Cuando dejaron de caer gotas de agua, un hermoso arcoíris apareció en el cielo, al lado del sol y este, dejó caer un rayo de luz a la tierra. En ese momento, Dido comenzó su viaje. Ese día, era como uno de aquellos, en los que todo era más hermoso que nunca, las vacaciones, habían llegado más pronto de lo previsto y sus padres—como siempre—la enviarían al centro vacacional de los Andes. Estaba muy emocionada porque sabía, que estaría acompañada de todos sus amigos, pero sobre todo, que regresaría, al hermoso bosque encantado del que siempre había escuchado hablar. ¡Oh, qué hermoso era emocionarse por aquellos viajes veraniegos!. Mientras alistaba su maleta, se logró encontrar con muchas cosas que había perdido, hace algún tiempo.
—¡Oh, lápices y borradores viejos!, que ya no necesito, hasta ahora aparecen.—les seguía diciendo a los objetos.—Pero inclusive, detesto estas moñas que siempre se me pierden, cuando más me urge amarrarme el cabello.—sin decir más, salió corriendo a la sala, al escuchar los gritos de su madre, suponía que ya era hora de irse a las bellas y anheladas vacaciones.
—¿A dónde crees que vas?.—le decía una voz a su espalda.
—Debo irme mami, ya es muy tarde.—de inmediato, la mujer se acerca y le echa algo al bolso, en ese instante puede notar un desánimo en su respiración, pero no logra comprenderla, todos los años sabe que debe ir.—Volveré cuando menos lo esperes.—en ese momento, sale corriendo y se sube rápidamente al automóvil, mientras, la seguían despidiendo. Al parecer, el chofer iba a cerrar, pero ella sostuvo la puerta, para que su hermano mayor entrara.
—Gracias Dido.—le responde.
—De nada, Javier, te extrañé en la mañana.—pero nada, a pesar de que continuaba hablando, no podía dejar de refutar su actitud. ¿Cómo podía estar tan desanimado?, si era la temporada más feliz de todas, deberían todos de estar contentos. Igual, suponía que no le agradaba presentarla a sus compañeros, como su hermana menor.
—Sabes que no me agrada recordar.—le confesó mirando sus manos.
—Pero a mí si, no sabes todos los juguetes y juegos que traigo para animarte.—dijo la niña muy contenta
—En serio.—manifestó demasiado aburrido y a la vez sorprendido.
—Las cometas son lo mejor.—comentó animado ante la multitud de colores de esas hermosas cometas.
—Hace tiempo que no elevo una.—termino diciéndole algo triste mientras miraba por la ventana los carros que pasaban de aquí para allá.
—Te enseñaré, todo te lo enseñaré.—exclamo entusiasmada Dido, lo miro y aunque noto su falta de atención, también dirigió su vista hacia la ventana
—Solo espero que no te encariñes mucho con el piano del parque, como lo estás con el de la casa.—la observó y sonrió mientras que recordaba sus vidas en casa.
—¿Por qué?. ¿Acaso es muy grande?.—se emocionó tan solamente de pensarlo.
—Eso me han dicho.—cuando le dijo eso, no pudo evitar emocionarse, siempre había amado tocar piano, era una de sus mejores experiencias. A veces, intentaba enseñarle, pero su madre la regañaba, no le agradaba que hablaran mucho. No le importaba porque era muy divertido que su hermanito, siempre estuviera con ella, haciéndola reír. Cuando iban pasando de una casa a otra, se subía un nuevo niño, también, sus antiguas compañeras, suponía que siempre la habían considerado diferente. En eso su hermano se levanta, para ir al baño y le pide que le cuide el puesto.—Hola Dido. ¿Lista para las vacaciones?.—le preguntó otro niño que iba adelante de su puesto, se llamaba Mateo y era muy alto para su edad, de cabello negro y ojos claros, que hablaba con mucho ánimo, mientras que ella solo seguía sonriendo.
—Si, claro, traigo muchos juegos y muñecos.—no quería decirle lo mismo como con su hermano, pero intentaba ser amable.
—Muñecos dices... pero si ya te he dicho que son para niños.
—Exacto.—intentó sentarse, pero su compañera lo apartó.
—¿Qué te sucede, acaso el puesto está ocupado?.—preguntó consternado ante aquella falta que le ofendía mucho.
—Si, lo está.—él la observó con desagrado, mezclado con curiosidad y se retiró. Ya casi, no hablaba con ninguno, era muy peculiar, pero es que, sinceramente, solamente quería estar en compañía de su hermano. En ese instante, regreso de nuevo y comienzo a platicar, mientras los demás solamente intentan no reírse de aquella escena, muy triste y a la vez muy peculiar; a mitad de camino se quedó profundamente dormida y cuando llegaron todos se bajaron en manada para apartar la habitación. Por suerte a ella la dejaron estar con su hermanito.
—Esta habitación está muy cómoda.—le decía él con mucha risa, mientras saltaba encima de la cama una y otra vez.
—No hagas eso, nos pueden regañar.—se le acercó con demasiada preocupacion e intentó hacerlo bajar al suelo de nuevo.
—Y eso que.—le seguía diciendo.
—¡Tú nunca haces lo que se te dice, eso no está bien, debes comportarte!.—gritó y regañó a su hermano con furia.
—No seas tan mandona, siempre tengo que soportar tus quejas.—manifestó, dejando de saltar, enarcando las cejas y cruzando sus brazos, mientras que se sentaba en un sillón pequeño junto a una mesa cercana.
—Mejor juguemos, con los muñecos.—propuso más aliviada, sentándose en el mueble de en frente a su hermano.
—Está bien.—de nuevo comenzaron sus juegos interminables. Siempre se sentía sola, pero acompañada a la vez, cuando él estaba allí todo parecía muy cómodo, no parecía alguien inventado o de otra fantasía. Su madre siempre le decía que era su hermano y que debía quererlo mucho todos los días. En la noche, ambos dejaron las linternas prendidas, nunca había sentido fresca la noche, era como la profundidad del espacio exterior o del océano, muy frío y desconocido.
...
Al día siguiente, se encontraron con deliciosos manjares, también había un padre y algunas monjas, caminando de un lado para otro. Los niños seguían hablando sobre las nuevas series de televisión, jugaban con muñecos y hasta hablaban de sus familias. Ella siempre se escondía en su mirada agachada, como ese día, se hizo una trenza y se peinó la pollina, no le agradaba ser la única de cabello mono y ojos claros del lugar, todas eran muy normales, ella quería serlo.