Cuando abrió los ojos, tenía la cabeza en una almohada. Percibía un dulce aroma a perfume de mujer y por un momento pensó en su madre biológica. No la conocía pues había muerto durante el parto, pero había visto fotografías de ella. Sabía que había heredado su personalidad, su padre no paraba de repetirlo. Las dos personas que más la amaban, sus progenitores, estaban juntos en la otra vida mientras ella intentaba sobrevivir en ese mundo tan extraño. Ojalá nadie la hubiera salvado de desangrarse.
Recordaba vívidamente los momentos antes de desmayarse. ¿Quién la había apuñalado por la espalda? ¿Le habían hecho una transfusión de sangre? Intentó incorporarse, pero el dolor en su espalda se lo impedía. Sólo una vez había sentido semejante molestia, cuando Leve la obligó a levantar un pesado armario para recuperar un par de pendientes de plata.
Su visión en aquella posición era limitada. Estaba recostada boca abajo sobre el cómodo colchón de una cama de tamaño matrimonial que le pareció desconocida. Su cuerpo desnudo estaba cubierto por una fina y suave sábana de color blanco. Bufó y se preguntó si acaso todos los elfos tenían por costumbre desnudar a las personas heridas. Miró hacia la derecha y vio una pequeña mesa de noche tallada en madera de arce. Sobre ella había una lámpara de aceite apagada.
A juzgar por la iluminación de la habitación, era cerca del mediodía.
El trozo de pared que alcanzaba a distinguir era de color blanco. Intentó mirar hacia el otro lado, pero su cuello le reclamó por el esfuerzo con una punzada de dolor. Dejó caer la cabeza en la almohada e intentó mover sus piernas para asegurarse que aún podía caminar. Se movieron sin problemas y se sintió aliviada. Cuando dirigió de nuevo la mirada a la mesa de noche se encontró con los ojos negros de la pequeña criatura de color blanco. La Nympha. La miraba con la misma angustia de alguien que mira a un moribundo. ¿Tan mal estaba?
—Hola…
Su propia voz le pareció ajena al escucharla.
La Nympha esbozó una tierna sonrisa y respondió al saludo con una caricia en el rostro de Alice. La chica no logró sentir nada, quizá la criatura era demasiado pequeña y liviana como para ejercer presión en otros cuerpos.
—Te he extrañado. ¿Dónde estoy?
Sabía que la pequeña criatura no podía responderle, pero esa pregunta bastó para que la Nympha saliera volando de la habitación en busca de un intérprete. Esperó pacientemente imaginando a una elfa vestida como enfermera que iría a revisar sus signos vitales. ¿Existían los hospitales en ese mágico mundo? ¿O acaso la habían llevado con un curandero? Se sintió como una lunática al pensar que había dejado de creer que todo era un sueño. Aceptaba perfectamente que ni siquiera era humana y que, si sobrevivía a sus frecuentes accidentes, se convertiría en una elfa más.
Pensó en Flarium, el lobo pardo. Esperaba verlo luego de su encuentro con los otros lobos, pero parecía haberse desvanecido en el aire. ¿Cuándo volvería a verlo?
El rechinido de la puerta llamó su atención, pero no podía mirar en esa dirección sin que su cuerpo reclamara con más dolor. Escuchó pasos que se dirigían a ella y pronto pudo escuchar una voz familiar y tranquilizadora.
—Así que finalmente has despertado.
Henna tenía la mala costumbre de hablar siempre con desdén, pero por alguna razón su voz hacía sentir bien a Alice. Henna, Swan y los demás eran lo más cercano a un amigo que Alice tenía en ese mundo.
La rubia se colocó en cuclillas frente a ella y le dedicó una cálida sonrisa. Aquél gesto era extraño en ella, sin duda pretendía tener un carácter de cuidado para evitar que se cuestionara su autoridad en el campamento.
Alice devolvió la sonrisa.
—¿Qué pasó?
—Diste un gran espectáculo a todos los Rebeldes… Hemos tenido que dar muchas explicaciones que no debían darse aún.
—Lo lamento.
—Cuando gritaste, alertaste a todos. Pensamos que había intrusos, que nos habían encontrado. Muchos salieron armados de sus cabañas y otros corrieron al establo para tomar caballos y asnos, y salir tan rápido como pudieran de aquí y buscar un escondite. Raziem y Dristan tuvieron que tranquilizarlos y decirles que no había ningún peligro. Llegamos a donde estaban Swan, Sonya y Blum y te vimos ahí, con la espalda arqueada, creí que ibas a fracturarte la columna. Mi primer pensamiento fue que te habían atacado por la espalda, pero no fue así.
—He sentido como si me hubieran apuñalado.
—Alice, nadie te atacó… En tu espalda apareció… Un par de alas.
Las pupilas de Alice se contrajeron. ¿Habían aparecido ya? Se sintió aterrada e imaginó que Henna pronto sacaría un afilado cuchillo de entre sus escasas ropas para apuñalarla. Palideció e intentó incorporarse por todos los medios posibles. Su espalda le recriminó con tal dolor que soltó un fuerte quejido. Henna la tomó por los hombros y juntas lograron hacer que la chica quedara sentada en la orilla de la cama. Cubrió su desnudez con la sabana y al fin pudo ver su entorno.