Los cuentos de mi abuelo Chucho

EL BEBÉ DE MILI

Puntos luminosos giraban a su alrededor, cual manto de estrellas adornaba su tierna cabecita. Una aureola de colores como el arcoíris afectaba los ojos de aquel ser, quien no percataba de un importante acontecer en su vida. Las luces que giraban y giraban mostrando su esplendor se hallaban atentas y vigilantes como si resguardaran el pensamiento de aquel ser. Quizás, esas luces se hallaban preocupadas porque este ser descubriera el secreto de aquel acontecimiento…

Como un torbellino de diminutas estrellas las luces se fundieron formando un  gran resplandor de color naranja hasta que hicieron llorar al bebé por una  palmada en sus  nalgas… Fue el primer castigo recibido por la bocanada de aire que aquel ser tomó del firmamento para  acompañar su primer reto… ¡escribir la primera página de su libro!

—¡Ha nacido un varón! — Se escuchó por todo el pasillo cercano a una habitación de la maternidad.

—¡Gracias a Dios!, sano y fuerte. Muy parecido a su papá.

Ahora  hay un bebe rodeado de luces  y sombras, de sonidos y olores, de dolores y caricias. Poco a poco las luces de su génesis se hicieron cantos, matices y sabores calmantes de la impaciencia de aquel bebé (recién nacido) que exigía ser atendido.

— ¡Buaaa, buaaa!, —son cantos a su existencia que el bebé emitía como anuncio de su llegada al mundo, por lo cual, llegó  la hora de tomar el  néctar que aliviará el ardor de su estomago, así como sentir el calor del hogar que le dará la bienvenida. Sustancia sagrada proveniente de una de las sombras de quien, ayer, formaba parte de su cuerpo a la cual llamará mamá (una de las primeras palabras que venerará y guardará en su memoria).

Muecas y balbuceos premiados con sonrisas e imitadas por las sombras alrededor del bebé. Sombras que, al  ser perturbadas por el canto de este, agitaban sus manitos como anuncio de los corazones presentes, deseosos de compartir su amor y sus esperanzas.

Calor y néctar  para calmar su llanto, aire frio y agua tibia para tonificar su piel. El bebé envuelto en mantas azules deberá ir a dormir en espera de un próximo amanecer.

—Dame al niño porque ya es hora de ir a dormir—Ordenó una de las sombras.

Y desprendido del agradable calor que disfrutaba el bebé al abrigo de mamá, este fue llevado a su cuna para ser envuelto en unas sabanas frías para permanecer allí un rato despierto sin que llegue el llamado “dormir”.

Ese mundo de sensaciones dio inicio a un  nuevo  placer; la corriente de agua tibia por la piel del niño, cual brisa refrescante recorrió todo su cuerpo y refrescó su abdomen; por segundos, el niño casi dijo “¡aaaa!” (La primera vocal que ha de agregar a su aprendizaje).

—¡Alguien hizo llorar al bebé! — señaló alguien quien pendiente del cuerpo débil del bebé, destapó la manta que le envolvía y con una tela fría hizo erizar su piel de forma repentina.

El niño ¡Cantó de nuevo!, como pregón a los secretos ocultos en su cuerpo, esos sonidos emanados de su garganta, aliviaba su inconformidad y provocaba la  tragedia en quienes lo escucharan, la cual será calmada con la leche cedida por una de las sombras (mamá) la cual ha de tomar la forma de una preciosa estrella, premiada por su devoción.

Luego de varios ensayos el niño comprendió el valor de esos cantos (surgidos de su garganta); llamaba la atención de esas sombras y muchas veces surgían los sabores calmantes del ardor de su estómago, tan sencillo como esto: a cada «¡buaaa o aaa!» emitidos por el niño; caricias, cantos, olores y sabores llegaran de inmediato y sin pretexto. Señales que  Dios le dotó a este para anunciar que deben calmar el ardor de su estómago o la impaciencia de su piel.

Y más agradable era para el niño ese calor emanado de mamá (la identificada como su devota estrella), la única que, además de brindarle tranquilidad con el néctar de su cuerpo, emitía un  sonido tan suave como la almohada donde el niño posaba su cabecita (compañera de sus primeros sueños); ¡cómo le agradaba ese calor!, y ese sonido de «dum, dum» en armonía con los latidos de su corazón. Calor y sonido que le hacían dormir  y, otras veces, le acompañaba hasta el próximo amanecer.

Ya le era imperceptible para el niño la sensación de dolor en su piel al rozar con los objetos; ahora, la brisa será caricia suave y reconfortante como el roce con la piel de mamá que siempre le acompañaba.

Esos sonidos que al niño perturbaba y no comprendía serán sonrisas agradables a sus oídos, también  las voces serán arrullos tranquilizantes e  inentendibles palabras intrigantes. Las sombras; algunas serán personas, otras serán montañas.

Las luces serán  para el niño corredores de aventuras desafiantes  a su inquieto deseo por explorar el mundo, al cual él ha llegado para descubrir sus secretos y escribir los primeros  relatos de sus travesuras en página nuevas de su incipiente libro; como el día en que su pecho saltaba de manera incontrolada y una bolita de hilo rojo colocado en su frente, le calmaba; o cuando vomito en la espalda de la sombra que lo cargaba luego de ser golpeado en su espalda; o cuando dejo pañales mojados y manchados al desalojar de su cuerpo sustancias que no necesitaba para solicitar más del néctar que calmaba el ardor de su estomago.  

Los olores de los objetos que llegaran a las  manitos del niño serán sabores que han de engañar esas ansias de llenar su estomago con el néctar sagrado del alimento. Los cantos y caricias serán arrullos de mamá, quien nunca se cansó de su trajinar diario y tenía tiempo para interpretarle sus cantos (“Arrorró mi niño…”); también se escuchaba, de vez en cuando, un balbuceo misterioso casi imperceptible; será el  arrullo de una sombra corpulenta que todas las tardes se acercaba al niño para cantarle (“Arepita de manteca…”). Con el tiempo  aquella sombra corpulenta recibirá el nombre de papá (otra palabra a la cual brindara respeto y guardara en su memoria).



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En el texto hay: amor, temores, valientes caballeros

Editado: 26.09.2021

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