Los cuentos del mundo fantástico

La genética inmortal

Los primeros días de junio fueron muy calurosos, todavía seguía pensando en la estrecha posibilidad de entablar una conversación, sobre una obra macabra con una de las mujeres más rudas de pleno siglo XXI. Mi papel como periodista, estuvo siempre cercano a la autodestrucción de mi propio bienestar, pero debía conseguir esta historia, por mi trabajo y el periódico. Cuando logre parquear el carro en frente del Centro Penitenciario de Ciencia, me entró un escalofrío que paso rápido con los primeros rayos candentes de sol, me quite las gafas y me prepare para la inspección.

Por suerte era un hombre, pero aun así, era algo desagradable pasar por tales procesos solamente para hablar con la obra mayor o más conocida como "La científica sanguinaria". Fue un caso que repercutió y sigue dejando marca en todo el país, y al que todos los periodistas eran atraídos como abejas para sacarle todo el jugo al escalofriante relato.

—Abra bien las piernas, hombre.—le decía uno de los guardias a los que iban al frente.—Muestre lo que lleva ahí... estire los brazos... —ellos pasaban sus manos por todas partes del cuerpo, no había una que no registraron con sus inspecciones dedos. No quería pasar por eso, así que lo mejor que pude hacer, fue sacar mi identificación.

—Soy periodista... trabajo en el periódico Atlántico.—agregué, para mejorar la situación.—Vengo a entrevistar a una presa.

—Si claro, solamente esperemos que los periodistas tampoco se vuelvan asesinos.—dijo a modo de broma, dándole el pase de registro.—Este mundo está muy loco, ¿no cree?.

—¿O estamos muy locos como para vivir en este mundo?.—pregunte con curiosidad para bajar la tensión del momento. Él asintió y se rio, después me indico por donde ir, abrí la reja oxidada para proseguir por unos pasillos grises, iluminados por la baja luz en neón e ir al despacho de la trabajadora social.

—Buenos días...

—¿Es usted el que viene a hablar con Manuela?.—era una mujer muy alta, de cabello tinturado de rojo, ojos cafés y una seriedad que se notaba en su ropa semi formal. Lo inspeccionó con la mirada y volvió a leer los papeles.

—Sí, vengo a hablar... —mala palabra sí que dije.—Digo a entrevistar a la presa Manuela.

—Ya veo, una de las mayores.—estaba algo agitada, ya que iba de un lado a otro llevando y trayendo papeles.—Han venido muchos a entrevistarla y a ella no le han gustado las columnas. —eso me desanimo un poco, puesto que sería difícil entrar en confianza para recolectar buena información, de modo que solamente me quede escuchando y no demostré nada de emoción.

—Entiendo, solo espero...

—Solamente debe saber que tiene tres horas con ella.—dijo llevando papeles aquí y allá.— Ni más, ni menos.—así terminó su extraña y corta conversación.

Fui conducido rápidamente al patio, en donde estaba todo solitario, simplemente se encontraba allí una mujer de estatura promedio, cabello negro y muy liso, ojos oscuros, algo delgada y con una bata de laboratorio con un pantalón marrón. Y allí estaba, sentada, mascando chicle, mirando al horizonte con rabia, tal vez odio, yo me acerque, pero cuando me di cuenta, estaba completamente solo con aquella a la que llamaban La científica descuartizadora. En un momento comenzó a comerse las unas, de seguro las sentía exquisitas, deliciosas o quizás solamente estaba aburrida.

—Mucho gusto en conocerla Manuela.—ella solamente me medio observó y después desvió la mirada hacia otra parte, como ignorando y detestando las adulaciones. Comencé a temblar un poco, pero después pude sentarme rápido en la mesa reservada para juegos.

—Mi nombre... es Constanza, pero muchos me dicen Cortalijas.—dijo mirándome de reojo, tenía ojeras enormes, parecía enferma, cansada y muy perturbada. Al sacar mi agenda puso en blanco los ojos.—No me diga, viene a lo mismo que todos, publicar la misma repetida historia... "La científica loca"... "La maníaca que desafió la muerte"... "La asesina científica"... "La descuartizadora y creadora de máquinas"... siempre lo mismo.

—¿Así que ya no se llama Manuela?.

—Ese era mi anterior nombre, ahora, incluso como ve, debo permanecer casi muerta para pasar desapercibida.—se reía para sí misma.—Encerrada en una cámara blanca con nada más que periódicos y libros... aburrido.—había conocido a muchos médicos, científicos y demás, pero jamás a una que le aburrieron los textos.—Ya sabe, siempre lo mismo, me los sé hasta de memoria. —se encorvó un poco y se acercó.—Creen que soy bruta, pero de eso nada.

—Yo no lo pienso. Toda gran creación conlleva sacrificios.—resolví mencionar.

—Estúpidos los que suponen que un médico o científico jamás se ha llenado las manos de sangre. —dijo meneando la cabeza.—Mire estas manos, ¿no cree que nunca manipularon las partes de un cuerpo?.—eso era posible, y más, porque una vez leí a Foucault hablar sobre el arte, en la teoría que contiene un afán constante de vencerse a sí misma para acercarse a una comprensión vitalista del bios, extraída de Nietzsche, culminada en el cinismo. Esta propuesta da respuestas útiles a las teorías contemporáneas del arte, incluidas la práctica conceptual y el situacionismo, y en combinación con las teorías posteriores de Foucault sobre la subjetivación, da impulso a las prácticas artísticas contemporáneas comprometidas en las luchas biopolíticas.

—Consideremos como un acto que depende de los medios.—dijo pensando en los nigromantes, además que no se puede conocer bien la muerte, hasta examinar hasta las vísceras de los muertos, para la invocación de espíritus, requiriendo, según sea el caso, contacto con sus cadáveres o posesiones en vida.

—No soy nigromante.—me refuto.

—Tal vez, pero necesitabas de... bueno... lo requerido para estudiar la muerte y poder haber construido un cuerpo robótico...

—Fue más que un experimento.—exclamó algo triste, en ese instante su mirada se perdió en el horizonte más lejano.—Era mi hijo.




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