Los Cuentos de Astaria

Capítulo II

Cuando Alice pudo abrir los ojos, sintió que había estado dormida mucho tiempo. Se incorporó lentamente, quejándose de un intenso dolor de espalda. Sólo entonces se dio cuenta de que se encontraba sobre césped cubierto por una capa de rocío. A su alrededor sólo podía ver frondosos árboles y flores silvestres. El cielo en aquel lugar era de un hermoso color azul y estaba totalmente libre de nubes. Se puso de pie con torpeza y se preguntó si se había quedado dormida a la intemperie luego de perseguir a los dos lobos durante la noche anterior. Miró en todas direcciones para buscar a Flarium o el camino que la llevaría de vuelta a su casa.

Supo que no se encontraba en lugar conocido cuando, ni bien dio el primer paso, escuchó una dulce risa a sus espaldas. Se giró para buscar la fuente de ese sonido y se sorprendió al ver a una criatura brillante y diminuta que se mantenía suspendida a pocos centímetros de ella. Tenía el físico de una mujer y todo su cuerpo era de un color blanco perlado. De su espalda salían alas, que agitaba para mantenerse en el aire. El cabello estaba peinado con una coleta, con mechones que caían sobre su rostro cuyos rasgos eran finos. 

La criatura miró a Alice con curiosidad y se acercó hasta quedar a pocos milímetros de la nariz de la chica. Alice la miró fijamente por un segundo y sonrió. Con un dedo, Alice acarició el rostro de la criatura.

Ésta volvió a soltar su dulce risa. La chica le devolvió el gesto. Pero de pronto, tomando a ambas por sorpresa, Alice escuchó un gruñido a sus espaldas. La pequeña criatura se alejó aterrada ante el gruñido. Revoloteó un par de veces en busca de un escondite y terminó por ocultarse en el hombro de Alice, cubriéndose gracias al largo cabello negro de la chica. 

Alice giró lentamente. Pudo ver a Jarko, el lobo negro, que se había acercado sigilosamente y estaba dispuesto a atacar. Ella retrocedió sin poder desviar su mirada de los ojos amarillos en los que centelleaba un brillo asesino. Alice siguió retrocediendo lentamente, hasta que tropezó con una roca que la hizo caer de espaldas. El agudo grito alteró a Jarko, que se lanzó hacia Alice con sus fauces abiertas. La chica cubrió su rostro. Jarko la acorraló contra el suelo con sus patas delanteras. Y entonces, aquella voz se hizo escuchar.

—¡Déjala, Jarko! ¡Aléjate!

Jarko se alejó de Alice, aun soltando gruñidos. Alice se levantó, sintiendo dolor en la mejilla. Percibió que un líquido corría sobre su piel y descubrió que era sangre. 

—¡Por Orión, te ha herido!

La voz volvió a escucharse y Alice la miró confundida, de repente parecía que la presencia del asesino lobo negro había dejado de importar. 

Era una mujer grácil y hermosa. Su piel era tersa y blanca como la nieve. Lucía una larga cabellera castaña. Sus orejas, largas y puntiagudas, adornadas con pendientes de oro. Sus rasgos, perfectamente esculpidos. Sus ojos, de un bello color verde. Llevaba un largo vestido que hacía resaltar el tono de su piel, así como remarcaba su figura. Y lo más impresionante era su espalda, de la cual salía un par de alas traslúcidas.

—¡Has dicho el nombre de Orión! —Soltó Jarko. Alice se sobresaltó al escuchar aquella voz grave y cavernosa—. ¡Sabes que ese nombre está prohibido! 

—Nadie puede prohibirme nada —respondió la mujer—. Vuelve a la Ciudad Imperial ahora, Jarko.

El lobo soltó un último gruñido y, de mala gana, se alejó corriendo a toda velocidad. La mujer soltó un cansino suspiro y lo fulminó con la mirada. Acto seguido, miró a Alice, quien había palidecido. La mujer se arrodilló frente a ella y la miró angustiada, con la misma expresión embelesada que una madre tendría al mirar a un niño pequeño. 

—¿Te encuentras bien?

—Yo… El lobo… Estaba…

—Jarko puede ser muy agresivo e impulsivo. Vaya… El aroma que despides… Eres… ¿Eres una humana…? ¿Cómo te llamas?

—Alice… Alice Orchide.

La mujer retrocedió y sus pupilas se contrajeron. 

—¿Cómo llegaste aquí? 

—Estaba persiguiendo a un lobo pardo. Su nombre era…

—Flarium… Flarium te trajo aquí.

—¿Quién eres tú?

La mujer suspiró para recuperar el control sobre sí misma. Ayudó a Alice a ponerse de pie igualmente y respondió:

—Soy la Princesa Swan de Astaria. Hija de Lord Horus, sobrina de la Gran Reina…

—¿Cómo te atreves a decir ese nombre, maldita traidora?

Swan y Alice se giraron al escuchar aquella tercera voz.

La recién llegada tenía era rubia, peinada con una coleta. Vestía con un traje medieval de tonalidades terrosas. En su espalda cargaba un carcaj lleno de flechas. Sostenía un arco con una flecha lista para disparar. Iba acompañada de un joven moreno. El muchacho usaba un traje de caballero, color azul marino. Llevaba un cinturón del cual colgaba una espada en una vaina de cuero. Su cabello corto era de color negro. El chico miraba a Swan y Alice con indiferencia. La mujer rubia las miraba con auténtico odio.



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En el texto hay: elfos, aventuras y peleas, hechiceros

Editado: 13.03.2019

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