3° Parte: "El hijo adorado de Aidan"
—¿Noll? ¿Cómo obtuviste eso?
—¿Te refieres a mi corona? ¡Pues con astucia, tonto!
En la recóndita comarca de los duendes, Noll de forma vanidosa y prepotente lucía a todos su corona de oro y esmeraldas. Bebía y celebraba en la taberna, mientras el resto de sus envidiosos y traicioneros amigos le admiraban.
—¿Esa no es la corona del príncipe Ellis? ¿Cómo lograste hacerte con ella? ¡Anda, Noll! ¡Debe ser una buena historia!
—¡Y lo es! Tiene todos los elementos para ser una muy buena historia: Tiene un romance secreto y prohibido, un joven hermoso e inocente, un príncipe egoísta y cobarde y un duende apuesto y muy inteligente que se aprovechó de la situación...
Los duendes de inmediato arrimaron sus sillas alrededor de la mesa donde Noll bebía una jarra de cerveza más grande que él. El mezquino duende se sintió halagado de atraer la atención de todos, asi que se decidió a contar la historia de cómo había obtenido la corona del príncipe. El resto le escuchaba con mucha atención, inclusive las feas camareras se acercaron a escuchar la historia y tuvieron que sacar sus pañuelos para secarse las lágrimas, al oír del triste amor de Aidan que fue despreciado.
—¡Qué horrible! ¡Se aprovechó de ese pobre muchacho y luego le abandonó! —Comentó gimiendo muy triste la duende de trenzas rubias.
—¡Mabel! ¿Te vas a entristecer por ese tonto?
—No sé qué me indigna más: ¡Que hayas sacado ventaja de un muchacho enamorado o la actitud tan cobarde y descarada de ese tal príncipe Ellis! ¡He visto duendes más nobles que ese humano!
Ante tal comentario todos se echaron a reír. Pero Noll desestimó esa crítica y siguió su historia. Aunque cuando llegó a la parte donde dijo que robó un huevo del nido de las ninfas para entregárselo a Aidan, todos los duendes del lugar palidecieron.
—¿Le robaste un huevo a la reina ninfa?
—¿De dónde pensaban qué podía conseguirle un hijo a ese tonto?
Entonces uno de los duendes tuvo mucho miedo y trató de hacerle ver su grave error.
—¡Noll! ¿Qué has hecho? Cuando la reina Aldreda se entere se enfurecerá. ¡Y cuando sepa que fuistes tú te ofrecerá como bocado a los trolls!
—¿Y por qué va a enterarse? Había muchos huevos en ese nido, algunos duran más de doscientos años en nacer. En tal caso es culpa de esas tontas ninfas que no cuidaron bien el nido de su reina.
—¿Y ese huevo...? ¿Qué criatura saldrá de allí? —Preguntó la duende Mabel.
—¡Y yo qué sé! ¡Cualquier criatura! Era el más grande y tenía muchos colores raros... Quizás es un Troll, ¡o un gigantesco Dragón! En fin, quizás pasen mil años antes de que salga algo de ese huevo. Para ese entonces ese humano ya se habrá muerto.
—¿Y si nace en esta era?
—No quisiera estar cerca cuando nazca lo que sea que contenga ese huevo, no sea que termine devorándose a su "mamá"...
Noll se echó a reír. Los duendes se miraron unos a otros muy preocupados por el asunto. No era poca cosa eso de haberse atrevido a robar uno de los huevos de la reina Ninfa. Aldreda era la madre de todas las criaturas mágicas del bosque, desde las más pequeñas hasta, las más grandes. Aunque con el transcurrir de los siglos la magia se hacía cada vez más escasa y en cambio la ciencia de los hombres le sustituía, aún permanecía ese nido oculto con los últimos huevos de la ninfa soberana. Era una gran afrenta que no sería pasada por alto. Además no se sabía cuándo nacería y qué poderosa criatura nacería de él, asi que hubo mucha preocupación entre los duendes a partir de ese día.
Pero quien si esperaba con gran emoción el nacimiento de esa criatura era Aidan. Después de vagar por muchos días, pasando grandes necesidades y enfrentando diversos peligros, el muchacho se topó con una vieja y muy destruida cabaña de cazadores en el bosque. Había sido abandonada y eso se notaba por la gran cantidad de maleza a su alrededor y todo el polvo y los bichos dentro de esta. Pero Aidan agradeció al Hacedor haber encontrado un refugio para sí mismo y su huevo.
Aunque casi desfallecido por el hambre, el joven se esforzó por muchas horas en intentar acondicionar lo mejor posible el lugar para pasar la noche. Arrancó con sus propias manos las malas hierbas a su alrededor e hizo una especie de "escoba" atando a una larga rama para parte de esa maleza. Luego entró a la cabaña, sacudió el polvo y espantó a los insectos y alimañas de allí. Estuvo muy afanado hasta que empezó a oscurecer, entonces entró y con algunas ramitas y follaje encendió la hoguera de esa casa. Hacía mucho que no sabía lo que era sentir el calor de un hogar.
—¡Ya tenemos una casa! —Le dijo Aidan al huevo que sacó de su saco para abrazarlo con cariño y mostrarle el lugar. —Sé que aún le falta mucho para ser un lugar bonito, cómodo y seguro para ti; pero antes de que nazcas lo terminaré. Mañana buscaré algo de comida y recobraré fuerzas para reparar el techo y seguir preparando todo. ¡Verás que será un hogar muy hermoso para nosotros!