Los cuentos del mundo fantástico

La caída de los zombis, vivos y muertos

Fue caótico el día en el que todo comenzó, y además de eso, yo estuve presente todo el tiempo hasta que ya no pude dar mi último aliento. Como todos los días, tuve que llegar a tiempo a la escuela primaria Santo Domingo para recoger a los hermanos Sánchez, muy conocidos por ser los hijos de los científicos más populares de la ciudad. Los saludé y recordé que debíamos irnos rápido, yo llevaba mi camisa color rosa pálido, jeans anchos y gafas negras porque el día estaba soleado, ellos por otro lado, apenas me miraron y la más pequeña me abrazó. Iban uniformados, así que supuse que sería un día como todos, hasta que algo cambió, de un momento a otro llamarón al chofer, el señor Mauricio contestó inmediatamente, alterándose repentinamente después de todo lo escuchado.

—No entiendo, señor. ¿Ahora quiere que los lleve a la clínica?.—preguntó, puesto que apenas podía sostener la conversación mientras conducía.—Ya íbamos para...

—Es una orden, debe traerlos inmediatamente.—dijo en voz alta el señor desesperado por la línea.—Va a ocurrir algo terrible, tráigalos ahora mismo.

—Sí, señor, de inmediato.—y fue así como Mauricio tomó con fuerza el volante, lo giró a una velocidad máxima e hizo que el carro se devolviera, evadiendo la contra vía y a los otros carros. Los niños y yo nos fuimos hacia un lado, esa situación hizo que nos angustiamos demasiado ante aquel momento repleto de tanta adrenalina.

—¿Qué es lo que está pasando Mauricio?.—le pregunte.—¿Por qué no vamos para la casa?.—Él no me respondió, solamente seguía conduciendo como un loco hacia quien sabe donde.

—¿Qué está sucediendo?.—preguntaron los niños al tiempo, curiosos al ver el cambio repentino, sin embargo, no encontrar respuestas.

—El señor dijo que los llevara de inmediato a la clínica científica por alguna razón... —de repente todos gritamos al tiempo al ver a una mujer en medio de la carretera.—¡Cuidado!.—el chofer claramente grito y todos al tiempo lo hicimos, cuando vimos que aquella no era más que una mujer muerta que caminaba, así como lo digo, aquella criatura llevaba puestos unos trapos que quizás antes había sido una camisa y pantalón, pero que ahora eran tan solo los restos mordisqueados de aquellos, su rostro era horriblemente deforme, parecía que cada parte de él se le salía de la cara, el cabello era corto, pero ahora tenía partes sin pelo, además, estaba toda llena de sangre y mordisqueando lo que parecía un corazón o un hígado.

—¿Qué carajos es esa cosa tan espantosa?.—gritó el chofer. Fue lo peor que todos pudimos hacer, ya que el zombi nos miró y todos los que estaban escondidos alrededor comenzaron a correr hacia la camioneta, al parecer las personas de los carros ya estaban convertidas en esas monstruosidades.—Dios santísimo, nos están rodeando.—comenzaron a correr e intentar chocar contra el carro con todas sus fuerzas para cazar nuevas presas.

—Cierren las ventanas, ciérrenlas ahora.—grité con todas mis fuerzas, me acerqué a las dos de atrás y las cerré rápido, a la de adelante tuve que moverme y subir la palanca, incluso grité con fuerza cuando uno de esos seres con la mandíbula por fuera se acercó y le quite el dedo al cerrarla. Cuando reaccioné, me di cuenta de que el chofer había perdido el conocimiento por todo lo que estaba pasando y además de eso, los fenómenos se subían a la camioneta como locos hambrientos que desean su alimento con demasiadas ansias. Como pude en medio de la gritería de los niños, logré llegar bien rápido al asiento delantero e intenté hacer despertar al recién desmayado Mauricio, pero todo fue inútil.

—¿Vamos a morir Angélica, que hacemos?.—me gritaban los chiquillos llorando, asustados e intentando hacer que los mirara.

—Cállense, ahora lo que necesario es que lleguemos pronto a la clínica.—tome el volante como pude y me senté encima de aquel hombre inconsciente, apretada, logre mover la silla y arrancar a toda velocidad, luego según los locales destruidos e invadidos que divisaba, sospeche que solamente nos quedaban unas pocas cuadras. Sentía la presión sobre todo mi cuerpo, las manos me sudaban y por el retrovisor pude ver mi cara llena de sangre. En medio de aquel desastre, arrastraba en mi camino a todo y todos los que se atravesaron, iba a toda velocidad, intentando hacer caer a todos de la camioneta. Cuando llegamos, logré respirar profundamente, pero fue peor, cuando un montón de disparos comenzaron a atravesar el cráneo de los muertos que quedaban. Vi a lo lejos a los doctores haciendo señales, llevaban batas de laboratorio llenas de sangre y sus cabellos castaño oscuro cubiertos por gorros quirúrgicos, como pude, pase a la parte trasera del auto y baje lentamente el vidrio.

—Ahora, debemos salir, si no seremos devorados por la plaga de los muertos vivientes.—resolví decir, sin agregar más que gritos con órdenes.

—Son zombis hambrientos.—gritaba José, el mayor de ellos, tenía apenas doce años. Todos corríamos rápidamente hacia la puerta con el montón de zombis, pisándonos los talones y después amontonándose en la puerta. Cuando ingresamos, los padres de los niños los abrazaron y me dieron las gracias. Todos estábamos vivos, sanos y salvos, o más bien eso era lo que creía.

—Es el momento querido.—le dijo su esposo tomándole el hombro.

—Ya lo sé Rogelio, debemos llevarlos al laboratorio.—se quedó pensativa, asintiendo muchas veces y con algunas pequeñas lágrimas que salían sin quererlo.—Niños, hay que buscarle una solución a lo que provocamos.—en eso todos nos quedamos estáticos, inmóviles y sin decir una sola palabra, cuando me di cuenta, vi que había una pistola de caza en la camilla que estaba cerca. Por alguna razón, vi eso antes que a aquella clínica que estaba patas arriba, con periódicos, trapos, vidrios rotos y soledad por todas partes, allí no había ni un alma con vida. Luego, cuando se voltearon hacia el lugar, logré verles las mordidas en la parte de atrás del cuello. Los pequeños me miraron y yo asentí para que fueran con ellos, yo iba detrás, con mucho miedo, temblando y con ganas de hacer del cuerpo en los pantalones, intente no llorar, ni demostrar emoción, solamente seriedad, cuando vi que estaban a punto de llegar a la mitad del pasillo, tomé el arma y me voltee rápido, dispare sin pensarlo, sin pestañear, sin sentir y sin nada más que la única solución, primero se escucharon mis gritos y después dos bombas que sonaron en forma de bala, las cuales fueron directo al cráneo de los doctores Sánchez. Los niños gritaban desesperados al ver aquella escena, lloraban y estaban a punto de jalarse los cabellos, yo por otra parte estaba aturdida por el ruido, angustiada, con lágrimas en los ojos y..., escuche los pasos de una multitud acercándose, me dirigí al balcón, en donde vi que todos los demás zombis ingresaban en forma de manadas acumuladas, de repente reaccione y tome a los niños de los brazos.




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