Empezaba a no tener tan claro que fuera broma.
Lo que acababa de ver en las noticias me hacía pensar que lo que había vivido era más bien real. Entonces, si todo era real me quedaban apenas unas horas para resolver el problema expuesto.
No sabía si sería capaz.
Recapitulemos, una vieja amiga, vieja porque debía tener unos 80 años, me había
comentado que acudía a una reunión para amantes de las novelas de misterio. La señora adoraba a Dolores Redondo y yo era super fan de Agatha Christie, y nos conocíamos
de vernos en la biblioteca pública que, para feroces devoradores de libros, es el lugar más bonito del mundo.
Ella me había dicho que solían juntarse los domingos a las 7 de la tarde en un club social e
intercambiaban opiniones, comentaban libros, se prestaban ejemplares y que últimamente
uno de los asistentes planteaba un misterio o rompecabezas, lo que le pareciera mejor, que
resolvían en esa sesión o quedaba pendiente para la próxima si es que no hallaban la
solución ese día.
Decidí ir, me parecía muy interesante y no tenía ningún plan mejor. Pues sí, mi vida es así de
aburrida porque realmente la idea que me había hecho era de unas abuelitas contando qué
habían leído de nuevo o qué película moderna había adaptado mal otra obra de arte literaria
y me había parecido el mejor plan para el domingo que se podía pedir. Es lo que hay.
Llegué a la dirección indicada. Lo primero que me sorprendió fue el pedazo de edificio al
que llegué. Pregunté en recepción y me dijeron que el club se reunía en la puerta nº 24 de
la planta 48. Y allí fui.
Lo que encontré se parecía a lo que me había imaginado tanto como un huevo a un tigre.
Sentados formando un corro había una chica joven muy guapa que tenía un libro digital, dos
tipos totalmente anodinos leyendo algo, un señor mayor mirando a la nada, tres chicas
bastante jóvenes que charlaban animadamente entre sí y no había ni rastro de mi amiga de
la biblioteca. Saludé tímidamente y me senté en una silla que estaba libre. Los que no
estaban totalmente entretenidos me saludaron y volvieron a lo suyo. Al rato llegó el
estereotipo de un camionero con tatuaje de antebrazo incluido. Saludó y se sentó a mi lado.
Llegaron dos personas que no me resultaron interesantes y dos señoras del estilo de mi
amiga.
Yo estaba esperando que alguien tomara la iniciativa, pero parecía que eso no iba a ocurrir
hasta que llegó él.
Un señor de traje claro y sombrero apareció en la puerta con una sonrisa de oreja a oreja.
Se sacó el sombrero de manera teatral y nos saludó a todos. Se dio cuenta que era la
primera vez que yo asistía y me hizo un mini interrogatorio de rigor para dejar de ser
desconocidos. Aprovechó a presentar a los demás y muy animadamente comenzó a
comentar la última película de Kenneth Branagh con la que no estaba muy conforme. Ni él
ni nadie. Como a mí me había parecido una aberración pude explayarme a gusto y me
pareció encajar a la perfección en el grupo.
Me sentía feliz de encontrar gente afín a mí y no soy capaz de recordar el momento en que
el señor del traje planteó el enigma.
Nadie supo contestar, aunque las teorías eran variadas y ocurrentes. Hasta yo aporté alguna
idea. Pero nada. Quedó pendiente. Se suponía que a la siguiente reunión tendríamos que
llevar la solución. Fue una experiencia muy gratificante para mí y me despedí de mis nuevos
colegas lectores.
Durante la semana siguiente no pensé mucho en el enigma, tenía mis propias ideas, por
supuesto, pero realmente le dediqué poco tiempo; pensé que alguien encontraría la solución
y podríamos discutir y divertirnos el domingo.
Antes de que llegara la siguiente reunión, acudí a la biblioteca a devolver unos libros que
me quedaban pendientes y escuché por casualidad a las bibliotecarias hablar de un
desafortunado accidente que se había llevado la vida de una socia. No sé cómo lo supe
pero comprendí a la primera que la persona del accidente era mi amiga, la que me había
hablado del club que me alegraba los domingos. Que pena me dio. No la conocía lo
suficiente, pero me causó una impresión muy fea y me dejó pensando durante mucho
tiempo.
El domingo volví a la planta 48 del fantástico edificio y me reencontré con casi todos los que
habían asistido a la reunión anterior. No estaban la chica guapa ni el señor mayor. Pero no
le di mayor importancia, no todo el mundo podría asistir todos los domingos.
Cuando el caballero del traje claro y sombrero hizo su aparición fue tan espectacular como
la vez anterior y lo primero que hizo fue preguntar si alguien había encontrado solución al
enigma planteado. Nadie tuvo nada que decir. Me dio la impresión de que el ambiente se
enfriaba y las caras se pusieron muy serias. Los ojos se movían nerviosos de un lado a otro
pero nadie tenía ideas que presentar.
El hombre del traje claro nos miraba uno a uno y su sonrisa agradable empezó a parecer
menos amistosa hasta desaparecer por completo. Con voz suave dio ánimos y dijo que los
allí presentes éramos perfectamente capaces de encontrar la solución. Se notaba una
tensión inusual para ser una reunión de amantes de los libros, sobre todo con lo agradable
que había sido la reunión anterior.
Se me ocurrió dar mi opinión y el caballero del sombrero me miró con un brillo extraño en
los ojos. Me dijo que no iba por mal camino pero que podía hacerlo mejor. ¨ ¿Alguien más? ¨
Preguntó, y la reunión se convirtió en un gallinero, con todos hablando a la vez. Yo lo
miraba todo con asombro y hasta con susto cuando una de las chicas jóvenes comenzó a
hablar más rápido y más alto hasta llegar a un llanto histérico que nadie pudo calmar,