—¡Arriba, asquerosa! ¡Se hace tarde!
Alice despertó a la mañana siguiente cuando escuchó los potentes gritos de Blum. Soltó un fuerte quejido y se incorporó negándose a abrir los ojos aún. La Nympha se acurrucó de nuevo bajo las sábanas y no tardó en volver a quedarse dormida. Alice bajó de su hamaca y vio que Henna tapaba sus orejas con una almohada, supo que los gritos de Blum la habían despertado. Se vistió a regañadientes y acicaló su cabello frente al gigantesco espejo de Blum. Comparó su estatura con la que recordaba del día anterior, había crecido casi cinco centímetros durante la noche. Supuso que eso explicaba el dolor de sus piernas y su cintura. Pasó un par de dedos sobre la Marca de Orión y tuvo una sensación de Deja Vú.
¿Acaso en su otra vida había portado ese tatuaje en su cuerpo?
Blum continuaba gritando sin parar así que Alice no tuvo más remedio que bajar las escaleras. Ya conocía los peldaños de memoria, recordaba perfectamente los que eran más altos y fue una suerte pues de lo contrario correría el riesgo de dar un traspié y partirse el cuello con la caída. Blum la esperaba ya en la estancia, sentada en el sofá y limando sus uñas con el filo de una de las dagas que siempre portaba.
Alice se sorprendió cuando vio a Swan, Sonya, Flint, Raziem y Dristan en la estancia acompañando a la pelirroja.
Estaban también los tres lobos.
La habitación se sentía mucho más pequeña de lo que era. Blum miró hacia las escaleras de piedra y emitió otro grito agudo que provocó molestia en los tímpanos de Alice.
—¡Henna! —Dijo la pelirroja—. ¡Baja ahora mismo, maldita sea!
—¿Qué hacen todos aquí? —preguntó Alice acercándose al grupo.
Saludó a Flarium con una caricia en la cabeza y ocupó un asiento entre Sonya y Swan mientras esperaba respuestas. Sólo obtuvo silencio, ni siquiera Flarium pronunció una mísera palabra. Gora y Kruth no paraban de cabecear, Alice se preguntó si acaso habían pasado la noche en vela.
Desde su llegada al Campamento Orión, ambos lobos habían remplazado a los elfos durante las guardias nocturnas. Sonya se había negado a que ellos tomaran semejante responsabilidad, pero ellos no podían negarse a cumplir las órdenes de Jaku: proteger a Swan y a Alice a toda costa.
Henna apareció finalmente en la estancia y le dedicó a Blum una señal obscena con el dedo medio. Alice sonrió, aunque aquél gesto le pareció demasiado humano como para ser usado por su amiga rubia. La Nympha dormitaba sobre la cabeza de Henna y al reunirse con los demás, bajó revoloteando hasta acurrucarse en el cálido pelaje de Flarium.
Alice separó los labios para formular de nuevo su pregunta, pero tuvo que detenerse cuando Blum hizo una seña hacia Flint con la cabeza. Él asintió con la cabeza y sacó un pequeño paquete de debajo del sofá donde se sentaba. Fuera lo que fuese aquél objeto, estaba envuelto en una funda de grueso cuero café y descolorido, atado con una cuerda amarillenta. Las miradas de todos se centraron en el paquete cuando Flint se lo entregó a Alice, diciendo con una sonrisa:
—Lo forjé para ti.
Todos los Rebeldes trataban a Alice con respeto excepto los líderes. Alice esbozó una sonrisa cuando Flint la trató como una igual en lugar de como haría con alguien de la realeza. Tomó el paquete en sus manos y retiró la funda de cuero para dejar al descubierto lo que parecía ser una afilada daga. Medía casi quince centímetros de largo, era pesada y quizá demasiado gruesa. Estaba forjada en plata y la empuñadura tenía forma circular.
Extrañada, Alice metió la mano en la empuñadura y levantó la daga para descubrir que esta se dividía en varias hojas afiladas más hasta formar una estrella, cada una era tan delgada como una hoja. No pudo evitar sonreír ante tan curioso artefacto, aún más cuando sacó la mano de la empuñadura y la daga recuperó su posición original.
—Gracias, Flint —sonrió Alice.
—Esa arma se conoce como la Estrella de Orión —comenzó a explicar Swan.
Alice entornó los ojos al detectar la inminente lección de historia.
—Alicia solía llevar un arma semejante oculta entre sus ropas —aportó Flarium. Alice se sintió aliviada de que fuera el lobo quien le diera la lección—. La suya era de oro sólido con incrustaciones de diamantes y rubíes, por supuesto, pero esa arma está resguardada en el Castillo de Cristal.
—Tu entrenamiento, a partir de hoy, se centrará en aprender a utilizar el arma que Flint te ha forjado —comentó Swan, Alice volvió a tomar la empuñadura para examinar el objeto—. Los miembros de la realeza, las mujeres en especial, no pueden descuidar su porte mientras…
—En realidad deberías comenzar explicándole que ninguna mujer de la realeza puede portar armas —intervino Henna.
Swan la fulminó con la mirada cuando la mujer rubia realizó la interrupción. Negó casi imperceptiblemente con la cabeza antes de responder con tono hiriente.