Erase una vez, en algún lugar remoto… una cuadrilla de aves cantaban mientras surcaban el cielo al amanecer:
Para construir la felicidad posible
Se debe mantener la paz,
sembrar en las costas del Caribe,
el árbol de la hermandad.
El bienestar de la gente,
ante cualquier ambición de poder,
será la norma emergente
y nuestro honorable deber.
Para fortalecer este precepto,
unámonos en una sola voz
Así que, digamos a quien pregunte,
“yo soy parte de esta nación”.
Los animales de aquella región comenzaron a cumplir aquellas normas como modo de vida y el territorio de aquella nación fue creciendo más allá de donde la voz de las aves pudo llegar. Así construyeron sus nidos y cultivaron su suelo en una tierra de la alegría. Era el fin de un episodio de oscuridad y el sol brillo igual para todos los habitantes de aquella inmensa nación.
En una asamblea de animales la urraca señalo:
—No hay necesidad de tener un líder perpetuado en el poder, ya podemos alternarlo. El que asuma el mando sebera impulsar este proyecto de nación soberana y fuerte, donde reine la felicidad de sus habitantes.
Moción que fue aceptada. Se le informo al turpial quien gustosamente cedió el mando y en votación unánime de los camaradas, quedo la urraca como siguiente gobernante.
El turpial se retiro a un hogar de descanso, en una bella cabaña muy cerca de un gran zoológico donde se hallaba encerrada en una enorme jaula una grandiosa y hermosa águila.
Todas las mañanas parado en su ventana el turpial escuchaba el canto de nostalgia del águila:
Era el soberano de una gran nación
que ganó su libertad al vencer a un león fornido
hoy sufro en una indoblegable prisión
hoy sufro por el abandono de mi nido.
Aquel canto doblego el corazón del turpial y en ocasiones visitaba a la enorme águila; sin embargo no se atrevió a liberar al águila, por el temor a que hubiera represalias.
—Grandiosa águila, comparto tu tristeza; pero no puedo abogar por tu libertad por el peligro de que respondas a tu naturaleza y destruyas lo que he construido gracias a la paz que ofrece el que te encuentres presa.
Así, transcurrieron varios años cuando una nube oscura, como el emanado del petróleo quemado, apareció muy cerca de las faldas de una gran cordillera de montanas en la costa norte de aquella recién creada nación. Nubes con olor a azufre seguido por una legión de dragones escupe fuego, un ejército de leones amarillo y hombres de piel blanca tostada por el sol. Seres sin compasión que penetraron destruyendo todo a su paso. Obligando que buena parte de los pobladores de las costas migraran hacia el sur en busca de salvación.
La urraca al conocer la noticia, tomó un cartel donde escribió las leyes de vida de su pueblo (canto a la humanidad y a la hermandad) y, acompañado con una comisión de maestros, sacerdotes y científicos marchó al encuentro de los invasores. Los leones, hombres y dragones, respondiendo a las órdenes de un león fornido (su líder), al ver a la legión de animales comandados por la urraca se abalanzaron sobre esa compañía y sin mediar palabras sumergieron a todos ellos en ardiente fuego, quedando solo huesos calcinados y cenizas esparcidas por toda la costa. Solo lograron salvarse algunas aves que se mantuvieron a metros de altura fuera el alcance de las flechas.
La noticia llegó a oído del turpial, quien luego de comprobar lo sucedido y abrumado por la cantidad de compatriotas mártires, fue inmediatamente a la jaula donde se hallaba encarcelada el águila. El turpial sabía que aquella águila provenía del norte, más allá de la cordillera de montañas. El turpial sabía que aquella águila había luchado contra una amenaza igual y conocían como enfrentar a ejército del león fornido.
—¿Tienes conocimiento de la masacre de mi pueblo? —preguntó el turpial
—Por supuesto que sí, mi pequeño amigo — respondió el águila —. Tengo mis informantes. Y sé que te podría ayudar a cambio de que me dejes en libertad.
—Cuéntame y convénceme de tu sinceridad.
Así, el águila contó la gesta que le dio la libertad a su pueblo.
***
Cuando polluelo, mi territorio había sido esclavizado por un ejército de leones y dragones amarillos escupe fuego tan malvado como el que enfrenta tu pueblo. Todo intento de liberarnos de ellos había sido un fracaso hasta que descubrimos una gran debilidad de esos comandos invasores.
Ellos en tierra doblegan al enemigo con los dragones lanza fuego, los mares lo dominan con grandes casas flotantes y flagelan a la población con enfermedades; pero… no dominan los cielos.