Al lado de un enorme caucho, muy cerca de la placita del pueblo, se hallaba una humilde pero hermosa casita donde vivía una niña llamada Diana; tambien, sus dos primos (Estefanía y Freddy), la madre de Diana, los padres de los otros niños y una tía. Aquel hogar contaba con un patio muy grande, en el cual se hallaba un corral. En aquel corral, muy apretaditos, vivían varios animales: cuatro gallinas, un gallo, cinco patos y un perro.
El perro, por ser el guardián de la casa, era el único con un nombre de pila (El rayo). La tía fue quien bautizo al perro con el nombre del rayo; ya que era un animal muy perezoso, excepto cuando le servían la comida, a la cual iba como de rayo. Ese perro pasaba el día amarrado a un árbol de mamón plantado en el extremo oeste del corral (muy cerca de la empalizada trasera); desde allí podía ver la entrada de la casa y si alguien se acercaba comenzaba a ladrar impacientemente sin mover un dedo para espantar al intruso.
El resto de los animales siempre vivían en disputa por la sombra de un robusto árbol de apamate plantado en el centro del corral; pues… ninguno de ellos se atrevía a reclamar parte de la sombra del árbol de mamón por el temor a los dientes grandes y afilados del perro.
Revoloteando entre la casa y el corral se la pasaba una pequeña, habladora y colorida cotorra de plumaje tan verde como los matorrales plantados al frente de la casa; manchas amarillas alrededor de su cabeza, como el color del sol dibujado por Diana (la niña menor); y unos ojos grandes y redondos como el platón ovalado donde servían la comida.
La cotorra era la única ave con el permiso de andar por aquí y por allá; ya que podía hablar con las personas de la casa y los animales del corral. Ella era quien avisaba a los animales cuando llegaba la comida o a los miembros de la casa cuando algo anormal ocurría en el corral.
Con su grito tan florido y escandaloso encendía las alarmas ante el resto de los animales:
— ¡Trua! ¡Trua! ¡El perro se soltó!
Chillaba despavorida la cotorra; mientras, las cuatro gallinas corrían cacareando y asustadas de un sitio a otro del corral. En ese corretear, las gallinas molestaban a los patos que se hallaban placidos y tranquilos en un enorme charco de agua emitiendo su sonoro ¡cua cua!
— El perro quiere comerse a las gallinas, —anunciaba la cotorra por todo el interior de la casa, en busca de la tía.
La cotorra no sabía que al perro le gustabas ver saltar a las gallinas, su intención no era hacerles daño sino jugar con ellas; pero ni las gallinas ni la cotorra lo sabían.
La tía, atenta de todo acontecer en el patio, entraba apresurada en el corral y, luego de varias caídas y revolcadas en el charco (donde se hallaban los patos), atrapaba al perro y lo amarraba nuevamente al árbol de mamón.
¡Catapumba! ¡Plouf!
— ¡me caí! —dijo la tía, mientras, muerta de la risa, se sacudía el vestido.
Aquellos eran momentos exclusivos para la cotorra, narradora sin igual de todo el acontecer en la casa; relatos disfrutados por los niños al regresar de la escuela:
— ¡trua!, la tía se cayó, se cayó—fue lo más divertido y pintoresco de aquel día.
(…) Otro animal, no menos importante, era una gata pequeña y amarillenta; molestia de todos los habitantes de la casa ya que a la gata le gustaba vivir trepada en la cocina. La gata deseaba ser gourmet y probaba todos los sabores de los platos llevados a la mesa, por lo que fue el animal más amenazado de desterrar de la casa; pero los días en que se iba a ejecutar tal sentencia, la gata se presentaba con el trofeo ganado como la mejor cazadora de ratones (una simple cola de ratón desprendida de una de sus víctimas).
— ¡Miau!, —maullaba la gata mientras en su pata izquierda-delantera exhibía la cola del ratón que le dio el triunfo en aquel concurso.
Todo parecía normal en aquella pequeña casa; hasta que un día… el padre de los niños trajo un cerdo, un pavo y una gallina. Estos animales estaban destinados a jugar un papel importante en las navidades de aquel año: el primero serviría las chuletas; el segundo, el pavo de Nochebuena y; la tercera, la ensalada. Roles comprometedores para estos animales.
Los niños pronto se encariñaron con aquellos animales hermosos pasando largas horas jugando con ellos:
La gallina tenía un plumaje muy blanco, tan blanco y brillante que al darle un rayo de sol creaba un arcoíris a su alrededor.
El pavo contoneaba su cuerpo al escuchar cualquier música, mostrando su inmensa cola como abanico verde-cielo.
Y…
El cerdito alegraba el día; saltando como perrito faldero entre los pies de los niños exhibiendo su amplia y sonora risa.
Los otros animales, al ser relegados por los niños, comenzaron a maltratar a los nuevos inquilinos; por lo cual, el padre de los niños construyó un corral más pequeño y colocó allí a estos recién llegados.
Los niños, por su parte, colocaron unos banquitos dentro de ese corralito para pasar cómodamente las tardes al lado de sus nuevos amigos; allí reían, cantaban y, hasta hacían sus tareas de la escuela. Algunas tardes, la madre y la tía compartían estos momentos agradables con los niños y los tres animalitos.