Frente a una amplia y hermosa playa, a dos cuadras de la placita del pueblo, se hallaba una casa con un enorme patio en la cual habitaban, a todo dar, un perro, un burro y cinco pollitos.
Estos animales eran la dote de una joven pareja de recién casados (Jesús y Lucrecia), quienes habían decidido dedicarse a la cría de pollos.
De estos animales, el burro era el encargado de apoyar a Jesús en la recolección de leñas para su posterior venta; mientras que al perro le asignaron la tarea de cuidar el patio de la casa y vigilar a los pollitos para que no salieran de los límites de aquel patio.
El burro era el único que podía salir de la casa y andar por las calles del pueblo durante la recolección de la leña o mientras hacia la entrega de esa mercancía a los compradores; aun así, la permanencia de este animal fuera de la casa era controlada por el perro. Si el burro tardaba más de lo normal en la entrega de la leña o perdía parte de la mercancía, el perro informaba inmediatamente a Jesús y a Lucrecia quienes reprendían severamente a burro.
Igualmente, el perro bajo ningún pretexto debía permitir que los pollitos salieran a la calle e inclusive debía impedir que entraran al interior de la casa o se asomaran por las grietas de la pared del patio y fuesen vistos por los habitantes de aquel pueblo; Jesús y Lucrecia creían que la mirada de los transeúntes influirían en el crecimiento de estos animales.
—Si algún pollo se enferma por “mal de ojo”, serás colgado de las patas traseras; así que no permitas que esa gente miren a los pollitos, ¡has entendido perro del carrizo! —señalaba Lucrecia al perro al indicarle sus obligaciones.
Estos dos animales (el perro y el burro) fueron estrictamente entrenados para el cumplimiento cabal con sus tareas; siendo el castigo físico parte importante de dicho entrenamiento; habían expuestos en la pared que daba al patio, muy a la vista de ambos animales, dos grandes y gruesas correas de cuero con los nombres impresos de burro y perro, respectivamente. Cuando estos animales pasaban por ese lugar debían sonreír y agachar sus cabezas; igualmente, se hallaba dentro de la casa, siete sogas colgando de una gruesa biga con una nota que decía: «Aquí serán colgados quienes no cumplan con sus obligaciones», así se mantenía la disciplina en aquellas casa.
Los linderos del patio de aquella casa lo establecía una tapia larga y alta construida con bloques rojos. Algunos de esos bloques se agrietaron con el tiempo formándose pequeñas aberturas por las cuales pasaban las sombras de las personas que transitaban por las aceras; estas sombras formaban figuras de diferentes tamaños y formas; así, los pollitos se hicieron una idea vaga de cómo eran las personas que habitaban en aquel pueblo: — Seres largo y muy delgados que al caminar cambiaban de tamaño y forma. —decían los pollitos, mientras el perro y el burro, que sabían cómo eran esas personas, se reían al escuchar la descripción que daban los pollitos.
En el patio de esa casa, el perro y los pollitos encontraban todo lo necesario para no aburrirse; contaban con un parque infantil donde podían lanzarse por un altísimo tobogán, dos subibajas donde podían balancearse y cinco columpios muy singulares donde podían conquistar las alturas.
Aconteció una tarde que uno de los pollitos al mecerse en el columpio más largo, rebasó el límite de la altura establecido por los dueños de la casa; al estar muy alto pudo ver a varios seres pequeños como las hormigas, desplazándose de un lugar a otro mientras que otro grupo de ellos atravesaban un estrecho callejón para llegar a una playa y revolcarse en la arena, todos aquellos seres parecían divertirse felices y contentos. El pollito contó lo visto al resto de sus hermanos, quienes se turnaron para ver a estos extraños seres; impresionados los pollitos por lo observado corrieron donde estaban el burro y perro para preguntarles:
—¿Qué serán esos seres pequeños y extraños observados más allá de las paredes de la casa?
—Como ya les había dicho; son personas como los amos de la casa, unos más pequeños y otros más altos, pero todos son seres mal encarados y agresivos—respondió el burro—y nos ahuyentan con desprecio al gritar fuertemente: —¡vete bruto animal!.
Por el contrario, el perro señaló: —las veces que me he escapado, salgo a corretear por la playa y encuentro a niños con el deseo de jugar; lanzan ramas de árboles para que yo los recojas y al regresarlas me premian con algunas caricias en la frente o algo de comida; otras veces lanzan pelotas las cuales las tomo y las traigo para la casa al terminar el juego.
Los pollitos soñaban con conocer a esas personas, especialmente a los niños. — ¿Cómo nos tratara los niños?, ¿cómo al burro o como al perro?, —señalaban los pollitos—Espero nos traten bien como al perro, ya que, el burro es realmente bruto y tosco.
En su tarea de mantener a los animales en el patio, incluyendo al burro (cuando estaba de descanso), el perro ladraba y apretaba con su hocico las alas de los pollitos o la cola del burro y si esto no daba resultado, corría hasta los dueños de la casa para dar la novedad. Los dueños sometían a los animales disidentes a crueles castigos, desde fuertes gritos hasta severos golpes. De estos animales quien más castigo recibió fue el inquieto burro, ya que le gustaba asomar su trompa por entre las pequeñas grietas de la empalizada, situación que provocaba el sobresalto de algunos transeúntes: