2° Parte: "El muchacho que enloqueció de amor"
—¡Aidan! ¿Dónde demonios estabas metido? ¿No ves todo el trabajo que tenemos pendiente?
—Lo siento, padre. En seguida me pongo a trabajar.
Después de que el príncipe terminara con él, Aidan se sentía terriblemente deprimido. Sin importar cuántos días transcurrieran de esa terrible tarde en la que Ellis le dejó, el joven no superaba la pérdida de su primer amor.
Pocas veces le veía, generalmente de forma casual. El príncipe le ignoraba por completo y evitaba siquiera mirarlo. Ante esto, Aidan se sentía miserable y no había un momento que no estuviera a solas que aprovechara para llorar. Había perdido por completo su felicidad y sabía que sólo era cuestión de tiempo para Ellis se comprometiera y se olvidara de él.
Pero a su padre sólo le importaba culminar sus responsabilidades y ni siquiera notaba el cambio tan drástico de humor que había sufrido su hijo...o quizás si lo notaba, pero prefería ignorarlo. Lo cierto es que ese joven dulce y alegre, de sobrada confianza y gran talento que soprendía a todos, ahora parecía apagado y sombrío. Tan triste se sentía que ya no trabajaba de la misma forma: cometía errores y sus diseños empezaron a ser repetitivos y aburridos. Si su padre le ponía a coser o a bordar, las telas quedaban con notorios errores. Esto hacía exasperar el ya de por si muy mal humor de su padre.
—¿Pero qué es esto, Aidan? ¡Es terrible! ¿Cuántas veces más tendré que decirte que esta costura está torcida? ¡Toma! ¡Descósela y vuélvela a unir! ¡Y esta vez sin errores!
—Lo siento, padre. Lo arreglaré de inmediato...
—¡Has dicho eso no sé cuántas veces y cada vez es peor! ¡Deja de estar pensando en quién sabe qué bobadas y enfócate en tu trabajo!
—Sí, padre, lo haré.
Aidan tomó la prenda y comenzó a descoser las uniones para intentar unirlas de forma recta, sin más arrugas, ni desviaciones. Pero le era difícil concentrarse ya que no dejaba de pensar en su amor perdido.
Esa noche, Aidan se levantó muy de madrugada y salió a escondidas de su habitación. Sabía que sólo tenía una oportunidad de recuperar al príncipe, y aunque fuera una locura lo intentaría: Se dirigió a los aposentos reales y aguardó paciente hasta que en la tercera vigilia de la noche hubiese el "cambio de guardia", era el único momento en el que los guardias que vigilaban los aposentos se movían para ser relevados por otros custodios. Fue allí que aprovechó para escabullirse en la recamara del príncipe y tomar su corona. Pero Ellis despertó y antes de que pudiera detener a Aidan, le vio huir de allí con el valioso objeto.
Grande fue el escándalo que se produjo en la mañana cuando todos se enteraron que la corona del príncipe fue robada. Los guardias de esa noche, todos, fueron severamente castigados; ya que la vida del heredero del trono puedo haber estado en riesgo si ese ladrón hubiese sido también un homicida. Y todos en el reino se preguntaban quién fue capaz de cometer semejante afrenta.
Ellis sabía muy bien quién era el ladrón, pero callaba. Lo tomó como alguna especie de venganza por parte de Aidan tras haber roto con él. Pero aunque el príncipe no lo delató, las sospechas igual comenzaron a caer en el hijo del sastre quien "misteriosamente" había desaparecido la misma noche del robo. El padre muy angustiado ante tal acusaciones, defendía vehemente a su hijo, ya que conocía bien a Aidan y aunque fue ese un poco tonto e imprudente, no era ningún ladrón.
Entretanto, Aidan recorría el bosque desesperado en busca del duende con el que había hablado hace muchos días atrás. Llevaba la corona escondida en un bolso de cuero, estaba muy nervioso y asustado porque no llevaba armas y andar por el bosque solo y desarmado a esas horas era un gran riesgo. Logró llegar al viejo olmo donde solía pasar esas tardes felices junto a su amor, pero ahora el enorme árbol se veía más bien oscuro y pavoroso en medio de esa densa noche.
Aterrado, Aidan se acurrucó bajo aquel árbol pidiéndole al Hacedor que le protegiera y que ningún depredador nocturno le atacase. El frío helaba su tembloroso cuerpo pequeño y delgado, el pobre joven esperó asi muchas horas y el duende no apareció. Amaneció y Aidan se sintió más tranquilo tras haber sobrevivido esa noche, pero no pensaba moverse de allí hasta que la criatura regresara. Pasó la mañana, la tarde y entraba de nuevo la fría noche, Aidan no se movió. Moría de hambre y parecía que esa sería otra noche helada y peligrosa. Pero sencillamente no podía volver al castillo, no después de haber robado la corona y más sin la esperanza de poder tener el hijo que tanto anhelaba. Pero el hambre y el agotamiento pudieron más que él y terminó quedándose dormido bajo el sombrío árbol.
—¡Hey! ¡Muchacho! ¡Despierta!
Cuando Aidan abrió los ojos casi grita del susto al ver la fea cara del duende sobre la suya. El joven se incorporó y se pegó del tronco del árbol muy asustado. El duende sonrió al verlo de ese modo: