*Inspirado en los cuentos antiguos de tradición oral de Europa, Asia y América sobre la "Cenicienta" y de las adaptaciones hechas por Charles Perrault en 1697 "Cendrillon ou La petite pantoufle de verre" y de los hermanos Grimm en 1812 "Aschenputtel".
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Érase una vez en el Reino del Este, existía un rico y reconocido aristócrata y guerrero: Sir Kilian Brannagh. El valiente caballero había servido fielmente a su majestad durante años y su nombre era sinónimo de honor y gallardía, ya que era recordado por su noble corazón y su aguerrido coraje combatiendo por las causas más justas y ante las más terribles adversidades. Como recompensa, el rey Gallagher le otorgó tierras, bienes y títulos nobles, así como un puesto de honor en su corte siendo su embajador y más cercano consejero. No había entonces otro hombre en el reino en quien el rey pusiera su completa confianza, ya que le admiraba por su sabiduría y temple. En cada asunto delicado que pudiera presentarse, Sir Kilian siempre tendría la decisión adecuada y el consejo oportuno, por esto también el pueblo le amaba y su figura se hizo de gran renombre.
Su majestad se sentía muy complacido de tenerle a su lado y siempre buscaba la forma de compensarle por su servicio y amistad. Un día reunió a los funcionarios de la corte con el fin de que le aconsejasen algún nuevo honor o dádiva para otorgarle en recompensa. Sin que este estuviera presente, el rey consultó su inquietud en esa audiencia:
—Sir Kilian no es sólo mi leal súbdito, también es como un hermano para mí. Sus servicios son de incalculable valor para este reino y siento que aún no tiene el reconocimiento que merece. Le he otorgado riquezas y bienes, así como un título y un puesto de honor en mi corte, pero considero que puedo hacer algo más por él, algo que alegre su corazón en gran manera.
El consejero Mael, quien era un anciano muy sabio y prudente, se acercó al rey para darle la respuesta que necesitaba.
—Como su majestad muy bien sabe, Sir Kilian es un hombre muy íntegro, noble y humilde, por lo que las riquezas y títulos nunca han sido su propósito, ni tampoco su fin. Fielmente ha servido desde su juventud al reino de forma desinteresada, apegado a su código de honor inquebrantable. Pero justamente en su sacrificado servicio, se ha olvidado de sí mismo, entregándose únicamente a su labor. Como bien sabe es un hombre aun joven, pero solitario. Y como está escrito: "Así como la flor que hoy es hermosa y mañana está marchita; así son los días del hombre sobre la tierra". Sir Kilian no merece envejecer solo y sin un heredero que sea su orgullo y continúe su legado.
—¡Es cierto! No hay bien más preciado que una familia: El amor de una bella y virtuosa esposa y el cariño de un hijo son tesoros de incalculable valor. He de procurar para mi consejero y amigo la oportunidad de encontrar una mujer digna, que sea su dicha y la compañera ideal para formar su hogar.
De esta forma el rey Gallagher se sintió complacido. Encomendó a los más destacados funcionarios de la corte la misión de encontrar a una doncella hermosa y de noble corazón para que su amigo la desposara. Todas las jóvenes del reino fueron entrevistadas en las plazas y mercados de aquella populosa tierra. Sin importar si fueran de la nobleza o simples aldeanas, se esmeraron por encontrar aquella que cumpliese con lo encomendado por el rey.
Largas eran las filas de las que aspiraban la oportunidad de ser escogidas, pero muy pocas fueron las que cumplieron con lo que había dictado su majestad. Al final sólo diez doncellas se presentaron en un fastuoso banquete que el rey Gallagher organizó para su amigo, así al final de la noche, vestidas de hermosos atuendos Sir Kilian las conoció.
—Esto es...un poco atemorizante para mí...—Dijo con sinceridad Sir Kilian quien a pesar de su gran valor y coraje, se sentía abrumado por tan hermosas doncellas.
—No es poca cosa la gran decisión que está delante de ti hoy, una de ellas será tu compañera y la madre de tus hijos. Me he asegurado de que mis oficiales sólo escogiesen aquellas entre las más hermosas del reino, pero también quienes demostraran sabiduría, prudencia y bondad. ¡Así que ve y conócelas! ¡Escoge aquella que se gane tu corazón!
Animado de esta forma, Sir Kilian se levantó y las entrevistó. Parecía que cada una era más hermosa que la anterior, así como también demostraban ser muy virtuosas. Pero una de ellas se destacó ante sus ojos: Era una joven humilde y sencilla, su tono de voz y sus palabras eran muy dulces; respondía con determinación cada una de las preguntas que el importante caballero le hacía. También tenía una bellísima particularidad que atrajo la atención de Sir Kilian: Sus ojos eran de un hermoso color dorado, como si el sol hubiese quedado atrapado en su mirada. Su nombre era Aelis, la menor de las hijas de un bondadoso panadero conocido por todos en aquella tierra.
—Aelis, ¿Qué desea con todas sus fuerzas tu corazón? Respóndeme con toda sinceridad. —preguntó Sir Kilian para probarla.