Una dama humilde de clase humilde llamada Rosa deseaba, de todo corazón, pertenecer al club de damas adineradas de su localidad. Rosa trabajaba como criada en la quinta de Alicia, la presidenta del Club de damas adineradas; así, Rosa podía relacionarse con todas aquellas señoras y aprender cómo desenvolverse en ese medio y, quizás, lograría escalar posiciones en ese nivel social. Para ello, Rosa contaba con el apoyo de doña Alicia, quien además de ser su patrona le consideraba como una trabajadora excelente, honrada e inteligente.
Muchas eran las historias entorno a las aspiraciones de Rosa; que si un mesonero de un famoso restaurante ahorró todas sus propinas logrando una gran fortuna con la cual pudo ingresar al club de adinerados de su localidad o que un pordiosero ganó el premio mayor de la lotería y logró su pase a un club similar. Así que, Rosa no perdía la esperanza de tener un destino parecido, solo tenía que reunir el dinero suficiente para lograr su entrada al club de damas adineradas.
«¡Es un sueño difícil de alcanza!, pero… ¡lo lograré!, ¡con los favores de Dios!», se repetía a sí misma la joven criada cada vez que salía de su casa hacia la zona residencial de las Dama adineradas donde laboraba.
Rosa era una madre soltera con tres hijos (una hembra y dos varones) con quienes vivía junto a su madre en un barrio humilde en el centro de la ciudad. Ella atendía poco a sus niños ya que su trabajo le obligaba a quedarse en la casa de Alicia (la dueña de la casa donde servía); sin embargo contaba con algunos fines de semana, un día a la semana y las vacaciones escolares para dedicarse a sus niños.
Al regresar a su casa, Rosa contaba a sus hijos los detalles de su vivencia en la casa rica, así llamaba al hogar de Alicia.
—Miren, mis niños, ¿¡notan algo diferente en mí!? —señalaba Rosa mientras daba un giro completo al estar rodeada por sus hijos.
—¡Qué lindo mami!, un vestido nuevo, vas a estar a la moda.
—Me lo dio doña Alicia de los trapos que ya no usaba. Hoy se hizo limpieza de los clósets, y como encontramos ropas de niñas y niños cuando era más pequeños... ¡Me las dio todas!, venga mis hijos y ayúdenme con estas dos cajas que les tengo muchas sorpresas.
Así, Rosa proveía de ropas a sus niños y hasta sobraban algunas cosas elegantes para regalárselas a los vecinos, quienes se acercaban cuando veían llegar a Rosa con algunas cajas.
Aconteció, la llegada de la hija mayor de Alicia, llamada Adriana, quien se había graduado de economía en una universidad Francesa.
—Hoy llegó la niña mayor de la señora Alicia—señaló Rosa a sus niños, —Ella estudiaba en el extranjero. ¡Qué tan bella esta la niña!, pero vino hablando raro, que si “buyuu” por aquí, que si “buya, mesuee” por allá, “Dígame usted madam”; casi no le entendía, hasta que Doña Alicia le dijo: “¡Deja de hablarle a la servidumbre en francés!”, así la niña comenzó a hablar en cristiano. Pero quedé con las ganas de aprender hablar así; porque suena muy bonito y de mucha elegancia.
—Mami yo también quiero aprender hablar así—señaló Rosita, la hija de Rosa (la mayor de los tres hijos), quien levantándose de donde estaba camino por el pasillo que daba a su cuarto, tongoneando su cintura y saludando con su mano derecha, la niña decía:
—buyu, buyua, mesue, buyu; yo también hablo franchee, así aprenderé a hablar elegante y seré tan bonita y elegante como la niña de la casa rica.
Los niños varones, salieron corriendo hacia donde estaba su hermana y empezaron a emitir ruidos extraños, que según su ingenuidad eran palabras en francés.
«Esta será una de mis metas… aprender francés», pensó Rosa.
Rosa era muy eficiente en su trabajo, limpiaba toda la casa, planchaba la ropa y, algunas veces, atendía a los niños. Era tan eficiente que recibió ofertas de trabajo en las otras casas; a lo que ella se negaba por ser fiel a la señora Alicia.
De vez en cuando, Alicia prestaba a Rosa para que realizara algunos trabajos a sus amigas, quienes gratificaban a Rosa con un dinerito extra y algunas cosas que le sobraban.
Así, Rosa fue surtiendo su casa con cosas de gente rica (según ella); pero lo más importante era que iba aprendiendo a actuar como las damas de esa clase social.
Todas las damas donde Rosa prestaba servicio apreciaban su eficiencia y poco a poco la fueron relacionando con otras familias del sector. Rosa se sentía entre estas damas de sociedad como pez en el agua; hasta llego a dar su opinión sobre cosas propias de ese nivel social.
—Rosita, me puedes explicar, ¿cómo es que los niños de ahora, no respetan a los mayores y viven todo el santo día pegado de sus celulares? —Preguntó Doña Alicia atormentada por el comportamiento de sus hijos menores.
—Sencillo mi doña —respondió Rosa—, son los mensajes que les llega a los niños por esos aparatos que dañan su manera su actuar. Usted debe, mi dama, ocupar a los niños en actividades que eduquen, como por ejemplo: el cantar canciones de su interés, el escucha cuentos, el compartir con su papá agradables momentos. Usted debe establecer normas como evitar el uso de celulares en la mesa a la hora de comer, también debe sacarlos del cuarto donde pasan casi todo el día.