Los cuentos de terror de Teodora

Los cuentos de terror de Teodora

Me gusta esta época del año, especialmente en esta fecha, la noche de brujas es simplemente macabra y eso la hace especial, amo el silbido de los arboles y como los hace llorar, la forma en que los gatos negros miran las tumbas mientras reposan sobre las frías lapidas de concreto, ahora mismo estoy con Simona, mi gata siamés, aunque no posee el color de las sombras, es lo suficientemente malévola como para ser mi amiga, a diferencia de los niños de la cuadra, a esos que observo desde mi ventana mientras se mueren de miedo inventando todo tipo de mitos sobre mí.

De pronto, un llamado a la puerta interrumpe a nuestra protagonista, quien se encontraba pegada a la ventana con Simona en sus brazos.

—Teodora tu amiga Mirila acaba de llegar.—le dice su madre quien ligeramente asoma la cabeza.

—¿Y quién la invitó?—preguntó Teodora con indiferencia y su madre hizo una expresión apenada y añadió.—cariño, Mirila esta aquí jejeje.

Una cabecilla rubia se asomó por debajo de su madre y sonrió apenada.

—Quería saber si te gustaría pedir dulces conmigo…

Teodora la miró de arriba abajo como si tratara de encontrarle lógica a su vestimenta.

—¿De que vienes disfrazada?—le preguntó alzando una ceja.

—De abejita…—le respondió ella con timidez.

—¿Abejita? Pff, por eso tu y yo no podemos ser amigas, dijo la niña tétrica.

—¡Teodora! Jejeje ¿puedes esperar un segundo mientras hablo con mi hija? Jeje no tardo.—dijo la madre con una risita apenada.

—Claro…

Mirila era una niña de once años de cabellos rubios y casi rizados, enormes ojos azules y era la típica niña que estaba obsesionada con el color rosa, se preguntarán por que una niña de su estilo buscaba con insistencia a una criatura peculiar como Teodora, bueno, supongo que los polos opuestos se atraen de alguna manera.

Después del regaño exprés que su madre le dio a Teodora, esta salió con una sonrisa agradable de la habitación, como si hubiese obtenido una gran victoria y es que así era, pues su hija no tenía ni un solo amigo aparte de esa gata misteriosa.

—Mi hija te acompañará a pedir dulces, así que siéntete en confianza y si es grosera contigo, házmelo saber y entonces yo me arreglaré con ella.

—Eh…gracias señora Mouguer.—contestó la niña con timidez mientras se adentraba a esa habitación oscura.

Una vez que su madre bajó las escaleras, Teodora clavó la mirada sobre Mirila haciéndola estremecer.

—Así que quieres ir a pedir dulces conmigo.

—Si…eso creo…

—Muy bien, lo haremos a mi manera, si lo que quieres son dulces, yo te daré todas estás bolsas que tengo escondidas aquí.—le dijo Teodora mientras señalaba debajo de su cama y los ojos de Mirila se abrieron en grande.

—Son muchos dulces…—-expresó casi babeando.

—Si, todo esto puede ser tuyo, siempre y cuando aceptes el trato.

—¿Cual trato?

—Simona tuvo una gran idea y consideramos que podemos pasar la mejor noche de Halloween aunque estemos junto a ti, cambio de todos estos dulces, nos acompañarás en nuestra ruta del terror ¿crees poder soportarlo?

—Bueno…me da un poco de miedo tu gata, pero si tu estarás ahí, creo que puedo estar a salvo…

Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Teodora y se apresuró a escribir un contrato.

—Saca tu dedo.—le ordenó Teodora asomando un alfiler brillante y puntiagudo.

—¿Que? Pero no me gustan las cosas punzantes, como las agujas por ejemplo…

—¿Hay algo a lo que no le tengas miedo?—le preguntó Teodora con fastidio, si no haces lo que te digo, te olvidarás de todos los dulces.

—Esta bien…asegúrate de que esa cosa este desinfectada ¿si?

—Muy bien como digas.—Teodora escupió en el alfiles y después lo restregó en el pelaje de Simona y procedió a pincharle el dedo a su vecina.

—¡Auch!

—Ahora pon tu huella debajo de la firma.

—¿Que es una firma?—preguntó mirilla con sus ojos llorosos.

—Solo pon tu dedo ahí.

—Ok…

—Muy bien, ahora Simona y yo estamos protegidas por la ley, pase lo que pase en el recorrido, será bajo tu responsabilidad.

—¿Que cosas podrían pasarme?—le preguntó Mirila tragando saliva.

—Un paro cardiaco, un desmayo, alguna posesión demoniaca, nada serio, así que sigamos con esto.

—¿Y tu de que irás disfrazada?

—¿Yo? Soy una bruja ¿acaso no lo ves? Tengo medias ralladas.

—Oh, es verdad.

—Simona viene como mi familiar.

—¿A donde iremos?—le preguntó Mirila son un tono de voz apenas perceptible.

—¿A donde más? Al cementerio por supuesto.

—Cielos…espero sobrevivir a esto.

—Ya veremos.

Teodora y mirilla bajaron las escaleras y la señora Mouguer se despidió de ellas con una sonrisa.

—¡Que consigan muchos dulces! ¡No olviden regresar antes de la media noche!

—¡Si señora Mouguer!

—Simona quiere hacer una parada antes de ir al cementerio, necesitamos un piño y una pala, ¿tu padre tiene esas herramientas?

—Creo que vi eso en la cochera.

—Pues vamos, necesitamos desenterrar unos huesos.

La pobre Mirila no sabía como reaccionar, pero realmente quería ser amiga de Teodora pues con toda su rareza, la consideraba bastante admirable y la consideraba genial, así que hizo lo que le ordenó y se dirigieron a una casa abandonada, que estaba a unas cuantas casas y se metieron por una reja oxidada y Teodora comenzó a acabar mientras Simona parecía estar ansiosa por lo que esta apunto de sacar, el rostro de Mirila mostró asombro en el momento en el que vio varios huesos que Teodora iba sacando, apilándolos a las patas de Simona.

—¿Que es eso?—preguntó Mirila asombrada.

—Son las presas de mi querida Simona, aves, conejos, conejillos de Indias y otro gato.—expresó Teodora con orgullo.—ella misma los cazó, algunos son de nuestros vecinos tontos, como e chico de la casa roja, ese matón lloró a mares por su querido señor sombrero, ese conejo mal oliente llave aquí como un esqueleto jajajaja.




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