensación de haber sido amputada.
El teléfono vibra antes de que pueda procesarlo.
—Han encontrado otro —dice Lara—. Y esta vez… es distinto.
No debería ir.
Voy.
La escena está acordonada con más agentes de lo habitual. Nadie habla. El silencio es espeso, respetuoso, casi ritual.
El cuerpo está sentado en un banco del parque. Las manos sobre las rodillas. La cabeza erguida.
—¿Quién es? —pregunto.
Lara duda.
—Un juez.
El mundo se inclina.
—Nombre.
—Julián Herrera.
Lo conozco. Todos lo conocemos. Casos polémicos. Archivos cerrados. Decisiones legales que dejaron a demasiada gente fuera.
—¿Causa?
—Inyección letal —dice el forense—. Administrada con precisión clínica.
—¿Mensaje?
Lara señala el suelo.
Cuatro piedras colocadas frente al banco.
Muerte.
No como castigo.
Como conclusión.
—Esto ya no es marginal —murmuro—. Esto es una declaración.
Esa tarde, los medios estallan. Palabras grandes. Terrorismo. Extremismo. Caos.
Y entonces ocurre lo que ellos esperaban.
El sistema se protege.
—El caso se cierra —dice Carrasco en una reunión improvisada—. Oficialmente.
—¿Cómo que se cierra?
—Se reconfigura —responde—. No habrá más menciones a Los Cuatro. No habrá símbolos. No habrá narrativa.
—Eso es mentir.
—Eso es controlar daños.
Entiendo, por fin.
La muerte no es el último Jinete.
Es el silencio.
Esa noche recibo un último mensaje.
AHORA YA SABES CONTAR.
No respondo.
Apago el móvil.
Y empiezo a escribir todo.
Porque si el sistema decide olvidar, alguien tiene que recordar.
Aunque me cueste todo.