6° Parte: "La Odiosa Urraca y la Dulce Melodía"
—¡Julien! ¡Julien! ¡¡¡JULIEN!!!
El niño, que estaba tallando el piso, lanzó fastidiado el cepillo al balde con agua jabonosa. Ya se terminaba la tranquilidad de esa pacifica mañana al escuchar la voz ronca y odiosa de la bestia, ya que apenas se despertaba Léandre, comenzaba a molestar a Julien con sus tontos caprichos.
—¿Qué quieres? ¿Por qué me tienes que llamar de esa forma? ¡No soy sordo!
—¿Y tú por qué me hablas así? ¿Dónde están tus modales? ¡Estúpido mocoso!
Julien respiró profundo, entonces hizo una elaborada reverencia frente a la bestia y un tono que no dejaba dudas de su ironía, le respondió:
—¿Qué desea su "noble" alteza de su siervo? ¿En qué le puedo servir, mi señor? —Y hasta se puso la mano en el pecho e inclinó su cabeza para ser más exagerada la reverencia.
—¡No me provoques, niña tonta! ¡Recuerda con quién estás tratando! Tengo hambre, espero que hayas preparado ya mi desayuno...
La bestia se levantó y salió de la habitación con su cabeza levantada y andando sobre sus cuatro patas con gran altivez. Julien le seguía haciendo muecas detrás de él. En el fondo le daba mucha gracia que aun siendo enorme bestia peluda todavía fuese tan prepotente y con ínfulas de realeza.
Quien siempre mantenía un solemne respeto y protocolo a pesar de la apariencia del príncipe, era el anciano Cyril, quien se inclinó ante Léandre para saludarlo y esperó por su llegada al comedor para desayunar. Julien se apresuró a servirle a la bestia en su "tazón" y se lo colocó enfrente.
—¡No me gustan las fresas! ¡Sácalas!
—Puedes dejarlas a un lado y comerte lo demás. —Le respondió Julien con firmeza.
—¡No! ¡Sácalas! No me gusta verlas en mi plato. —La bestia empujó con su pata el tazón de nuevo hacía Julien.
El chico lo tomó con molestia y empezó a sacarle las fresas una por una.
—¡Apresúrate! ¡Tengo mucha hambre!
—Tú quisiste que se las sacara, ¡ahora te aguantas! —Le respondió el niño que ahora lo hacía de forma muy lenta sólo para molestarlo.
—¿Qué es eso que huele tan mal aquí? ¿Acaso no trapeaste a fondo? —Gruñó la bestia.
Cyril olfateó el aire y de verdad que había de pronto un muy extraño olor en el lugar, como si hubiese un trapo muy viejo y sucio metido en alguna parte. El niño terminó de sacar las fresas y le regresó con molestia el tazón a la bestia.
—Por supuesto que limpié muy a fondo. Lo único que huele terriblemente apestoso aquí es... ¡Su alteza!
—¿¿¿QUÉ??? ¿CÓMO TE ATREVES A DECIRME APESTOSO? ¡Mocoso estúpido! ¡Quién sabe qué cosa desagradable dejaste entrar a mi castillo!
—Lamento contrariarle alteza, pero el joven Julien tiene razón: Usted huele muy mal. No recuerdo la última vez que tomó un baño y tiene demasiado pelo sucio y enredado...—respondió Cyril con algo de temor ya que esperaba una reacción muy mala de parte del príncipe bestia.
—¿QUÉ HAS DICHO? ¿Cómo te atreves a darle la razón a este mocoso?
Cyril se levantó de su asiento y al acercarse a la bestia e inclinar su nariz hacia ella, hizo una mueca de mucho desagrado por como apestaba.
—¡Es la verdad, Léandre! Su alteza necesita un baño.
—¡Nadie va a mandarme a bañarme! ¡Y no soy ningún apestoso! Soy un príncipe, ¡no olviden que me deben respeto! —Gruñó furioso haciendo retumbar las paredes.
—Que yo sepa los príncipes de verdad no huelen tan mal...—comentó Julien en voz baja mientras intentaba en vano no reírse frente a la encolerizada bestia.
—¡Ahora si voy a comerte, estúpido mocoso!
Léandre estaba tan furioso que el pelo se le erizó y su apariencia se tornaba mucho más temible de lo que era. El niño corrió a cubrirse tras Cyril y el anciano tuvo que sacar la pequeña cajita de música que domaba a la histérica criatura.
Aunque pasado ese incidente, el príncipe bestia tuvo que reconocer que su olor era un problema grave que resolver, así que tuvo que ceder a la petición de Cyril y Julien de que debía bañarse. El problema era "cómo" ya que por su enorme tamaño no cabía en una tina común, así que debían ingeniárselas para hacerlo.
Así que a Julien se le ocurrió una idea: Llenó la fuente del jardín con mucho jabón, el cual en pocos minutos cubrió de espuma la fuente haciéndola una gran tina para la bestia. Con dos enormes cepillos con los que tallaban el piso, los ató a uno palos largos y así fueron ideales para restregar el denso pelo que cubría por completo al príncipe. Léandre lucía muy molesto y frustrado cubierto de espuma dentro de esa fuente, mientras Cyril y Julien usaban los cepillos para sacar toda esa mugre acumulada en su pelaje.