Había una vez una familia de gallinas que vivía en una casita muy alegre. Mamá gallina era trabajadora. Papá gallo, en cambio, era muy perezoso.
-¡Siempre tengo que cocinar, planchar y fregar! -decía mamá gallina, molesta- ¡y tú ni siquiera lavaste los platos como te pedí!
Papá gallo respondió lo mismo de siempre:
-Cálmate, que yo lo hago después...
Un día, mamá gallina anunció:
-Voy al mercado. Dejé el horno encendido. Apágalo dentro de quince minutos, ¿sí?
-Sí, sí... después lo apago -dijo papá gallo, sin moverse de su sillón.
Pasó el tiempo y papá gallo no lo apagó. El horno explotó, y la casa se prendió en llamas. Por suerte papá gallo sobrevivió... aunque con las plumas quemadas.
Desde aquel día, papá gallo cambió, ya no era perezoso, porque había entendido que en una familia, todos deben ayudar.