Los cuentos de Chalo

Capitulo 2: La niña del elefante

Julia era una pequeña alegre y cariñosa. Curiosa, siempre estaba investigando cómo funcionaba el mundo y el significado de las cosas. Le fascinaban las mariposas, por ejemplo, y su manera de bailar por las flores y siempre intentaba escuchar la canción con la que bailaban porque estaba convencida de que, si ella conseguía escuchar la melodía, también ella bailaría hasta las nubes y más arriba.

Un buen día, cuando la pequeña Julia se encontraba contando los puntos de una mariquita para comprobar que era la misma que la había ido a despertar el día anterior por la mañana, su tía llegó con un paquete para la pequeña. Julia lo abrió muy contenta y en su interior encontró un huevo grande como su cabeza. En realidad no era un huevo, era un recipiente con la misma forma y al abrirlo con cuidado encontró en su interior un pequeño paquidermo. ¡Qué sorpresa! ¡Qué ilusión! Su tía lo había encontrado en un viaje que había dado por lejanas tierras y como había supuesto muy acertadamente, a Julia le había encantado.

Y lo llamó Adán. Adán el elefante enano. Pero Adán, como buen elefante, aunque llegó pequeño, creció y creció hasta llegar a buen tamaño para un elefante macho. Julia cuidó mucho al elefante, con mucho esmero y dedicación, le enseñó más de mil trucos y le dio mucho amor.

Junto a ella, Adán aprendió a cuidar la naturaleza, las flores, los animales y un poquito de aritmética. Vivieron muchas peripecias. Una vez, estando en el jardín de la abuela, Adán no escuchó a la madre de Julia que le decía que cuidado con las rosas y las espachurró todas. La abuela de Julia se puso muy triste y Adán y Julia también y lo que nunca supo nadie fue que a pesar de tener tan gruesa la piel, se había pinchado el trasero. A partir de entonces anduvo con más cuidado siempre, para no hacer estropicios y para no pincharse el pompis.

Julia llevaba siempre consigo a Adán y la gente que la veía con semejante animal, solía ir corriendo siempre a preguntar a su mamá qué hacía aquella niña con un elefante. Su mamá siempre les contestaba “es para que aprenda a cuidar sus cosas” y la gente no volvía a preguntar jamás.

La pequeña Julia creció y dejó de ser pequeña pero nunca dejó de ser la niña alegre, curiosa y cariñosa que siempre había sido. Al final aprendió cómo volaban las mariposas, sobre los puntos de las mariquitas y millones de cosas de la flora y la fauna. Tuvo una vida plena y maravillosa y Adán formó parte de ella.

Cuando la pequeña Julia se convirtió en la Señora doña Julia, Adán empezó a decrecer, muy despacio. De manera casi imperceptible. Así, cuando la señora doña Julia pasó de largo los 100 años, Adán casi estaba del mismo tamaño que cuando conoció a la pequeña.

Y Julia murió tras una larga y preciosa vida. Muchos la lloraron y todos la recordaron con amor. Y Adán, tan pequeño como al principio, fue a perseguir mariposas y a bailar de flor en flor al son de la melodía. Hay quien dice que ha visto a Adán oliendo flores en un jardín. Y hay quien dice que lo ha visto contando los puntos de las mariquitas. Y todos los que lo han visto coinciden en que va pasando lejos de las rosas porque aún se acordaba que sus espinas pinchan el trasero, pues un elefante jamás olvida.



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En el texto hay: misterio, humor, aventuras

Editado: 09.11.2024

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