Los cuentos del mundo fantástico

La noche en la que el sueño se fragmentó

Todo lo acontecido en el presente relato sucedió en una noche invernal de finales de noviembre, no era como las noches anteriores, oh no, esta tenía algo particular, con un aire tan espeluznante, hasta el punto de encontrar en el firmamento una luna tan inmensa que traspasaba todas las fronteras de la belleza luminosa.

El joven repartidor de grandes regalos sorpresa Leonardo, se dejó invadir por el aire tan ácido y líquido que se respiraba esa noche, su motocicleta aumentaba de velocidad con cada ráfaga de remolinos que hacían mover las copas de los árboles. Por cada calle que pasaba se sentía un nuevo agujero negro, estos eran llamados callejuelas, un poco de temor lo invadía cuando sus ojos comenzaban a dormirse por el frescor del ambiente que lo mareaba.

La luna se veía tan perfecta, era la más grande y amarilla que se había visto desde hace diez años. Al sentirse tan solo quiso mirar por entre las enramadas para nunca dejarla ir, se sentía viajando hacia ella, sin embargo, en ese instante un cuervo negro cayó en su rostro desde un árbol y le rocío de su pico una sustancia líquida negra como la tinta que lo cegó hasta el punto de hacerlo caer de la moto y terminar en el frío pavimento.

—No encontrarás otra salida humano descabezado. —le respondió el cuervo, quien se acercaba al muchacho mientras que este medio abría los ojos. Veía sus brazos y piernas lastimadas por la caída, pero lo más extraño de todo era que no sentía nada de dolor.

—Los cuervos no hablan.

—Este si mi amigo y ahora escucha atentamente, si quieres salir de este problema en el que metiste debes utilizar la llave.—cuando el joven logró abrir más los ojos se encontró enfrente de una casa. El cuervo había desaparecido.

—Pero...¿cuál llave?.—resulta que estuvo buscando la llave un buen tiempo hasta que la halló en un pequeño altar de madera vieja, cubierta por una manta de estrellas. Al observar, temió un poco en tomarla, pero lo hizo y se dirigió a la casa. Abrió la puerta e ingreso rápido, casi no podía ver, ya que muchas migajas de arena se le metían en los ojos. Fue así como llegó a un desierto interminable y repleto de horizontes soleados, mares interminables de arena y solo una palmera que marcaba lo que parecía la entrada a un castillo de arena recién terminado. Era inmenso, tenía casi dos metros de altura. Intentó ir a investigar, pero algo lo retuvo.

—No se permiten visitantes en el castillo ancestral de arena.—lo reprendió la voz de una mujer adulta que le prohibió el paso.

—¿Dónde estoy?.—cuando ella lo detuvo, su mente cayó en un profundo abismo de oscuridad, de pronto se vio en un inmenso árbol sin hojas. Este le recordó un naranjo que tenía en su casa materna, había pequeñas casas en cada rama, siempre quiso construir una, pero su padre nunca lo tomó en serio. Los cuervos vagaban por el cielo haciendo sus alaridos escandalosos, de esta manera fue como se vio dividido en dos: como adulto meciéndose en un columpio que tenía en el árbol, pero al que nunca volvió, menos después de que lo cortaron y como niño, subiendo por una escalera hacia la cama que siempre quiso colgar en sus ramas para descansar y contemplar los rayos del sol entrando por la enramada. De pronto mientras se mecía, el columpio se rompió y cayó al piso, se levantó y se llevó el mayor susto de todos.

—Por todos los cielos, sálvame por favor.—se encogió y comenzó a temblar. Veía el cuerpo de una mujer pero sin cabeza. Llevaba la misma camisa blanca que llevaba su madre en esa fecha triste de diciembre, cuando las luces amarillas y azules revoloteaban. Ese fue el día en el que ella se marchó y nunca volvió, pues para entonces su corazón ahora estaba en otro hogar. Después de llorar un rato encontró a sus pies una cadena de acero.

—Debes utilizarla con ella.—decía el cuervo.—Así siempre estará contigo.

—No puedo, ella es libre y tomó su elección.

—Pero mira lo que te hizo.—resulta que después de esperar un tiempo se encontró con las cadenas en sus brazos.—Te fragmentó y ahora eres tú el que no se da una oportunidad de ser libre.

—La odie cuando se fue, llore como nunca... Pero crecí.—decía con sus ojos llenos de lágrimas. Las cadenas cada vez se aferraban a sus brazos, por primera vez sentía dolor.—Y... La... La… Perdone.—con esas palabras el árbol que antes era su hogar se comenzó a dividir en cientos de trozos, estos flotaban en medio de un cielo inmenso que lo acogía con sus colores: azul, rosado, verde, amarillo, morado. Enfrente de él había un avión antiguo, al verlo se sorprendió, ya que siempre había querido ser piloto, con una inmensa sonrisa en su rostro corrió mucho, se subió y se elevó por los aires. Las montañas se veían casi gloriosas, gracias a la niebla, la franja azul que delineaba su horizonte las hacía ver gloriosas mientras las combinadas con ese cielo colorido.

De repente, Leonardo se despierta y se encuentra con un horrible sonido, era el teléfono antiguo negro que su padre había comprado, él era muy anticuado y odiaba lo moderno. Se levantó y lo contestó, resulta que era el coordinador de la escuela de aviación para anunciarle que había sido admitido.

Esa mañana no pudo ser más feliz, sin embargo, después recordó que debía ir a trabajar, Tomó el impermeable y paraguas rojo antes de salir, estaba lloviendo mucho ese día. Se fue en su motocicleta feliz como siempre, entregó su pedido y se despidió. En la hora de descanso se distrajo viendo un avión pasar en el cielo, aún llovía mucho, tenía el paraguas en la mano, sonrió de nuevo, agachó su cabeza mirando el charco que pisaba y al final solo vio su reflejo mientras se encontraba consigo mismo de nuevo.

***

FIN




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