Los cuentos de mi abuelo Chucho

LA SEÑAL EN SU MIRADA

Nunca había sentido tal atracción incontrolable por una mujer; tan bella como la Virgen que adoraba  la dueña de la residencia en la cual él vivía, cuyos rasgos esculpidos sobre mármol disfrutaba el joven profesor al pasar todos los días frente al pequeño parque donde la virgen se hallaba erigida.

Era un mediodía;  la luz del sol, tercamente, insistían pasar por una pequeña ventana de aquella pequeña habitación cuando aquel joven fue cegado por esa luz, quedando impresionado por  la radiante silueta de una mujer, la cual apenas distinguía. Ante aquella situación, el joven, cautivado por aquella bella e inesperada presencia, solo pudo decir:

 —Buenas tardes, señorita, es un  placer conocerla.

—Buenas tardes— respondió ella, mientras sonreía.

«Hermosa sonrisa, dulce su voz, radiante mirada, aureola sobre su alisada y negra cabellera»; eran mensajes impartidos por el corazón del joven, quien sentía  desvanecerse o, por el contrario, era el mundo que se desvanecía en aquel inusitado acontecimiento.

Aquella fue la primera impresión recibida por el joven sobre aquella mujer; por lo cual, el muchacho  ensimismado por la reacción de sus sentidos se sentó en un extremo de la mesa, alejado de ella, quería evitar que ella se enterara de su turbación.

 ¡Cierto! se hizo realidad los temores del joven profesor ante aquel acontecimiento, quien creyó estar viviendo el encuentro con su primer amor sin encontrar palabras para expresarlo. El joven creía que una palabra inoportuna, crearía desconfianza en ella y provocaría el rechazo a ser amada y, alejarse para siempre. Sin embargo, el destino le tenía preparados un tipo de amor inusitado jamás vivida por ser alguno.

«Ella será la mujer con quien he de envejecer», decretó el joven.

Al cesar la luz, vio a un ángel tan bello como la virgen a la entrada de su residencia, la cual le inspiraba ternura. Pero ese ángel solo sonreía como si disfrutara en silencio al descubrir los rasgos de impaciencia en el corazón de ese joven, quien tartamudeo al iniciar su conversación:

—¿Tra-trabajas aquí?

—Yes, I´m an English teacher— respondió ella, mientras exhiba una sonrisa en sus labios.

—Yo de ma-ma—Calló el joven profesor al darse cuenta de su nerviosismo, y estirando el brazo para ofrecer su mano en señal de saludo dijo: —¡matemática!..

Como siempre, ante sensaciones extremas, el muchacho perdió el habla y, para volver a la normalidad, desvió su atención para no perderse en un bosque de expresiones incoherentes.

«Mujer hermosa: impactas mi corazón, anula mi habla, pero provees de aire fresco a este atormentado corazón en un momento difícil de mi existencia. ¿Cómo comportarme ante tal belleza? ¡Que me enmudece!;  por lo cual, debo desviar mi atención ante aquel acontecimiento  para volver a la normalidad», pensó el joven profesor.

Sin haber descifrado el enigma  oculto en los signos trazados por su ansiedad, el joven ha de volver a aquella habitación en cada receso de su faena. Algo lo invitaba a regresar, pues le gustaba esa sensación jamás vivida, la cual disfrutaba callado. Sensación no compartida; ni siquiera con ella; mujer causante de aquel devenir.

Aquella tarde, al llegar a su residencia, el muchacho comparó el rostro de aquella mujer con el de la virgen (en la entrada de su residencia) y  calladamente señaló:

«Perdóname Virgen Santa, que te compare con la mujer que iluminó mi mañana, pero esa mujer me enternece a igual que tu presencia; tal vez por su sonrisa o, quizás, por el enarbolar de su negra cabellera al danzar ante la brisa o por su hermosa mirada o por todo lo inexplicable que siento de ella, ¡que me desconcierta! Mujer perfecta, ¡inalcanzable para mí!, por ser un indocto ante los asuntos del corazón», aquella sentencia, decretó un amor sin porvenir, enlutado por la inconformidad del muchacho con sigo mismo.

Esa noche el joven profesor ideo mil planes para conquistar a su amada; bautizada, así,  por su corazón sin el permiso del corazón de ella. El joven muchacho tenía que superar todas las trabas, especialmente, cualquier palabra imprudente o mal interpretada que le alejara de ella; insistía el muchacho ante aquellos temores infundados por tantos consejos de su madre al orientarle en las relaciones de pareja.

«A una mujer ni con el “pétalo de una rosa”, ni un gesto ni una palabra con intenciones ofensivas», recordó esos consejos de su madre que marcaron su conducta y clave de su conquista. Esa noche, el joven  tocó sus labios recordando, nuevamente, la bofetada recibidas de su madre como castigo; cuando de niño gritó en plena calle… “¡Adiós mi amor!”, cuando vio pasar a una de sus primas.

El joven sabía que su santa madre, agobiada por los maltratos de su padre no deseaba tener un hijo que repitiera esas desvergonzadas conductas.

«Tal vez, el efecto de enmudecerse ante mi amada, sea producto de esos consejos», pensó el joven, por lo cual, decidió callar su amor y charlar sobre temas alejado de su corazón, cada vez que se encontraba con ella.

Inoportuna reacción de aquel joven enamorado, acostumbrado a desertar de momentos vinculado con el corazón; quizás, por el temor a decepcionar a la pareja en noches sin experiencia o por un compromiso ante sus padres de asumir responsabilidades ajenas. Otra traba para su relación de contraer compromisos de pareja. El compromiso asumido de forjar un futuro para él y el de sus hermanos.



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En el texto hay: amor, temores, valientes caballeros

Editado: 26.09.2021

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