Los cuentos de terror de Teodora

El duende del jardin

Mirila no estaba segura si su corazón aguantaría otra historia como esa, pero la curiosidad era más grande que su miedo, pues algo tenían los cuentos bizarros de Teodora que cada que ella hablaba, Mirila sentía que estaba viendo una película en su cabeza y vivía la experiencia en 3D.

—¿Y de que trata la siguiente historia?—le preguntó la abejita con morbosidad.

—Esta historia habla de un amiguito muy peculiar jaja, el nombre de este relato esta titulado como: “El duende del jardín”

Había una viuda a la que sus hijos jamás visitaron, ella junto con su difunto esposo se dedicaron en cuerpo y alma a darles la mejor de las crianzas, trabajaron de sol a sol en su granja para que no les faltara nada y pudieran convertirse en todos unos profesionales, tres ingratos tuvieron por hijos, todos varones y una vez que se fueron de casa, jamás volvieron a ver a sus padres, la mujer era ya muy anciana, noventa años tenía encima, era un costal de huesos que apenas si podía hacer sus tareas cotidianas.

Era humilde y su granja estaba muy descuidada, solo le quedaba una gallina, a la que quería como una hija, dormía con ella, hablaba con ella y eran inseparables, pero la comida escaseaba cada vez mas y tenía una alacena en la que resguardaba su poca comida, como era muy anciana, no podía trabajar la tierra y sus vecinos de ves en cuando le llevaban algo de comida, pues vivía lejos del pueblo, exactamente a una hora de distancia, entonces el hambre tocó su estomago y estiró su huesuda mano para alcanzar la ultima lata de sopa que quedaba, la que para el colmo, ya estaba caducada.

—Es todo lo que nos queda…¿te parece si guardamos un poco para el desayuno de mañana?.—le preguntó la anciana a la gallina que comenzó a picotearle las manos para que le diera de comer.

La ración fue tan poca que ninguna de las dos llenó su estomago con tan miserable porción, así que la anciana se acostó antes de la hora habitual para mitigar un poco el hambre.

—Tranquila Martina, mañana será otro día, seguro que alguno de nuestros vecinos se apiadara de nosotras y nos traerá algo de pan, mientras cerremos los ojos, calvez en nuestros sueños tengamos la fortuna de saciarnos con un banquete.

La noche avanzó con normalidad, al principio le costó conciliar el sueño, pero cuando por fin se había rendido al cansancio, unos ruidos comenzaron a surgir de la cocina despertándola de golpe.

—Martina… ¿escuchaste eso?.—su gallina emitió unos sonidos por que apenas si esta despierta.—Quédate aquí, puede ser una rata.—expresó con desagrado, pero enseguida su estomago rugió como un león debido al hambre tan salvaje que sentía, así que agarró su bastón deseando que si se tratara de una rata para poder cocinarla y comer por fin algo solido.—ojalá sea lo suficientemente grande como para llenarnos a las dos…

La anciana abrió la puerta lentamente y no creyó lo que sus ojos vieron esa noche, había una cintura verdosa con orejas largas y puntiagudas como las de un gato egipcio, media unos 45cm de largo, de complexión delgada pero con el vientre abultado como si tuviera el estomago lleno de asquerosas lombrices, era muy feo de ojos aceitunados y rasgados, una nariz prominente, con algunas verrugas y protuberancias, además de que tenía colmillos y aparte estaban chuecos y le sobreseían uno del otro, estaba hurgando en toda la cocina, abriendo desesperadamente las gavetas, hasta que encontró la sopa y cuando estaba apunto de comerla, La anciana le saltó encima atrapándolo con una olla.

—¡Te atrape rata horrorosa! —dijo la mujer tratando de contener aquella criatura.—eres al rata más fea que he visto en mi vida, pero no despreciaré tu carne.

—¡No me comas! ¡No me comas! y a cambio te recompensaré.—dijo una voz dentro de la olla.

—¿Que?—la anciana se asustó al escuchar aquel parloteo, era una voz chillona y enfadosa.

Así que armándose valor y deseando que su mente no le estuviera haciendo una jugarreta, destapó aquella olla y ante sus ojos estaba aquel duende tembloroso que apenas si tenía fuerzas para defenderse, el cual la miró con nerviosismo, esperando que la humana atendiera a su petición.

—No eres una rata…—dijo ella horrorizada.

—No lo soy…soy un ser elemental…un duende de jardín, vivo en tu patio desde hace varios años…

—¿Te haz alimentado a mis costillas todo este tiempo travieso?—le reclamó la mujer con el ceño fruncido.—parasito…soy una vieja que se está muriendo de hambre y todavía pensabas comerte mi ultima ración de comida? ¡Te quemaré en la leña y te comeré aunque no seas una rata!

—¡No me comas te lo ruego! ¡Dame esa ultima ración de comida y yo te provee de alimento lo que te quede de vida!—le suplico la criatura poniéndose de rodillas ante ella.

—¿Y como puedo confiar en una cosa tan fea como tu? ¡Descarado! No se si el hambre me está haciendo alucinar o si realmente estoy hablando con un demonio…

—Te probaré que puedo serte de utilidad…solo necesito alimentarme para recuperar mis fuerzas, puedo aumentar mi tamaño al doble y mi fuerza es capaz de matar un toro, si decides ayudarme, te traeré carne todos los días para que la cocines…

La mujer se quedó pensando un rato…

—No tengo nada que perder, seguro que esa sopa ya se echó a perder, si le digo que no, me moriré de hambre en tres días, tal vez esta cosa si cumpla su palabra y pueda vivir con el estomago lleno hasta que que me muera…—pensó la anciana y entonces aceptó, el duende dibujó una sonrisa enorme en su rostro asomando sus horribles colmillos y corrió hacia la cáusela donde estaba la sopa y aun que tenía mal olor, la devoró en un instante, sin embargo no había saciado su hambre.

—¿Ya recuperaste tu fuerza?—le preguntó la anciana con curiosidad.

—No, apenas si me mojé la lengua, pero…¿que es lo que se asoma detrás de la puerta que da a tu habitación? —le preguntó el duende con los ojos brillantes, como si hubiera visto una presa.

—¿Eh? Ella es Martina, es una gallina, no es comida, es como mi familia.—le respondió la mujer y después se devolvió a la criatura.




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