Los cuentos del mundo fantástico

Las eternas profundidades del horror

Estuve durante algunos años viajando por muchos lugares, pero lo que sabía era que jamás me quedaría en ningún lado. Era un alma libre que navegaba por los lugares más desconocidos del mundo desde que era joven. Sin embargo, ahora me habían encargado realizar un trabajo de pintura en los confines de nuestro planeta. Mi nombre es Ariana Cadmar y lo que voy a contar aquí, es algo que durante largo tiempo no me dejó respirar, ni vivir.

Llegó el día en el que debíamos ir al aeropuerto con mi compañero de fotografía y diseño Alirio, éramos muy buenos amigos, hasta que caímos en aquel oscuro momento, en el que desaparecimos para siempre entre nosotros mismos

Cuando llegamos a la ciudad, nos llevaron en dos botes que se dirigían hacia un misterioso hotel que quedaba al otro lado del río. En ese momento no sentíamos la mayor preocupación, pero con el pasar de los días, las cosas se ponían más extrañas en aquel lugar. Era una gran edificación muy antigua y remodelada a medias, eso no era extraño para mí, pero lo que si me espanto fue la primera noche, casi no logré ni dormir, se escuchaban lamentos, voces, gritos, alaridos, incluso de vez en cuando los objetos se caían al piso solos. Lo que menos esperaba ocurrió al siguiente día.

—¿Cómo que nadie nunca ha entrado a ese lugar?.—le preguntamos muy enojados al director del proyecto, el cual hablaba por teléfono. Solamente nos dijo que tomáramos una foto de las cuevas y que ella se guiará de estas. Estuvimos pensando mucho para ir, así que investigamos mucho sobre las ruinas abandonadas llamadas Las parcelas. Hasta el nombre era espantoso.

—¿Has escuchado los rumores Ariana?.—me preguntó mi compañero un poco nervioso mientras que tomaba una foto en dirección al río negro y oscuro. Esa primera mañana era espantosa, corría una ventisca fría, con olor a flores de muertos.

—No me parece extraño que venga de ese lugar.

—Las catacumbas a las que nos dirigimos, antes eran centros de masacres ancestrales.—eso me dejo muy preocupada.—Esta es una pequeña isla deshabitada, los que pasan hablan de la maldición que dejó un grupo de fanáticos carnívoros, allí hacían sacrificios con animales, niños y gente, hasta entre ellos mismos.

—Basta, por favor. Eso suena horrible... no sigas, me vas a terminar, asustando mas que nunca y necesitamos terminar este proyecto pronto.—le dije en voz alta, casi temblando con mucho miedo, en el fondo sí que le temía a las leyendas, sobre todo si eran transmitidas de una generación o cultura a otra, pues significaba que de alguna manera eran reales. Pasamos algunos días mientras nos preparábamos para bajar a aquellas cuevas.

Cuando llegamos, mucha gente nos observaba a lo lejos, pero luego desaparecieron, como manchas que desaparecen con cada gota de lluvia que caía aquel día. Entramos rápido en uno de los grandes arcos que nos condujo hacia una puerta. Tuvimos que abrirla casi a las malas, ya que hasta el camino nos decía que era una mala idea. Estuvimos un buen rato allí, casi a oscuras, mirando y observando, mi amigo tomó algunas fotos, pero después todo cambió. Escuchamos un ruido desgarrador y más tarde una sombra nos empujó. Comenzamos a gritar, llorar e intentar correr, pero un lamento terrible nos envolvió. Quedamos sumergidos en la oscuridad. 

—¿Dónde estoy?.—decía y gritaba con mucha fuerza.—Ya nos íbamos a ir.—repetía una y tantas veces en mi cabeza. Es que solamente pensábamos estar allí durante quince minutos, pero el tiempo nos había sorprendido.

Estaba atada a una camilla, tenía miedo, solo veía unas luces infrarrojas que medio alumbraban. Tuve que esforzarse mucho para despertar y gritar.

—¡SÁQUENME DE AQUÍ!, ¡DÉJENME IR!.— forcejee un rato, hasta que logre romper una de las ataduras, después la otra, mis muñecas comenzaron a sangrar por el dolor.

Salí corriendo por un montón de pasadizos subterráneos que me dejaban desubicada, eran terroríficos, llenos de telarañas y paredes hechas de cemento. Solo tenía las luces débiles que prendían y apagaban con cada paso que daba, me hallaba con más esquinas que con pasillos. Mientras corría pensaba en la luz, luego llegaban voces y más gritos de lamento, alguien me perseguía. Comencé a gritar y correr, cuando vi que algo me perseguía, mi corazón estaba acelerado, solo seguía corriendo, más rápido cada vez. De pronto sentía que el alma se me salía por la boca, cuando es que sentí húmedos los pies y al voltear a ver, para mi sorpresa, creí haber visto a un montón de personas que iban detrás de mí. Hasta que choque con una puerta, caí al piso, me arrastre a la cerradura e intente abrirla, pero para mi mala suerte, en esta había un montón de insectos venenosos.

—¡POR DIOS!.—, grite desesperada. Solo veía cucarachas, ratones y serpientes amontonados en la puerta y después saliendo de esta hacia mí. Estaba acorralada y tenía demasiado miedo, le tenía fobia a los insectos. No tenía otra opción, los gritos se hacían más profundos y comenzaron a golpearme, llore un buen rato y después trague saliva, conté del uno al diez. En el primer intento me mordió una serpiente en la mano, en el segundo vomité y en el tercero sentí como todos caían encima de mí, grite mucho y después gire la manecilla de la puerta.

Al ingresar me quité rápido los insectos. Mi mano se veía demasiado roja, intente lavármela y después en un instante, mire al frente sin saber que caería en el peor de los horrores de mi vida.

—¡Ariana, ayúdame!.—me decía mi amigo amarrado a un palo gigante, mientras que del techo caía sangre de un montón de cuerpos que yacían en una gran maya que filtraba el líquido que olía a óxido. Tuve que cruzar rápido por un camino empinado que me hacía resbalar. Cuando llegue lo desate, de pronto encontramos otra puerta que nos llevó a otros pasadizos más oscuros.




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